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Desarmemos el mal

Del número de abril de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Monitor


En 1988, apareció en las noticias un informe macabro sobre asesinatos en la frontera entre México y Texas. Se informó que los crímenes los había cometido un grupo de traficantes de drogas que practicaban el ocultismo y profesaban cultos demoníacos. Tales actos son tan grotescos que pueden llegar a impactarnos y a hacernos sentir indefensos. Quizás algunos se limiten a cerrar los ojos a todo eso, mientras que otros tal vez lleguen a la conclusión de que es muy poco lo que se puede hacer para evitar este tipo de tragedias.

Sin embargo, hay algo significativo que podemos hacer. Podemos orar. La oración no es una forma de escapismo para evitar las cosas malas de la vida. Es el medio más eficaz con que contamos para enfrentar el fatalismo que permitiría que el mal gobernara nuestra vida a sus anchas. Cuando elevamos nuestros pensamientos hacia la supremacía del poder divino, la oración desarma el mal disipando el temor, el derrotismo, el pesar, todo lo que nos haga sentir resignados ante las obras del mal. Nos libera para dar los pasos necesarios y acabar con la maldad.

La Biblia abunda en ejemplos de cómo una percepción más amplia de la omnipotencia de Dios nos libera del peligro. Los personajes bíblicos superaron lo que parecían ser circunstancias insuperables, mediante un reconocimiento más claro del poder supremo de Dios. Moisés, Elías y Daniel, para mencionar unos pocos, atribuyeron el poder y la realidad a Dios y no a los males que enfrentaron.

¡Qué sorprendente concepto del mal dio Cristo Jesús al mundo cuando se refirió al diablo como "mentiroso"! Jesús dijo que la supuesta personificación de todo mal era mentiroso y padre de mentira.

Las obras de Jesús indican que él nunca aceptó el mal como definitivo. Sus hechos probaron que el mal de cualquier tipo es siempre un engaño y que siempre puede ser vencido con la verdad. El sanó enfermedades que eran consideradas incurables al atribuir todo el poder a Dios y Sus leyes de salud, en lugar de atribuirlo a la discordia tan evidente a los sentidos humanos. Redimió al malvado y al violento. Por medio de su percepción espiritual pudo ver más allá del horror del mal, y ver la realidad espiritual última de la totalidad y bondad de Dios.

La Sra. Eddy afirma en La Ciencia Cristiana en contraste con el panteísmo: “La definición que Jesús dio del diablo (el mal) explica el mal. Muestra que el mal es tanto el mentiroso como la mentira, una decepción y una ilusión. Por lo tanto, no deberíamos creer la mentira, ni creer que asume forma física o que tiene poder; en otras palabras, no deberíamos creer que una mentira, una nada, pueda ser algo, sino que deberíamos negarla y demostrar su falsedad”. Y agrega: “De esta manera nuestro Maestro echaba fuera el mal, sanaba a los enfermos y salvaba a los pecadores”.

Al actuar de acuerdo con el concepto del mal que tenía nuestro Maestro — probando, por ejemplo, la falsedad del odio al superar sus efectos con valentía y amor — despertamos a la verdad de la omnipotencia y omnipresencia de Dios. Alcanzamos la convicción de que, a pesar de las apariencias materiales, la verdadera naturaleza de cada persona es la semejanza espiritual de Dios, la Vida eterna. El pecado más despreciable o la circunstancia más aterradora, en un profundo sentido espiritual, se percibe como una mentira con respecto a nuestro ser espiritual que es creación de la Vida divina. Nuestras oraciones denotan mayor convicción y dominio espirituales cuando están basadas en una comprensión más amplia de que sólo Dios y lo que El crea son verdaderos.

La espiritualidad genuina no tiene nada que ver con lo oculto. Quienes creen en el ocultismo creen en un mundo ilusorio de llamados “espíritus” buenos y malos. En realidad, sólo hay un Espíritu que es Dios, la Vida incorpórea. El término espiritual sólo se refiere a las leyes y cualidades de Dios, expresadas en Su linaje. Han transcurrido siglos desde que Moisés reprendió a los primeros Israelitas porque adoraban a muchas divinidades, y, sin embargo, en la actualidad hay quienes atribuyen a otros “dioses” un poder superior al del Ser Supremo.

El mundo encontrará la protección que Dios le ha dado contra el mal, cuando aprenda a honrar al Espíritu único, Dios, como el todo poder y la toda presencia que Él es. Entonces estaremos obedeciendo el Primer Mandamiento en la forma en que debe ser obedecido. ¡Cómo reconforta saber que al reconocer la supremacía de Dios podemos comenzar a desarmar nuestros peores temores! El mundo, tal como informan los noticieros todos los días, es un campo de batalla para el bien y el mal, pero podemos confiar en que la victoria estará del lado del bien a medida que cada uno de nosotros utilice el poder supremo de Dios en actos de bondad, integridad, amor y valentía.

Al vivir de acuerdo con el Cristo, con el poder divino que Jesús expresó con gran plenitud, percibimos más fácilmente la vida desde el punto de vista del bien moral y espiritual. Quienes antes quizás encontraban que prácticas tales como el vudú y la brujería eran atractivas, ya no las considerarán así, porque la bondad espiritual habrá llegado a ser para ellos más atractiva y creíble que el mal que ven los sentidos materiales.

La Ciencia Cristiana nos ayuda a encontrar el bien de Dios que está siempre disponible, y regocijarnos en el bien. Nos despierta a la realidad suprema de la Vida divina, ante la cual el mal no tiene poder ni realidad. A medida que comprendemos más sobre la bondad y la realidad de Dios, nuestro temor al mal se desvanece. Armados con la comprensión de lo que es espiritualmente verdadero, somos capaces de hacer algo sobre el mal y sus innumerables mentiras. Nuestras comunidades sentirán el impacto de nuestra vida basada en la oración cuando afirmemos nuestra vida en la omnipotencia y omnipresencia del Espíritu.

Porque has puesto a Jehová,
que es mi esperanza,
al Altísimo por tu habitación,
no te sobrevendrá mal,
ni plaga tocará tu morada.

Salmo 91:9, 10

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