Un Hombre A quien conozco tuvo una desavenencia con uno de sus compañeros de trabajo. Era obvio que la posición de mi amigo era la correcta. Pero había algo que no estaba bien. El estaba indignado y enojado con su colega. Tenía razón, pero tenía razón en forma incorrecta. Cuando reconoció esto, se esforzó por acercarse a su compañero con más humildad y perdón, o sea, por tener razón de manera correcta. En pocos días, la diferencia que los separaba fue resuelta de una manera justa y armoniosa.
Muchos nos hemos encontrado en circunstancias similares: del lado correcto de una situación pero procediendo con un espíritu que no es el correcto. Por ejemplo, un padre que está dando a su hijo una justa corrección, quizás se encuentre expresando impaciencia o enojo. Un miembro de una iglesia, al percibir que en una asamblea se puede adoptar un procedimiento mejor, tal vez se exprese con justificación propia u obstinación. Un conductor, al tener derecho al paso, puede avanzar con rudeza o arrogancia. Hay muchas situaciones en que es fácil tener razón en forma incorrecta.
El desafío consiste en prestar la misma atención a los "medios" que a los "fines", reconocer que la manera cómo uno alcanza su meta es tan importante como lo es el alcanzarla. Pues si dejamos de considerar el espíritu o la actitud de nuestro intento, inadvertidamente socavamos o aun trastocamos el bien que quisiéramos llevar a cabo.
Esto no tiene el propósito de minimizar la importancia que tiene adoptar un posición correcta. A veces hemos llegado a una determinada conclusión mediante mucho razonamiento, mucha experiencia, oración y hasta lucha. Por supuesto que adoptar la posición correcta es mejor que adoptar la incorrecta.
Pero las enseñanzas de Cristo Jesús ponen de manifiesto la necesidad de examinar y purificar el espíritu o motivo subyacente. Es evidente que un hecho correcto debe apoyarse en un pensamiento correcto.
Por ejemplo, cuando Jesús visitó la casa de Marta y María, Marta prosiguió haciendo con diligencia la tarea que a ella le parecía era la correcta. Estaba preparando la comida para su amado huésped. Pero ella estaba cumpliendo esa tarea, que era válida, de una manera equivocada. Estaba irritada porque su hermana, sentada a los pies de Jesús, escuchaba atentamente lo que decía el Maestro en lugar de ayudarla en la preparación de la comida. De modo que la amorosa acción de Marta quedaba anulada por un sentimiento de enojo.
¿Y quién de nosotros no ha visto que actos dignos de elogio de vez en cuando han sido socavados por una sutil corriente de crítica o impaciencia? Es evidente que es preciso vigilar no sólo nuestra conducta, sino el tono interior de nuestros pensamientos.
La Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), al explicar nuestra identidad real, nos ofrece la base para un examen de conciencia y para la cristianización de nuestros motivos. La Ciencia revela que, contrariamente a nuestras convicciones basadas en la materia, somos en realidad hijos espirituales de Dios, la Mente divina.
Como linaje de la Mente divina, reflejamos de un modo natural la aptitud de conocer lo correcto y de hacer lo correcto. De hecho, la creación de la Mente perfecta nunca puede ser menos que correcta. El hombre de Dios responde eternamente al impulso divino. El hombre de Dios no ha sido creado para vivir correctamente y pensar incorrectamente. Tampoco ha sido formado para pensar correctamente y vivir incorrectamente.
Puesto que Dios es consecuente, sin disparidad entre el saber y el hacer, Su expresión directa, el hombre, no puede experimentar diferencia alguna entre el saber y el hacer. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribe en No y Sí: "Para Dios, saber es ser; es decir, lo que El sabe debe existir verdadera y eternamente". Y agrega: "El es la Mente; y todo lo que El conoce se manifiesta, y debe ser la Verdad".
La consciencia y la acción son una misma cosa; ésta es totalmente correcta en Dios, y, por lo tanto, en el hombre. Comprender esto es reconocer que en realidad una experiencia en la cual uno tiene razón incorrectamente no tiene existencia verdadera. Equivale a una fase de la creencia humana destinada a ser corregida y borrada.
Cuando a través de la oración aceptamos el hecho cristianamente científico de nuestra unidad con la Mente divina, silenciamos esta creencia y llegamos a pensar y a actuar con mayor corrección. Esto implica subordinar el sentido personal respecto a nosotros y a los demás. Significa mantenernos alerta a fin de oponer resistencia a la justificación propia y a la superficialidad que debilitan y trastornan la acción correcta. Incluye detectar y eliminar diariamente los pensamientos incompatibles con el esfuerzo correcto.
Cuanto más comprendemos la unidad de Dios y el hombre y vivimos de acuerdo con ella, tanto más estamos siguiendo al Cristo. El Maestro fue consecuente en su reconocimiento de esta unidad espiritual que dio rectitud a sus pensamientos y acciones. Fue obediente al impulso divino, no sólo cuando lo demostraba públicamente, sino en todo momento, en cada pensamiento.
Adoptar este espíritu del Cristo sanador nos capacita para tener razón en forma correcta, y suavemente nos lleva a ver a los demás en su rectitud espiritual verdadera. Realmente podemos llegar a vernos a nosotros mismos y a los demás eternamente rodeados del cuidado del Amor divino. Podemos comenzar a experimentar el hecho de que Dios no sólo origina la actividad correcta, sino que El hace que se ponga en práctica en forma armoniosa. Todas las ideas útiles y correctas, así como su realización, proceden de la Mente divina omniactiva.
Nuestra tarea es estar humildemente atentos a la guía de la Mente, confiar en ella y, de esta manera, ser la manifestación que Dios ha dispuesto que seamos. Entonces descubrimos que el único lugar donde existe el engaño es en la mente de los mortales, como una especie de autoengaño adormecido. Pero en cualquier momento uno puede despertar y ver la relación de Dios y el hombre. En cualquier momento uno puede avanzar más allá del autoengaño de tener razón sólo superficialmente, hacia la paz de tener razón interiormente. Y cada vez que hacemos tal corrección nos acercamos más a expresar nuestro verdadero ser y estamos mejor equipados para orar en forma efectiva.
El tono de nuestros pensamientos y actos en todo momento es un aspecto vital de la oración sanadora. Si bien nuestra oración específica debe ser precisa y concienzuda en sus aseveraciones, es igualmente importante que el espíritu (y la vida) que rodean esa oración, sean correctos.
La Sra. Eddy une el contenido y el contexto de la oración sanadora cuando declara en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: "Por los argumentos verídicos que uséis, y especialmente por el espíritu de Verdad y Amor que abriguéis, curaréis a los enfermos".
Nuestras oraciones son avaladas, o invalidadas, por la forma en que vivimos. Nuestro esfuerzo por hacer lo que sabemos que es correcto en nuestro trabajo un martes por la tarde puede ser sorprendentemente apropiado para la oración que hacemos con el fin de obtener una curación física el domingo por la noche.
Aquí nuevamente estamos procurando seguir el ejemplo de Cristo Jesús, cuya vida diaria era perfectamente consecuente con sus oraciones. Estamos esforzándonos por vigilar nuestro pensamiento, por actuar con motivos altruistas y llegar a conclusiones honestas.
Y, lo que es más importante, estamos trabajando para percibir la unidad de Dios y el hombre que sustenta al espíritu correcto de todo logro verdadero.
El es la Roca, cuya obra es perfecta,
porque todos sus caminos son rectitud;
Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él;
es justo y recto.
Deuteronomio 32:4