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El cuidado de nuestros padres

Escrito para Asuntos de Familia

Del número de julio de 1991 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Con Gran Ternura, una mujer acaricia la mejilla de su madre que se encuentra hospitalizada. "No me iré", le dice, y se sienta durante horas, hablando y escuchando serenamente, como lo ha hecho durante varios días.

Un hombre escucha durante horas a su suegro que le cuenta sobre su pasado, relatos que con el correr de los años se han vuelto mejores, más divertidos.

Una hija muestra a su padre viudo cómo lavar él mismo su ropa.

Cada una de estas personas está cuidando de sus ancianos padres que los necesitan.

Cuidar de nuestros propios padres muchas veces incluye responsabilidades para las que no nos sentimos preparados. Son responsabilidades totalmente distintas — tanto física como emocionalmente — de las que requiere el cuidado de los niños o de gente que no pertenece a la familia. Quizás seamos impacientes con esas innumerables historias del pasado. Ver a una madre incapacitada parte el corazón. Y los padres de edad avanzada quizás se resistan firmemente a recibir nuestra ayuda, porque no desean perder su independencia. Tal vez nos sintamos irritados, o nos parezcan una carga, o sintamos culpa o temor. Con todo, ésas son nuestras obligaciones justas; y nuestro amor nos impulsa a ayudar al querido padre o madre que tanto se preocupó por nuestra seguridad. Muchas veces no sabemos exactamente qué hacer, o cómo hacerlo.

Una cosa es cierta: podemos orar. Podemos pedirle a Dios, el Amor divino, la fortaleza, la sabiduría y el amor para hacer lo que se requiere de la forma más tierna y eficaz.

Nuestro punto de partida para la oración es conocer nuestra propia identidad espiritual. En realidad no somos mortales, separados de Dios, que tratan de arreglárselas con los detalles de la experiencia mortal. Cada uno de nosotros es la imagen de Dios, completamente espiritual, y El nos impulsa a dar testimonio de Su naturaleza omnisapiente y todo-amorosa. El hombre que hizo Dios es completo, perfectamente activo, y está correctamente relacionado con toda la creación de Dios. Estas divinas verdades abrazan la experiencia humana, dándonos fortaleza para llevar a cabo nuestros propósitos, inteligencia para tomar decisiones, y amor para reconocer cuáles son las soluciones y para expresar compasión en cada relación. Reconocer las realidades divinas del ser y escuchar humildemente la dirección de Dios pueden ayudarnos a brindar a nuestros padres el mejor cuidado posible.

Es importante tener en claro las verdades espirituales acerca de nuestros padres; así los desafíos pueden enfrentarse en su justa perspectiva. La Ciencia Cristiana enseña que lo que los sentidos materiales informan sobre cualquier cosa no es la verdad. Las cosas no son lo que parecen ser materialmente. Puesto que la realidad es espiritual, o sea, Dios revelándose a Sí mismo, El gobierna y cuida perfectamente a toda Su creación. Desde esta perspectiva espiritual, puede negarse toda evidencia de incapacidad corporal o mental; no puede ser verdad con respecto a Dios ni a Su semejanza, el hombre. Como afirma la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: "El testimonio de los sentidos físicos a menudo invierte a la Ciencia verdadera del ser y crea así un reino de discordia, asignando poder aparente al pecado, la enfermedad y la muerte; pero las grandes verdades de la Vida, correctamente comprendidas, derrotan ese trío de errores, contradicen a sus falsos testigos y revelan el reino de los cielos — el verdadero reino de la armonía en la tierra".

No podemos dar tratamiento específico por medio de la Ciencia Cristiana a nuestros padres, a menos que nos lo pidan, pero la oración puede darnos la seguridad de que ellos tienen su lugar en el reino de Dios, y por medio de tal oración podemos sentirnos en paz. Eso los bendecirá. La Sra. Eddy asegura a los lectores en Escritos Misceláneos: "Cuando el pensamiento mora en Dios — y no debiera, en lo que a nuestra consciencia respecta, morar en ninguna otra parte — no podemos sino beneficiar a los que ocupan un lugar en nuestro recuerdo, sean éstos amigos o enemigos, y cada uno ser partícipe del beneficio de esa irradiación".

Yo pude comprobar esto en una ocasión. Después de pasar algún tiempo con mi padre cuando acababa de enviudar, tuve que regresar a mi propio hogar. Mi padre estaba solo, allí en la casa familiar, y todavía débil a causa de un accidente automovilístico. Por supuesto, lo llamaba por teléfono con regularidad, y me contaba sus actividades diarias. A veces esos relatos eran inquietantes. ¡Me contaba que había caminado en medio de un fuerte viento y que había tenido que asirse a un árbol para sostenerse, o que había subido al techo del porche para repararlo! Yo estaba a cientos de kilómetros de distancia, y él no estaba dispuesto a tomar las precauciones que yo le sugería. Aunque estaba agradecida por su energía e iniciativa, tenía que superar mi enorme temor por su seguridad. También me preocupaba porque él estaba solo por primera vez sin mi madre. Yo sólo encontraba paz mediante la oración.

Era natural para mí recurrir a las enseñanzas de la Biblia cuando necesitaba curación y consuelo. Recordé que Cristo Jesús llamaba a Dios "Padre". La vida de Jesús demostró una relación muy cercana y práctica con su Padre; él confiaba en que Dios iba a satisfacer todo lo que se necesitaba, y que iba a proveer la curación y el restablecimiento físicos. De hecho, no hay ningún relato bíblico que indique alguna verdadera falla o interrupción en el cuidado de Dios hacia él. Jesús enseñó que todos tenemos un mismo Padre, que responde a nuestras necesidades. El nos aconsejó orar al Padre. Afirmó el amor de Dios por todos y enseñó que la paternidad de Dios se manifestaría en la experiencia diaria.

La Sra. Eddy reconoció a Dios como Padre y también como Madre. Hablando ante miembros de su última clase, ella dijo, como recuerda un estudiante en el libro We Knew Mary Baker Eddy: "En lo humano, es bueno que pensemos en Dios como nuestro Padre y nuestra Madre, en todo momento con nosotros, dándonos todo, vistiéndonos, alimentándonos, dándonos todo lo bueno y lo bello, cuidando de nuestro cuerpo humano. Pero en la metafísica el hombre es la imagen de Dios. El hombre nunca fue un niño que tuviera que crecer. En la metafísica, el hombre refleja todo lo que Dios es".

Cuando comencé a reconocer lo que significa el hecho de que Dios es el Padre-Madre de todos, tuve una mayor certeza de que mi padre, lo supiera o no, estaba al cuidado de su Padre-Madre. Sentí que podía confiar en ese cuidado. Es natural pensar en el amor paternal y maternal de Dios cuando pensamos en el cuidado que El tiene de los niños pequeños. Pero cuando vi al hombre como Su semejanza, y, por lo tanto, la paternidad y maternidad de Dios como continuas, eternas, abarcándolo todo, me sentí tranquila y en paz. Mi padre estaba siempre bajo la influencia de su Padre-Madre Dios. Por medio de la oración y de mi propio desarrollo espiritual, encontré la mejor manera de apoyarlo. Papá recuperó su fuerza. Finalmente se volvió a casar, y yo me sentí inmensamente agradecida porque él fuera tan bendecido.

Estoy segura de que estas verdades se aplican incluso a situaciones mucho más desafiadoras que la que yo viví.

Cualquiera que sea la necesidad, nuestro Padre-Madre Dios nos mostrará cómo satisfacerla de forma que todos sean bendecidos.

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