La Humanidad — Diversa e infinitamente individualizada — muy a menudo parece dividida en facciones opuestas. Pero muchos de nosotros estaríamos de acuerdo en que, por lo menos, estamos unidos por un gran lazo común: anhelamos amar y ser amados.
Se dice que los bebés en instituciones no se desarrollan tan robustamente como los niños amados por sus padres, y, por lo tanto, algunos hospitales tienen voluntarios cuya única misión es alentar y prodigar cariño a estos pequeñitos que responden a ese afecto y mejoran.
Existen organizaciones de voluntarios que traen perros a los hospitales y clínicas para ancianos con el propósito de permitir que estos animales afectuosos expresen a los pacientes el amor incondicional de estos animales. Se ha demostrado que los pacientes se sienten animados y son profundamente receptivos a este tipo de amor especial.
Cuando era niña, siempre creí que no era amada, y, en cierto aspecto al menos, cargué esta creencia agobiadora en mis años de adulta.
Mi madre era una mujer gentil, buena y generosa, pero nunca estuve emocionalmente apegada a ella. Cuando era pequeña, y debido a tragedias familiares, me asignaron ciertas responsabilidades que resultaron ser muy fuertes para mis pocos años; sin embargo, hice todo lo posible por cumplirlas. Pero aun así, mi madre nunca fue afectuosa conmigo. Me sentía aislada y sola y comencé a creer que había algo misteriosamente malo en mí que no se podía amar. Envidié profundamente a los niños cuyos padres los abrazaban y besaban.
Cuando crecí y me fui de la casa, mis padres y yo intercambiábamos cartas todas las semanas. Yo siempre firmaba “con amor”, pero mi madre no se despedía de la misma manera.
Diré aquí que, aunque anhelaba ver ese afecto expresado, sabía que hay más de un lenguaje del amor humano, y que quizás el lenguaje más profundamente elocuente es el de la devoción fiel, el sacrificio, la bondad constante y el deber. Mis padres ciertamente “hablaban” este lenguaje. Pero aun así, anhelaba que el afecto de mi madre se expresara en palabras y en un acercamiento más estrecho, en vez de lo que a mí me parecía su fría indiferencia.
Me casé felizmente, y una de las bendiciones de este matrimonio fue que mi esposo y yo éramos estudiantes de Ciencia Cristiana. Del estudio de la Ciencia Cristiana estaba aprendiendo que Dios es Amor y que el hombre es Su semejanza espiritual, hecho a Su imagen. El propósito del hombre es expresar la naturaleza inmutable de Dios, el Amor. Este amor tiene una base más profunda que la simple atracción o afectos humanos. También aprendí que cada uno de nosotros, como hijo de Dios, tiene la habilidad de expresar este amor. Aunque este estudio estaba enriqueciendo mi experiencia, profundizando mi comprensión de la naturaleza de Dios y del hombre como Su reflejo, verdaderamente nunca oré por la situación con mi madre.
Luego me hallé enfrentando un desafío físico doloroso y alarmante, y cuando mi propia oración no trajo alivio inmediato, pedí ayuda a una amiga que era practicista de la Ciencia Cristiana. En esa misma época, también me atormentaba la ansiedad que me causaba otro miembro de mi familia que parecía rechazar la ayuda por medio de la oración. Por esta razón, mi amiga me aconsejó que yo profundizara mi comprensión de Dios como Amor en relación con toda Su creación.
Me absorbí profundamente en esta contemplación devota, y la omnipresencia del amor de Dios se volvió muy real para mí. Pude sentir que todos nosotros “permanecemos” para siempre en el Amor supremo, Dios Mismo. Como dijo Jesús, “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor”.
Esto no quiere decir simplemente que somos como bebés humanos protegidos y abrazados en Dios, y, al mismo tiempo, de alguna manera separados de El y diferentes. Todos nosotros estamos realmente en unión con Su amor, no separados de Su amor. Este amor no solamente incluye la bondad serena y pura, sino todo el poder activo y dinámico del Amor como Mente, Vida, Ser y Principio. Hasta cierto punto mi oración había aumentado mi entendimiento del hombre de Dios como realmente espiritual y no material. Vi que dado que el hombre es inseparable de Dios, es inseparable del Amor.
Por medio de esta nueva comprensión del Amor, sané de mi dolorosa condición física. Y aunque no había orado específicamente por la persona por quien había sentido tanta ansiedad, ella también sanó físicamente y su vida tomó otro camino.
Casi al mismo tiempo recibí una carta de mi madre. Esta, sin embargo, era diferente de todas las habituales cartas frías y condescendientes, que anteriormente me había enviado.
Me decía que había estado abrumada por el sentimiento de que tenía que explicarme algo. Había comenzado a presentir que quizás yo creía que ella no me amaba. Ella sí me amaba, escribió, pero sencillamente nunca había podido demostrar amor y afecto en las palabras y formas comúnmente aceptadas. Además, ahora se había dado cuenta por qué era así. Tenía que ver con generaciones de historia familiar.
Sus propios padres y abuelos habían enfrentado muchas dificultades y pobreza en un ambiente inclemente, venciendo muchos desafíos como verdaderos pioneros. Para poder sobrevivir y triunfar tuvieron que demostrar gran resistencia y valor. Habían igualado la fortaleza con el dominio propio y la autodisciplina, y el amor humano expresado abiertamente con la debilidad. No se habían permitido expresar lo que según ellos era ser “débil”, aunque eran generosos y bondadosos.
Mi madre expresaba que ahora entendía esto, a pesar de que ella misma como niña había anhelado un afecto que nunca recibió. Sencillamente nunca había aprendido a ser sociable y afectuosa. Solamente había aprendido a ser fuerte, no “débil”.
Por primera vez, firmó una carta dirigida a mí: "Con amor, Mamá".
¡Qué momento fue ése para mí y para ella! Marcó el comienzo de muchos años de acercamiento y afecto para ambas.
El afecto humano, expresado activamente, es sólo una de las evidencias infinitas de la ternura del Amor divino omnipresente, y como tal todos lo podemos apreciar. Lo encontramos más y más en nuestra experiencia, como tuve el privilegio de descubrir, a medida que se desarrolla nuestra comprensión y conocimiento de Dios como Amor infinito.
La Sra. Eddy escribe en el libro Ciencia y Salud: "La Mente insondable está expresada. La profundidad, anchura, altura, poder, majestad y gloria del Amor infinito llenan todo el espacio. ¡Eso es suficiente!" Tarde o temprano todos nos daremos cuenta de esta verdad.
Este amor es, ha sido siempre, y siempre se expresará en nuestra vida en formas inconfundibles, sencillas y humildes al igual que en formas majestuosas y nobles. Solamente necesitamos abrir nuestros corazones a su presencia.
Como el Padre me ha amado,
así también yo os he amado;
permaneced en mi amor.. .
Este es mi mandamiento:
Que os améis unos a otros,
como yo os he amado.
Juan 15:9, 12
