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La presencia de Dios: un poder gentil

Del número de agosto de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una Mañana Desperte sintiéndome muy enferma. Esa noche tenía que asistir a una importante reunión, pero no estaba segura de poder ir. Oré con devoción afirmando mi perfección espiritual como hija de Dios, pero no me sentí mejor. Decidí asistir a la reunión de todas maneras, pero me senté al fondo del auditorio porque no estaba segura de cuánto tiempo iba a poder permanecer allí. Comencé a orar nuevamente pidiéndole a Dios que me dijera lo que necesitaba saber. Fue entonces cuando me vinieron al pensamiento las palabras de un poema de la Sra. Eddy. La primera línea me aportó de inmediato paz y curación: “Gentil presencia, gozo, paz, poder”. Esta fue justamente la inspiración que necesitaba.

De pronto me fue muy claro que el verdadero poder no sólo podía ser, sino que es, la gentil presencia de Dios. Me di cuenta de que este poder espiritual, que procede de Dios, estaba en ese mismo instante rodeándome con armonía, paz y gozo. Por cuanto la enfermedad no es ni armoniosa ni pacífica ni gozosa, no podía formar parte de la presencia gentil y todopoderosa de Dios; por lo tanto, no podía formar parte de mí al ser Su imagen espiritual. Los síntomas desaparecieron y, lo que es más importante, la reunión fue excepcionalmente armoniosa.

En la Ciencia Cristiana aprendemos que la Verdad omnipotente se escucha como “una voz callada y suave”; así que ¿cómo puede sorprender que el poder sea gentil? Las Escrituras describen a Dios, el creador de todo, como “el Todopoderoso”, en otras palabras, que posee todo el poder. El es Espíritu infinito, sin comienzo ni fin, una presencia infinita. Dios también es Amor divino, el dador de todo lo que es bueno; de hecho, El es el bien mismo. De esto se desprende que Dios tiene que ser Amor todopoderoso así como también la fuerza más gentil.

El poder de Dios no pierde nada de su fuerza u omnipotencia por ser gentil. El Amor nunca es menos que Amor, ya sea que se le considere como omnipotente o bondadoso, o como el bien que lo abarca todo. La presencia de Dios es a la vez gentil y poderosa, y aporta verdad espiritual que podemos aplicar en nuestra vida diaria.

¿Ha observado usted en las películas sobre la naturaleza que dan en la televisión, cómo algunos animalitos se protegen a sí mismos? Permanecen absolutamente quietos ante la presencia de un enemigo. El enemigo, al no ver ningún movimiento, se va y las pequeñas criaturas se salvan. La inmobilidad de estos animalitos es una especie de poder gentil que los protege.

En un relato bíblico, leemos que Elías comprendió mejor a Dios y obtuvo una nueva confianza en El, en quietud, después de haber sido “bombardeado” por viento, terremoto e incendio. Hoy en día, al vernos confrontados por violentas erupciones de pandillas delincuentes, crímenes y la adicción a las drogas, podemos seguir el ejemplo de Elías y practicar la quietud espiritual. En el sosiego de ese poder gentil podemos escuchar la inspiración y orientación espirituales que nos van a ayudar a echar fuera el temor y a encontrar las soluciones. Cuando dejamos que Dios gobierne nuestra vida, encontramos tranquilidad y paz, y podemos percibir mejor las soluciones para nuestros problemas porque nos encontramos menos atrapados en la lucha mental del temor que nos distrae de las respuestas siempre disponibles de Dios.

En cierta ocasión, me hallé enfrentando un grave problema de relaciones humanas. Comparado con los muchos problemas del mundo, el mío era de menor importancia, pero para mí era muy serio. El enfrentar este desafío fue algo importante en mi propósito de ver el gobierno de Dios en acción. Cada desafío que vencemos en nuestra propia experiencia es una prueba de que la Verdad y el Principio benefician al mundo entero.

