La Sra. Eddy, quien instauró The Christian Science Journal, dijo que los estudiantes de la Ciencia Cristiana ”debieran subscribirse a nuestra revista, trabajar por ella, escribir para ella y leerla” (Escritos Misceláneos).
Cuando leí por primera vez este consejo de nuestra Guía, había estado suscrita al Journal (y también al Christian Science Sentinel y a El Heraldo de la Ciencia Cristiana) desde hacía tiempo; y los leía religiosamente (perdonen el juego de palabras), pero no trabajaba ni escribía para ellas. Entonces, allí mismo y en ese mismo momento, decidí orar devota y regularmente para apoyar la misión de cada una de ellas. Pero, ¿escribir para ellas? ¿Yo?
Aunque sabía que uno de los privilegios de ser miembro de La Iglesia Madre es escribir artículos, poesías o testimonios de curaciones para estas revistas, jamás se me había ocurrido que esto realmente me incluía a mí. Pero ahora que lo había considerado, ¿qué iba a hacer al respecto? Decidí considerar devotamente este privilegio todos los días.
Y así lo hice: todos los días, durante meses y meses. Pero siempre se presentaban excusas. Tres de ellas fueron particularmente obstinadas. Quizás usted haya pensado en ellas también: (1) Pero, yo no soy escritora; (2) pero, nada que pudiera decir en estos momentos sería lo suficientemente bueno como para ayudar a alguien; (3) pero, ¿y si después de todo el trabajo que me tomé para escribir un artículo, los Redactores lo rechazan?
De pronto, un día me reí de buena gana cuando me di cuenta de que si éstas y otras excusas para no escribir se presentaban también a otras personas y todos nosotros las escuchábamos, ¿quién iba a escribir? Además, ¿no debiera incluir mi trabajo de apoyo a las publicaciones periódicas (lo que ahora estaba haciendo) el rechazo de estas sugestiones paralizantes? Enfrenté entonces estas sugestiones una por una, y oré.
• Pero, yo no soy escritora. Leí de nuevo la recomendación de la Sra. Eddy. No había allí ninguna especificación acerca de ”escritores”. Ella se estaba refiriendo a ”los estudiantes de la Ciencia Cristiana”. A medida que oraba, una analogía me vino al pensamiento que me ayudó a acallar mis dudas. Recordé la experiencia del hombre que inventó una clase de género adhesivo [Velcro], que se usa para abrochar prendas, zapatillas y otros objetos. Le vino la idea para esto en una forma práctica y sorprendente, cuando trataba de arrancar de sus pantalones de pana la cizaña que se le había adherido al pantalón al caminar por un campo agreste. Este hombre no era inventor, pero tuvo el suficiente interés como para ver la utilidad de un material de calidad espinosa que se puede adherir a un material suave, y fue lo suficientemente diligente como para aplicar este concepto a algo práctico, y lo suficientemente generoso como para compartir con el mundo su descubrimiento. Y cada vez que uso su invento me alegra de que este hombre lo haya compartido con el mundo.
Vi entonces que yo no necesitaba tanto ser escritora como metafísica. Necesitaba tener el suficiente interés como para buscar y conocer más a Dios cada día, ser lo suficientemente diligente como para aplicar esta comprensión cada vez mayor de Su cuidado y gobierno en cada detalle de mi propia vida, y lo suficientemente generosa como para compartir con otros estas vislumbres que estaba adquiriendo de Dios y que me estaban sanando a mí y a mi familia. Esta comprensión cambió mi perspectiva, y me dije: ”¿No amo acaso lo suficiente a mi prójimo como para desear compartir con él lo que es más preciado para mí y que sé lo sanará también?” Y este razonamiento acabó con el argumento ”No soy escritora”.
• Pero, nada que yo pueda escribir ahora podría ser lo suficientemente bueno como para ayudar a alguien. Nuevamente recordé la admonición de nuestra Guía. No dice ”estudiantes de la Ciencia Cristiana que tengan más para decir que otros”. Dice simplemente estudiantes. Cristo Jesús, el Mostrador del camino, fue la luz del mundo; fue el ejemplo más resplandeciente de la naturaleza a la semejanza del Cristo que el mundo jamás haya visto. Pero también aseguró a sus estudiantes (¿y no lo incluye esto a usted y a mí?): ”Vosotros sois la luz del mundo”. Sabiendo que Dios es el que da la luz y que esta luz es nuestra porque somos el reflejo de Dios, veremos cómo podemos obedecer mejor el mandamiento de Jesús: ”Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.
La tentación de pensar que el poder de mi ”luz” espiritual, por así decirlo, era demasiado tenue como para ayudar a otros, se desvaneció cuando recordé la experiencia que tuvo nuestra familia en un paseo a la cueva que se llama ”Mammoth”. Allí, en lo profundo de la tierra, el guía de nuestra gira apagó todas las luces para mostrarnos cuán oscura, cuán inmensamente negra, es una oscuridad total. Entonces el guía preguntó si alguno de nosotros tenía algo para alumbrar. Un hombre tenía una caja de fósforos. Encendió uno, y a pesar de la pequeñísima luz que emitió, ésta fue suficiente como para que los veinte turistas que éramos pudiéramos ver, y hasta para ver cómo salir de la cueva si esto hubiera sido necesario.
