La Justicia Es una de las piedras angulares de la civilización. Sin una confiable y consecuente norma de justicia cualquier sociedad tendría, en el mejor de los casos, una existencia insustancial. En el peor de los casos, esa sociedad llegaría a ser malvada, abusiva, deshumanizante, un depredador destructivo que se alimenta de los temores más sombríos de su pueblo.
Aun así en las sociedades libres, la justicia se debe proteger con desvelo. La gente debe tener especial cuidado en asegurarse que los derechos básicos no se debiliten con el tiempo por medio de la indiferencia y la apatía o a través de malentendidos y prejuicios. Y uno de los derechos humanos más fundamentales que se debe preservar con tesón es la libertad de culto.
Si a un grupo de ciudadanos responsables, por más pequeño que sea, se le negara el derecho de practicar su religión en forma libre, de acuerdo con los dictados más profundos de su consciencia, la sociedad entera finalmente se perjudicaría. Cualquier merma de un derecho humano tan elemental también reduce directamente la riqueza, la vitalidad y la diversidad que realmente le brinda fortaleza a una sociedad. Siempre que una libertad individual fundamental está en peligro, la libertad y la justicia de cada uno de nosotros están en riesgo.
Por supuesto, que todos los sistemas de leyes humanas están limitados en su capacidad para establecer una justicia y libertad absolutas e infalibles. Lo mejor que podemos hacer humanamente es tomar el sistema legal disponible en la actualidad y trabajar con diligencia a través de todos los canales legales para clarificarlo, purificarlo y dignificarlo. En la medida que la ley esté imbuida de genuina imparcialidad, compasión y sabiduría, la libertad verdadera y permanente se volverá cada vez más una realidad práctica para todas las personas.
La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, no estuvo exenta de la intolerancia religiosa. Una y otra vez en los últimos años del siglo diecinueve y comienzos del veinte, sintió el aguijón de la persecución dirigida en contra de la joven iglesia que ella había establecido. A pesar de eso, ella también tuvo gran fe en que con el tiempo los ciudadanos de una sociedad libre y democrática apoyarían los derechos religiosos. En un momento, la Sra. Eddy escribió: “Toda legislación y ley coercitiva de carácter inconstitucional e injusto, que infrinja los derechos individuales, tendrá que ser ‘corta de días, y hastiada de sinsabores’. La vox populi, por medio de la providencia de Dios, promueve e impulsa toda reforma auténtica; y en el momento más apropiado, corregirá errores y rectificará injusticias” (Escritos Misceláneos).
Detrás de la oportuna y apropiada acción de la “vox populi”, la Sra. Eddy claramente vio el efecto del poder divino que estaba en operación para transformar los pensamientos y acciones humanos. Fue solo “por medio de la providencia de Dios” que finalmente se podía ver y seguir el curso de acción correcto.
La Ciencia Cristiana declara que la ley de Dios es suprema. Esta ley divina gobierna toda la creación de Dios. Y, como enseña la Ciencia Cristiana, debido a que el hombre, la verdadera identidad espiritual e individualidad de cada uno de nosotros, vive en realidad en el universo espiritual de Dios para expresar Su voluntad divina, es Su ley la que mantiene todo el bien verdadero que experimentamos. La ley de Dios es la que brinda orden, forma, continuidad, armonía y libertad permanente a la vida del hombre.
Cristo Jesús les explicó con claridad a sus discípulos que ellos tenían la obligación de obedecer las leyes de la tierra en la cual vivían. El también les mostró, no obstante, a través de la demostración práctica, que su confianza final debe estar siempre en la ley divina.
Cuando hubo la exigencia de pagar los impuestos al gobierno romano, Jesús no dudó, y en el libro de Marcos se narra que dijo: “Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”. Entonces, cuando un hombre con una mano tullida necesitó que lo sanaran en el día de reposo, el Maestro no encontró ninguna necesidad de confiar en leyes materiales de la fisiología o en los códigos farisaicos. Hubo, por el contrario, una ley divina de la salud perfecta y espiritual, que Jesús sabía que estaba en operación todo el tiempo. Jesús sanó completamente la mano del hombre.
Si nosotros, como los actuales seguidores de Jesús, hacemos nuestra parte ayudando a asegurar la igualdad de derechos a la que cada uno legítimamente tiene derecho, por supuesto que debemos vivir de acuerdo con el más alto sentido de ética y de integridad y obedecer la ley concienzudamente. Al mismo tiempo, debemos reconocer con claridad, que siempre nos estamos apoyando en la más elevada ley de Dios, el Principio divino, para mantener nuestra paz y libertad, nuestra salud y totalidad. Y a medida que la sabiduría divina y el amor de Dios gradualmente dan forma a nuestros actuales sistemas legales, los códigos humanos y derechos individuales estarán más cerca de la norma divina universal, la norma de la libertad y justicia totales para todos los hijos de Dios.