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La curación a través de la operación del Principio divino

Del número de abril de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una Mañana, Nuestra clase en la Escuela Dominical se inició con la pregunta ¿qué es lo que realmente ocurre cuando alguien se sana sólo mediante la oración, cuando no se recurre a la medicina ni a la cirugía? Estuvimos considerando la curación de cáncer facial de un miembro de nuestra iglesia filial.

Toda la iglesia fue testigo de esa hermosa curación. La mujer estaba virtualmente desfigurada por esa protuberancia cancerosa que amenazaba con seguir extendiéndose. La curación, que se efectuó por medio de la oración, fue completa. La protuberancia desapareció, dejándola a ella intacta, en perfecto estado de salud, sin ninguna cicatriz o marca.

De modo que los alumnos preguntaban: ¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Cómo pudo simplemente desaparecer algo tan real y tan sólido en apariencia? ¿Cómo oró ella para lograr semejante resultado?

Esas preguntas nos llevaron a un párrafo del libro de texto de la Ciencia Ciencia y Salud, donde la Descubridora de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy, dice lo siguiente: "La curación física en la Ciencia Cristiana resulta ahora, como en tiempos de Jesús, de la operación del Principio divino, ante la cual el pecado y la enfermedad pierden su realidad en la consciencia humana y desaparecen tan natural y tan inevitablemente como las tinieblas ceden lugar a la luz y el pecado a la reforma".

La curación por medios exclusivamente mentales, espirituales, de lo que aparentaba ser un caso concreto de enfermedad, obviamente requirió que esa mujer se negara radicalmente a aceptar cualquier evidencia del sentido material, por agresiva y persistente que fuera. Esa negativa tiene que haber estado fundada en la ley científica, en la realidad espiritual, y no en simples palabras humanas. Mediante la comprensión de lo que es la oración ella tuvo que mantener una creciente confianza en algo más elevado que la materia para sanarse. Cuando se efectuó la curación, fue la prueba de que la oscuridad llamada enfermedad tangible no era en absoluto sustancia, sino sombra; no era realidad, sino irrealidad. Su desaparición probó que no es la enfermedad, sino la salud lo que es real y sustancial.

En la clase de la Escuela Dominical, pudimos ver, entonces, que fue la operación del Principio divino y no meramente la súplica humana bajo el nombre de oración, lo que condujo a la curación. Pudimos ver que el proceso de curación consiste únicamente en elevar el pensamiento a fin de comprender qué es lo que realmente está sucediendo en el reino de Dios. Esta elevación del pensamiento sacó el mal a la luz y esta "operación" hizo que el error corporal perdiera su realidad en la consciencia de la mujer (el único lugar donde pretendió existir alguna vez) y que desapareciera en forma natural. Los alumnos llegaron a la conclusión de que la curación metafísica implica alcanzar un punto de vista espiritualmente mental, a partir del cual ya no se ve al hombre como material, sino como la inmaculada imagen y semejanza de Dios.

La gente que no está familiarizada con el lenguaje de la Ciencia Cristiana tal vez se sienta desconcertada ante la afirmación de que la enfermedad "no es real" o que es una "ilusión". Después de todo, los sentidos dicen que existe; que es real, que duele. Y si aceptamos sin reservas lo que nos dicen los sentidos materiales, podríamos estar de acuerdo con esa conclusión. Pero no tenemos por qué estarlo.

La respuesta que la Ciencia Cristiana da la enfermedad se encuentra en más de un siglo de curaciones bien comprobadas. A través de la oración como la enseña esta Ciencia, se han sanado miles de casos de enfermedad y de males, muchos de los cuales habían sido desahuciados por los médicos. En toda curación de la Ciencia Cristiana, Dios, el Principio divino del verdadero ser del hombre, opera para elevar la consciencia del que sufre. Lo impulsa a volverse resueltamente de la mesmérica evidencia material cargada de temor, hacia la realidad espiritual de la salud y perfección que el hombre expresa como imagen y semejanza espiritual de Dios. A medida que el paciente va adquiriendo confianza en esta verdad y en el poder sanador de Dios, ve que la evidencia de la enfermedad física va desapareciendo. La oscuridad del pensamiento mortal da lugar a la consciencia divinamente iluminada de la vida espiritual.

