Cuando Era Niña para mí era natural sentirme cerca de Dios, escuchar Su voz que me guiaba, y confiar de todo corazón en Su habilidad para librarme del mal. Aunque mis padres no asistían a la iglesia, tenían fe en Dios y me llevaban con mis hermanas a la Escuela Dominical de una iglesia protestante. Oraba a Dios como se me enseñaba y trataba de aplicar en mi vida diaria lo que aprendía en la Escuela Dominical. Una vez, cuando estuve enferma con rubeola, sentí la presencia de Dios, y escuché con toda claridad las siguientes palabras: “Yo soy tu Vida”. Este mensaje de Dios fue un hecho importante en mi desarrollo espiritual y me hizo más receptiva a la guía de Dios.
Durante mi primer año en la universidad, mi padre fue asesinado. Esto me hundió en un estado mental de desesperación y oscuridad. Mi mundo, tal como lo había conocido hasta ese entonces, ya no sería el mismo; y no podía encontrar consuelo en ninguna parte. Tenía preguntas que requerían respuestas espirituales. Sentía un profundo deseo de conocer mejor a Dios y de comprenderlo verdaderamente. Sabía que sólo Dios podía llenar el vacío que sentía.
Unos meses después, una amiga comenzó a compartir conmigo algunos conceptos que había leído en un libro. El libro era Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy, y se lo pedí. Desde el momento en que comencé a leerlo, me di cuenta de que explicaba lo que ya había comenzado a aprender sobre Dios y mi relación con El. Me encantó la primera frase: “Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones”. Estas palabras trajeron luz a mi ensombrecida conciencia. Leía el libro constantemente, hasta cuando iba en camino a mis clases y también durante los almuerzos; no podía dejarlo. ¡Había llegado la luz! Superé el pesar y la depresión.
En este estado de pensamiento iluminado tuve otra curación. Durante algún tiempo me habían estado apareciendo tumores debajo del brazo, causados por un virus. Había tenido que recurrir a la cirugía para extirparlos, pero habían crecido nuevamente. Les había aplicado ácido varias veces al día, pero sólo habían desaparecido temporalmente. Después de comenzar el estudio de la Ciencia Cristiana me puse en contacto con un practicista de la Ciencia Cristiana y le pedí que orara por mí. Recuerdo que me sentí elevada, inspirada, iluminada. Sané y la condición no ha vuelto a manifestarse.
En 1987 mi hijo comenzó a tener forúnculos. Me esforcé por mantener en todo momento mi pensamiento en el verdadero ser de mi hijo como una idea que emana de Dios, la Mente omnipotente, quien crea sólo el bien y mantiene toda función del hombre real. Llamé a una practicista para que orara y apoyara mi oración y la de mi familia. Y mi hijo sanó.
Durante la primavera de 1990, mi otro hijo sanó de los síntomas de pulmonía. Juntos oramos, y su fortaleza espiritual fue un factor clave en la curación. Además su maestra de la Escuela Dominical lo visitó para expresarle su afecto y apoyo. Durante ese tiempo una frase de Ciencia y Salud me ayudó mucho. Dice así: “No consintáis que ni el temor ni la duda oscurezcan vuestro claro sentido y serena confianza, que el reconocimiento de la vida armoniosa — como lo es la Vida eternamente — puede destruir cualquier concepto doloroso o creencia acerca de lo que la Vida no es”.
En determinado momento me esforcé por elevar mi pensamiento y recurrir directamente a Dios, la Mente divina. Me sentí inspirada por el pensamiento de que la Mente divina, en la cual confiábamos, tenía todo el poder para destruir la enfermedad y el sufrimiento. Desde ese momento me sentí en paz. Mi hijo mejoró diariamente y sanó por completo.
Dios es realmente mi Vida, como me lo aseguraron cuando era niña. La Ciencia Cristiana es el Consolador prometido que Cristo Jesús nos anticipó que Su Padre — y el nuestro también — enviaría. Alabo a Dios y le agradezco este maravilloso regalo.
Tallahassee, Florida, E.U.A.