La referencia de Jesús de poner una luz en un candelero me ayudó después a comprender mejor el punto. Y la gratitud que sentí por la iluminación que había recibido venció la tentación de pensar que tenía que esconder o almacenar mi luz hasta que llegara a ser una antorcha resplandeciente.
• Pero, ¿y si después de todo el trabajo que me tomé para escribir un artículo, los Redactores lo rechazan? Nuevamente me volví a la admonición de nuestra Guía. No había nada allí que se refiriera a escribir solamente si la colaboración se iba a publicar. La admonición simplemente dice: ”escribir para ella”. Esto me llevó a confiar en que, como pasa con todo lo que damos de corazón, el bien viene de la acción que se pone en práctica, no simplemente de un ”gracias”.
Vi que en este argumento, el resistir no era otra cosa que temor, y ”todo el trabajo” simplemente era orgullo, y que ninguna de las dos cosas era cristiana o científica. Ambas parecían ser mis pensamientos, paralizando mis esfuerzos para compartir la inspiración que estaba ganando mediante la Ciencia Cristiana. Pero tan pronto me di cuenta de que el temor y el orgullo no podían resistir al Cristo, me dije a mí misma: ”Cuando Dios me inspire a escribir, lo haré con amor, sin ceder al temor o al fracaso. Aun si ello significara escribir cien artículos y ninguno de ellos fuera publicado, ni un solo momento empleado en escribirlos habrá sido en vano”. (Además, cuando se devuelve un artículo, esto no es nunca un rechazo al diligente esfuerzo, amor y oración expresados por el autor. Estas cosas son tan valiosas para la misión de las publicaciones periódicas como lo son los artículos mismos.)
Ahora que mis ”tres grandes” temores habían sido silenciados, o, por lo menos, disminuidos, tuve una idea para un artículo, justamente sobre una experiencia de nuestra familia. Se trataba de mudarnos a otra localidad, algo que nuestra familia estaba enfrentando otra vez. (En ocho años, la firma empleadora había transferido a nuestra familia seis veces.) Al comienzo me encontré tratando de convencerme de no escribir sobre el tema, diciéndome: ”¿A quién podría interesarle esto?” El asunto parecía muy trivial comparado con los inmensos problemas del hambre y la guerra que amenazan al mundo.
No obstante, esa noche no me dormí inmediatamente porque estaba pensando acerca de nuestras otras mudanzas, y cómo la oración nos había acercado más a Dios y unido más como familia. Más tarde, esa misma semana, me enteré de las estadísticas sobre las miles de familias que se mudan todos los años, y una amiga me obsequió un nuevo libro, considerado un éxito de librería, sobre el tema de la transitoria sociedad actual. ¿Iba a ser yo tan egoísta de guardar para mí sola la experiencia de cómo Dios responde también a las necesidades de una mudanza, en lugar de compartirla con los demás?
Finalmente, escribí el artículo, tal como Dios me indicó hacerlo. Trabajé muchísimo y me tomó mucho tiempo, pero me mantuve firme y, por último, cerré el sobre y despaché el manuscrito. Nuestra mudanza se desarrolló armoniosamente, y me di cuenta de cómo el prepararme para escribir el artículo, también me había preparado para la mudanza. Recuerdo que me dije durante esa experiencia: ”Aun si el artículo nunca llegara a publicarse, ha producido frutos y he sido obediente”.
En caso de que se pregunten ustedes qué pasó con mi artículo, sí, fue publicado. Otros que he escrito no lo han sido. No obstante, con toda sinceridad puedo decir que nada del amor o del esfuerzo o del progreso o del tiempo que puse en ellos ha sido perdido. Me he sentido alentada a hacer todo mejor: a escuchar mejor, a orar mejor, a sanar mejor, a amar mejor, a escribir mejor.
De manera que, cuando nos vemos tentados a esconder nuestra luz, podemos mantenernos alerta al consejo de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: ”Velemos, trabajemos y oremos, para que esa sal no se haga insípida y esa luz no esté escondida, sino que irradie y resplandezca hasta alcanzar la gloria del mediodía”.
”Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder”, dijo Jesús a sus estudiantes. Y ni aun de noche se puede esconder, porque todas las luces individuales emiten su brillo. ¿No podríamos decir que nuestras publicaciones periódicas son como esta ciudad? Con usted, y usted, y usted, y usted, y yo, todos compartiendo en ella — agradecidos y generosamente — la inspiración y curación espirituales que Dios, el Amor divino, nos ha mostrado, no se pueden esconder.
”El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz”, leemos en Isaías. ¿No le da gusto ser parte de esa luz? ¿No desea usted también compartir esta luz escribiendo?