Cristo Jesús dijo: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres". Su pensamiento estaba siempre iluminado con la verdad, a través de su sentido de unidad total con Dios. Dijo repetidas veces que él no era la fuente de la curación, sino que Dios, el Padre, hacía las obras. Su grandioso éxito para sanar provenía de su insuperable habilidad para percibir que Dios, el bien infinito, es el único origen de la vida del hombre y que, por lo tanto, los males sólo tienen una naturaleza ilusoria. El vio el pecado, la enfermedad y la muerte como ilusiones, mientras que los demás los veían como realidades. Como el Hijo de Dios, Jesús tenía una comprensión natural de cómo opera el Principio divino. Lo resumió así: "El reino de Dios está entre vosotros".

El método de curación de la Ciencia Cristiana difiere de todo sistema humano para el cuidado de la salud. Es la curación que se produce únicamente por medio del sentido espiritual iluminado. Sólo se apoya en el Principio divino, en el Amor divino siempre en operación. Utiliza las mismas fuerzas sanadoras en las que confiaron hombres y mujeres de la Biblia y que demostraron ser efectivas. Estas fuerzas sanadoras son mentales, no físicas; espirituales, no materiales. La curación por el Cristo no es una acción química o física. Es íntegramente una acción del pensamiento espiritualmente inspirado.

Al recurrir al método de curación por el Cristo usted y yo debemos evitar caer en el error de aplicar ligeramente a éste o aquel problema algunas afirmaciones de la Ciencia Cristiana y llamar a ese proceso "tratamiento". Un error de este tipo corre el riesgo de hacer una realidad de lo que no es más que una falsa creencia, para después comenzar a "tratar" su fingida realidad con el fin de hacerla desaparecer, de alguna manera, en la irrealidad. En lugar de eso, debemos exponer cada sugestión de dificultad, cada pretensión sombría, al brillo de la luz divina, donde podemos ver y probar su nada.

El tratamiento, tal como se indica en la Ciencia Cristiana, es oración, no una fórmula intelectual. En la Ciencia, la oración sincera trae el error del pensamiento ante la presencia del Principio divino, donde es destruido por la omnipresencia del Amor. El enfoque científico es utilizar la dificultad en cuestión para demostrar la manera en que actúa la Ciencia. Es así como cada uno de nosotros puede probar que la operación del Principio divino incluye toda causa y efecto reales. Es así como demostramos, como llegamos a entender, que la Ciencia que Jesús trajo al mundo, cuando se encara y aplica adecuadamente, continúa solucionando espiritualmente todos y cada uno de los problemas, sin tener en cuenta el grado de dificultad de que se trate.

Durante muchos años he amado y meditado sobre esta declaración profundamente espiritual que la Sra. Eddy hace en Ciencia y Salud: "Si el Espíritu o el poder del Amor divino da testimonio de la verdad, éste es el ultimátum, el procedimiento científico, y la curación es instantánea". En este grandioso concepto fundamental, no hay nada que nos induzca a creer que somos personalmente responsables de la curación La Verdad es la que sana. Pero sí somos responsables de nuestros propios pensamientos, y debemos reflejar la Verdad. Nuestra tarea es resistir fuertemente, a través del Cristo, toda sugestión sombría de la mente carnal y reclamar y aceptar para nosotros sólo los pensamientos, las ideas, que dan testimonio de Dios, el Espíritu. Cuando son expuestas a la radiante luz divina, las discordancias que erróneamente hemos concebido como sustanciales pierden su realidad en la consciencia humana y desaparecen.

Dios, el Principio divino, está en operación incesantemente. El Principio divino, el Amor, conoce sólo su propia existencia, su propia perfección impecable, y al hombre como la semejanza de Dios, pura y espiritual. Dios nos conoce únicamente como Su reflejo, manifestando Su iluminación divina. El brilla en la omnipotencia y la omnipresencia, iluminando toda la creación disipando toda sombra; y ésta comprensión es la que sana.

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