Creer Que Nuestra inteligencia está determinada por factores hereditarios y del medio ambiente, es engañarnos a nosotros mismos. Semejante sentido material de inteligencia oscila entre el orgullo y la inseguridad. Quizás nos sintamos orgullosos de nuestras capacidades intelectuales al mismo tiempo que tememos que en algún momento pueden hacernos fracasar.
Cuando pensamos acerca de la inteligencia en términos espirituales obtenemos una perspectiva diferente. Si percibimos a Dios como Mente infinita — la fuente de toda sabiduría e inteligencia — comenzamos a captar algo de la naturaleza ilimitada de la verdadera inteligencia.
La inteligencia es, en realidad, una cualidad divina de Dios. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy dice sobre la inteligencia: "Es la cualidad primaria y eterna de la Mente infinita, del Principio trino y uno — Vida, Verdad y Amor — denominado Dios". Y en otra parte del mismo libro, ella habla en estos términos de la inteligencia: "Sustancia; la Mente autoexistente y eterna; lo que nunca está inconsciente ni limitado".
Cuando comprendemos que la inteligencia no tiene nada que ver con la materia, sino que tiene que ver con el Espíritu, Dios, nos damos cuenta de cuál es la verdadera fuente de la inteligencia. El Espíritu es la mente divina que está por encima y más allá de todo sentido humano de limitación. El Unico infinito no necesita adquirir conocimiento a través del tiempo o de la experiencia, puesto que El es la eterna consciencia divina. El incluye todo conocimiento y comprensión.
Podemos ser mucho más sabios y efectivos si renunciamos a una mente material y personal y buscamos la dirección de la Mente divina. En realidad, somos ideas espirituales que reflejan las infinitas capacidades de Dios, y es así como deberíamos conocernos a nosotros mismos. Nuestra verdadera consciencia es la Mente infinita, y cada uno de nosotros individualiza a esta Mente de una manera única. Pero a fin de expresar nuestras aptitudes espirituales, tenemos que renunciar al punto de vista falso acerca de nosotros mismos, que sostiene que poseemos egos mortales y mentes mortales solitarias y limitadas. Cuando logramos ver que la Mente divina, Dios, es el único Ego del hombre, comenzamos a expresar la sabiduría, la inteligencia y la semejanza de Cristo que constituyen nuestro verdadero ser.
Una experiencia que tuve durante mi último año de estudios de postgrado puede servir para ilustrar este punto.
No podía entender por qué un profesor me ignoraba cuando yo levantaba la mano para participar en las discusiones de la clase. Esto se repetía constantemente a pesar de que en más de una ocasión le había manifestado en privado que me había preparado y estaba deseando participar. Al comienzo del curso yo había cambiado de asiento, con su permiso, del fondo al frente de la clase, esperando que él notara mejor mi mano levantada. Pero al ver que esto tampoco daba resultado, me sentí perplejo por su actitud y preocupado por mi calificación, dado que el 80 por ciento de las posibilidades de lograrla dependía de las discusiones que se hacían en clase.
Fue entonces que me puse a aplicar las ideas espirituales que había aprendido en la Ciencia Cristiana. Oré afirmando la totalidad de la Mente divina y mi expresión individual de esa Mente. Negué la existencia de una mente personal separada de Dios y me aferré al hecho espiritual de que el control de la Mente incluye tanto la justicia como la imparcialidad. Por lo tanto, ni el prejuicio, ni el resentimiento ni peculiaridades de la personalidad podían tener poder sobre mí. Al sentirme cada vez más convencido de estas realidades espirituales, sentí confianza en que el Cristo, la influencia divina de la Mente sobre el pensamiento humano, estaba actuando para corregir la situación.
Alrededor de tres semanas más tarde, mientras preparaba la tarea del curso de economía para la clase del día siguiente, tuve un brillante destello de discernimiento que me permitió percibir una serie de soluciones para los complejos problemas del caso que íbamos a discutir. Al día siguiente, pedí permiso al profesor para asistir a la primera de las dos clases que él daba y para comenzar la clase presentando mi análisis del caso en discusión.
