Hace Algun Tiempo me apareció un tumor en un párpado. Más tarde noté que estaba perdiendo gradualmente la visión de este ojo y que el tumor estaba creciendo. Aun cuando el miedo y la vergüenza trataban de dominarme, oré y permanecí en calma. Mi calma estaba basada en la comprensión de mi verdadera identidad espiritual como hijo de Dios, que no está atrapado en las garras del mal y que no posee malos rasgos de carácter.
Le pedí a un practicista de la Ciencia Cristiana que me diera tratamiento metafísico. El practicista me aseguró que el hombre, creado a la imagen y semejanza de Dios, es espiritual, libre de toda discordia o desarmonía; que el hombre, en verdad, es totalmente perfecto e intacto como Dios lo creó; y que el tumor no formaba parte de mi verdadera naturaleza.
También medité sobre algunos textos bíblicos entre ellos: “Todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá” (Eclesiastés). Entonces me di cuenta de que este tumor no podía tener realidad alguna, porque Dios no lo había creado. Al continuar mi estudio me sentí fortalecido y confortado con este texto de Mateo: “Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada”. También me ayudó el leer en Ciencia y Salud, por la Sra. Eddy, que Dios, la Mente divina, gobierna el cuerpo completamente. Llegué a la conclusión de que Dios, el creador de todo lo real, gobierna solamente lo bueno y lo real. Por consiguiente, este tumor, al no ser de Dios, era irreal y no tenía lugar en la creación de Dios.
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