Un lago de la localidad estaba cubierto de una gruesa capa de hielo e invitaba a caminar sobre él. Me encontraba a varios metros de la orilla cuando sentí un fuerte crujido y chasquido. De inmediato se me presentó al pensamiento un cuadro: el hielo se rompía y yo me sumergía en las aguas glaciales. Bueno, eso no fue lo que ocurrió. El sonido que oí no se debió a que el hielo se hubiera estado rompiendo, sino que el hielo nuevo se estaba formando y la superficie se estaba ajustando.
Lo curioso es en lo que me encontré pensando después. ¿Nos damos cuenta con qué facilidad a veces pensamos acerca de una persona que nos es familiar — hasta de un personaje bíblico — y nos imaginamos que tenemos una comprensión bastante exacta acerca de él o de ella? Pensé en el Apóstol Pedro y cómo me sentí yo en el hielo.
¿Recuerda usted cómo Pedro y otros discípulos se encontraban una noche en una barca cuando el viento era muy fuerte y las olas tempestuosas? Los discípulos vieron a Jesús venir hacia ellos caminando sobre el mar. Pedro quiso ir a encontrar a Jesús, caminando también sobre las aguas, y Jesús le dijo: “Ven”. Sorprendente como parezca, Pedro pudo dar unos pasos sobre las aguas; pero luego, sobrecogido de temor, comenzó a hundirse. El Maestro le extendió una mano y lo salvó, y ambos entraron en la barca.
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