Después de terminar mi presentación, llovieron sobre mí las objeciones de la mayoría de mis compañeros. (¡Me sentí como el actor Gary Cooper en la famosa escena del enfrentamiento del clásico del cine High Noon!) También el profesor intervino en el intenso drama. Cerca del final de la clase, nos informó — para sorpresa de todos — que los problemas y las soluciones identificados en mi análisis eran los mismos que él había discernido cuando años atrás fue llamado como consultor para el caso original.
A partir de ese momento, hubo una nueva relación entre nosotros. Cambió de tal manera que un año después de graduarme, tuvo la gentileza de darme una recomendación para un empleo.
Para comprender mejor qué es la inteligencia divina, es útil tomar nota de aquello por lo cual yo estaba no estaba orando. Yo no oré para tener más intelecto humano o para descubrir lo que quería el profesor. Lo que hice fue esforzarme por expresar mejor a la única Mente, Dios. Yo sabía que confiando en la guía de la Mente, la brecha que existía entre el profesor y yo se podía sanar. Mediante esta oración también experimenté una regeneración cristiana, pues pude dejar de lado el enojo y el resentimiento que sentía y reemplazarlos con amor espiritual. La inteligencia de Dios que se expresa en los asuntos humanos es la evidencia del poder del Cristo, la Verdad; y este poder me ayudó a obedecer el mandato de Dios, el de perdonar y amar a mi prójimo y tener un Dios, o sea, una Mente.
El materialismo intenta afirmar que los elementos que componen el cerebro son los que hacen que seamos lo que somos, reduciendo lo malo o lo bueno que hacemos, a reacciones químicas e impulsos eléctricos. Este enfoque implicaría que no tenemos responsabilidad individual sobre nuestros actos.
Pero cuando comprendemos a través de la Ciencia Cristiana que la verdadera consciencia del hombre es espiritual, sin barreras e ilimitada, vemos que somos libres para elegir la rectitud en lugar del pecado. El hecho es que la materia no tiene nada que ver con el ser y las aptitudes que Dios nos ha dado, pues somos en verdad el reflejo del Espíritu divino. Al comprender lo que realmente somos, podemos infundir un tono moral más elevado a nuestra vida, y expresar mayores aptitudes intelectuales.
A medida que el pensamiento humano es redimido y moldeado por el Cristo, la Verdad, cualidades tales como la humildad, la pureza y la receptividad predominan, y nos vuelven accesibles a "escuchar" la guía del Amor divino. Tomamos mejores decisiones porque ya no están basadas meramente en la lógica material, sino en la percepción e intuición espirituales. Nuestro concepto de la gente y de las circunstancias, llega a estar menos influido por tendencias y prejuicios personales. Comenzamos a sentir algo de lo que Jesús quiso decir con "mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo".
El progreso espiritual y el humano exige que busquemos nuestra guía en Dios y que confiemos en algo más que los esfuerzos y métodos del pasado, la preparación intelectual o la experiencia profesional. A medida que aprendemos a obedecer y a ceder a la Mente divina, alcanzamos el sentido espiritual. Su opuesto, el sentido mortal, tal vez sugiera que sigamos aferrados sólo a la rutina familiar en lugar de confiar en la inspiración. Pero el sentido espiritual calmará nuestra voluntad y nuestros temores mortales, y nos permitirá percibir las oportunidades que el Amor divino nos tiene reservadas. Tal como hizo el patriarca Abraham, según lo describe la Epístola a los Hebreos, nosotros podemos aventurarnos a salir al "lugar" que no conocemos. Podemos sentirnos libres del temor de cometer errores y confiar en que el Amor corregirá y guiará nuestros pasos.
Utilizar el sentido espiritual es expresar la inteligencia divina. Imbuidos de ella, también podemos probar que nunca somos demasiado jóvenes o inexpertos para expresar buen juicio, ni somos demasiado viejos y aferrados a nuestros puntos de vista para ser flexibles y originales. La inteligencia del sentido espiritual nos permite percibir nuevas relaciones entre ciertas variables que aparentemente no guardan correlación entre sí, y emprender la solución de problemas de una manera perspicaz y creativa.
La verdad del ser, tal como es revelada en la Ciencia Cristiana, puede traer a luz nuestra habilidad de expresar la inteligencia divina. A medida que esta verdad va liberándonos del materialismo y del pecado que éste incluye, nuestro pensamiento se eleva y se siente inspirado por la gracia y el brillo del Cristo.