Yo trabajaba para una mujer muy honesta y bondadosa, quien, por temor a su negocio, de pronto se volvió muy irritable y condenadora. Yo había trabajado para su compañía durante muchos años y ella sabía de mi lealtad. No obstante, contrató a un nuevo empleado a quien le dio muchos beneficios. Por último, le dio a este empleado mi oficina y le prometió tener parte en el negocio. Este nuevo empleado hizo comentarios denigrantes sobre mis habilidades e interés en el negocio. De pronto me encontré, sin previo aviso, relegada a un horario parcial y prácticamente eliminada de toda decisión en la compañía. Se me asignaron tareas de mínima importancia tres días a la semana. Me sentía ofendida, traicionada y furiosa. Cuando iba a trabajar llevaba conmigo la carga de mis emociones, de manera que la situación empeoró aún más. Se acercaba la Navidad y mi entusiasmo por esta festividad sencillamente era nulo.

Por último, sentí que la situación era tan intolerable que estaba dispuesta a renunciar a mi puesto. Llamé a mi esposo para decirle que iba a dejar mi trabajo. Mi esposo me sugirió que orara antes de hacerlo, “tan sólo unos cinco minutos”, me dijo. Aun cuando yo no quería orar por encontrarme demasiado ocupada rumiando mis sentimientos heridos, finalmente, cedí. El tiempo que pasé orando me calmó y me condujo a escribir una afectuosa carta de renuncia, sin acusaciones serias. Mi renuncia fue aceptada y me retiré pacíficamente.

Pero aun así, sentí que debía seguir orando porque todavía abrigaba un gran resentimiento. A medida que transcurrían las semanas mi actitud acerca de la situación comenzó a cambiar. Empecé a sacar a mi ego del camino y a escuchar la dirección de Dios. Comencé a practicar la quietud espiritual.

Algún tiempo después, sentí que debía ir a la compañía y hacer una visita a mi antigua empleadora. Realmente no sabía con qué me iba a encontrar, pero sabía que debía confiar en lo que había estado escuchando espiritualmente. La confianza es una aceptación del bien a la manera en que la aceptan los niños.

Cuando me encontré con mi antigua empleadora, ésta se hallaba en un mar de problemas. Tanto su secretaria como el nuevo empleado habían renunciado a sus puestos el mismo día. El nuevo empleado le había mentido repetidas veces y ahora se sentía traicionada. Yo podía haberle dicho: “¡Te lo dije!” Pero en lugar de regocijarme en su desventura sentí mucha compasión por ella y le ofrecí mi ayuda, la cual aceptó gustosamente. Reconoció su error y me ofreció un aumento de sueldo. Permanecí con la compañía por algunos meses hasta que se me presentó una nueva oportunidad, y las necesidades de mi empleadora también fueron satisfechas. Al separarnos, esta vez lo hicimos como genuinas amigas.

Cuando vemos al mundo como empujado de un lado a otro por el odio, la brutalidad y el terrorismo, no tenemos por qué aceptar el cuadro como permanente o poderoso. La gentil autoridad del bien nos asegura, pese a lo que se diga en contra, que Dios es la única Mente, el único creador, gobernador y Vida del hombre y del universo. Dios, el bien, es Todo. Por lo tanto, el odio, la venganza y los horrores que parecen tan reales y difíciles de solucionar no son nada más que una creencia de que hay más de una mente gobernante, más de un Principio del universo, más de un solo Dios.

El Maestro, Cristo Jesús, comprendió el poder sanador de la verdadera gentileza. La Biblia relata que el Maestro dijo una vez a sus discípulos: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado”.

Al vivir la realidad del bien y del Amor, comprobamos su poder. La Verdad siempre tiene que ser verdadera, en toda situación, ya sea en relaciones humanas entre personas o entre pueblos y naciones.

Apoyamos todos estos casos en su demostración de la presencia gentil y poderosa de Dios cuando oramos y nuestras oraciones se basan en la comprensión de que todos somos, en realidad, el reflejo espiritual de nuestro Hacedor.

El verdadero poder es una manifestación de la gracia, la bondad y la armonía del Amor. Nos asegura que la presencia apacible, amorosa y gentil de Dios está en medio de nosotros.

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