Un lago de la localidad estaba cubierto de una gruesa capa de hielo e invitaba a caminar sobre él. Me encontraba a varios metros de la orilla cuando sentí un fuerte crujido y chasquido. De inmediato se me presentó al pensamiento un cuadro: el hielo se rompía y yo me sumergía en las aguas glaciales. Bueno, eso no fue lo que ocurrió. El sonido que oí no se debió a que el hielo se hubiera estado rompiendo, sino que el hielo nuevo se estaba formando y la superficie se estaba ajustando.
Lo curioso es en lo que me encontré pensando después. ¿Nos damos cuenta con qué facilidad a veces pensamos acerca de una persona que nos es familiar — hasta de un personaje bíblico — y nos imaginamos que tenemos una comprensión bastante exacta acerca de él o de ella? Pensé en el Apóstol Pedro y cómo me sentí yo en el hielo.
¿Recuerda usted cómo Pedro y otros discípulos se encontraban una noche en una barca cuando el viento era muy fuerte y las olas tempestuosas? Los discípulos vieron a Jesús venir hacia ellos caminando sobre el mar. Pedro quiso ir a encontrar a Jesús, caminando también sobre las aguas, y Jesús le dijo: “Ven”. Sorprendente como parezca, Pedro pudo dar unos pasos sobre las aguas; pero luego, sobrecogido de temor, comenzó a hundirse. El Maestro le extendió una mano y lo salvó, y ambos entraron en la barca.
Jesús se refirió a la falta de fe de Pedro, y le preguntó por qué había dudado. Cuando yo me encontré en aquel hielo sólido, sintiéndome inmensamente desconfiado también, consideré nuevamente la falla de Pedro, ¡y me sentí muchísimo más compasivo hacia él!
Es interesante notar cómo las dudas y los temores se pueden mantener ocultos en un momento y al momento siguiente parecen controlarnos. ¿Cómo, entonces, vamos a cambiar del temor a la confianza y fe espirituales? Tal vez la experiencia de Pedro nos diga más de lo que pensamos. Aun cuando la fe de Pedro no era perfecta, aun cuando abrigaba dudas, dio pasos hacia adelante, y así podemos hacer nosotros también.
Podemos dar los primeros pasos aunque sólo hayamos dedicado un breve tiempo a leer a fondo la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy. Por ejemplo, en el Sermón del Monte, en el Evangelio de Mateo, Jesús dijo que no podemos odiar a alguien y entrar también en el reino de los cielos. Entonces, podemos tomar la decisión de no odiar: a nadie. Si alguien ha herido profundamente nuestros sentimientos o ha traicionado nuestra confianza, podemos tomar la decisión de no insistir en la ira o en nuestro resentimiento. Claro que estos primeros pasos no son fáciles. Pero a medida que comenzamos a comprender algo de la naturaleza y ley todopoderosas de Dios, podemos confiar en la Verdad y el Amor divinos para corregir la situación injusta.
En Ciencia y Salud leemos: “La humildad y la caridad tienen autoridad divina. Los mortales piensan perversamente; por consiguiente son perversos. Tienen pensamientos enfermizos, y por eso se enferman. Si el pecado hace pensamientos sólo la Verdad y el Amor pueden hacer que no lo sean”.Ciencia y Salud, pág. 270. Entonces podemos tomar la decisión de vigilar lo que estamos pensando. Cuando abrigamos pensamientos que están recordando el mal, sentimientos heridos o enfermedad, podemos orar para tener mejores pensamientos, para tener una visión espiritual más clara. Podemos aprender más de las enseñanzas de Jesús en el Nuevo Testamento. Cuando recurrimos a Ciencia y Salud, comenzamos a ver cómo la ley espiritual de Dios fundamenta nuestra vida y cómo esta ley puede sanar y cambiar nuestra vida ahora.
Estos no son sólo importantes pasos humanos, sino que son pasos motivados por el poder divino. Son pasos metafísicos porque van más allá de la materia y de las circunstancias humanas; no están limitados por condiciones materiales. Si damos estos pasos repetidamente — aun habitualmente — entonces cambiamos. Ocurre una transformación espiritual.
La tendencia a odiar, a temer, a tener resentimiento, a estar enfermos, a estar continuamente preocupándonos acerca de esto o aquello, comienza a disminuir. Se desarrolla un sentido espiritual, un sentido que realmente reconoce la presencia y realidad de Dios. “El sentido espiritual es una capacidad consciente y constante de comprender a Dios. Demuestra la superioridad de la fe mostrada mediante obras sobre la fe expresada en palabras”.Ibid., págs. 209–210. Al dar el primer y el segundo paso y los pasos subsiguientes de acuerdo con la Ciencia del Cristo, estamos poniendo en práctica nuestra creciente comprensión espiritual.
El desarrollo del sentido espiritual no es fácil, pero la alternativa de vivir temiendo, odiando, pecando, enfermándonos, no es tampoco un lecho de rosas. El sentido espiritual es algo que ya tenemos; esta capacidad espiritual sólo necesita ser cultivada, practicada. Piense en Pedro, esto puede ayudarlo mucho. Pedro cometió errores. A veces simplemente parecía ser necio. Hasta en una ocasión Jesús lo llamó demonio. Ver Mateo 16:23.
No obstante, Pedro debe de haber seguido dando un paso tras otro hasta llegar a ser uno del puñadito de seguidores que mantuvieron vivas las enseñanzas del Maestro y las practicaron. Progresó hasta adquirir una nueva identidad; fue espiritualmente transformado de pescador a pescador de hombres. Nosotros también podemos progresar así. Ciencia y Salud dice: “Para comprender todas las palabras de nuestro Maestro inscritas en el Nuevo Testamento, palabras infinitamente importantes, sus seguidores tienen que progresar hasta llegar a la estatura del hombre perfecto en Cristo Jesús, que les capacita para interpretar su significado espiritual”. Y luego añade (y piense en lo que esto puede significar): “Entonces sabrán cómo expulsa la Verdad al error y sana a los enfermos”.Ciencia y Salud, pág. 350.
Podemos progresar hacia el logro de tal individualidad. Podemos decidir hacerlo y, mediante la gracia y el amor de Dios y la ley divina, lo haremos. Cuanto más estudiamos y ponemos en práctica esta ley divina, tanto más vemos que la genuina individualidad del hombre es semejante a Dios. Todas las horribles características que no queremos y por las que hemos sufrido, todo aquello que encontramos que limita nuestras esperanzas espirituales, no es ni creado por Dios ni forma realmente parte del hombre, quien es, en realidad, la expresión de Dios.
Estas son ideas radicales, ideas metafísicas. Van más allá de la materia. Podemos comenzar con las sencillas vislumbres y lecciones que obtenemos ya sea de lagos helados o de un mar tormentoso y enfurecido. Pero las lecciones y el trabajo no terminan allí. Entramos en el reino de Dios cuando aceptamos la metafísica, la verdadera actividad transformadora del cristianismo científico.