Cuando Era Niño me sentía muy preocupado por la crueldad de la vida. No podía comprender las maldades que las personas se hacían unas a otras. Aun en la escuela la crueldad no se abatió. Si bien las cosas habían cambiado mucho y a los niños ya no se los disciplinaba con tanto rigor, cuando yo era joven no era raro que los maestros usaran largas y duras varas para castigar a los niños.
El castigo físico era sólo una forma de angustia. Además, yo temía a muchas cosas, como la creencia de que el futuro del hombre es totalmente inseguro, que él está gobernado por las estrellas y que la pura suerte ensombrese cada día de su vida.
Hace muchos años tuve una experiencia que demuestra muy bien el temor opresivo que yo sentía. Mi familia se había mudado a un pueblo en las montañas de mi país. Una noche, salí a caminar con el propósito de ir conociendo el lugar. Cuando bajé por un camino, había una casa vieja, y abrí la puerta del frente. Había caído la noche y, en medio de la oscuridad, vi dos ojos brillantes que me miraban. Pensé que era el mismo diablo.
Mi imaginación se desató influida por las advertencias que me habían hecho a menudo mis mayores de que algún día el diablo iba a venir a buscarme. Salí corriendo hacia mi casa. Pero mi falta de capacidad para resolver este temor de mi niñez representó para mí un desafío más grande en la vida a medida que maduraba. Siempre parecía que tenía temor a algo, especialmente cuando tenía que tomar decisiones.
Sin embargo, llegó un día en que ocurrió algo que cambió mi vida y me enseñó a vencer el temor. Me fui de viaje para visitar a unos parientes. Una de mis hermanas que nunca había salido sola, se las había ingeniado para asistir a una reunión a la que la habían invitado. Era una reunión de Científicos Cristianos. En la reunión le dieron ejemplares del Heraldo, y al regresar me dio un ejemplar.
A medida que leía, una luz iluminó mi vida. Decidí investigar esta enseñanza cristiana. Poco después, nuestra familia fue invitada a asistir a una conferencia de la Ciencia Cristiana. Fue una experiencia maravillosa y pronto obtuve un ejemplar de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens). Comencé a estudiarlo junto con la Biblia a diario.
Asimismo, comencé a examinar mi vida con una convicción nueva y espiritual de la unidad del hombre con Dios. A medida que comprendía más a Dios y que la naturaleza del pensamiento humano es una aparente mezcla de bien y de mal, me di cuenta de que yo no carecía de poder para cambiar mi manera de pensar. Estaba aprendiendo que Dios es el bien y que El es el Amor divino. Dentro de mí creció un profundo deseo de vivir en armonía con Dios. Pronto comencé a comprender que la regeneración espiritual también trae curación física. Ya no me apoyaba en las medicinas sino en la oración, oración que me elevaría para comprender la verdadera naturaleza del hombre como la imagen y semejanza de Dios, Su hijo espiritual.
Estaba contemplando en mi propia experiencia la verdad de una declaración de Ciencia y Salud: ¿El estar dispuesto a llegar a ser como un niño y dejar lo viejo por lo nuevo, dispone al pensamiento para recibir la idea avanzada. Alegría de abandonar las falsas señales del camino y regocijo al verlas desaparecer es la disposición que ayuda a acelerar la armonía final. La purificación de los sentidos y del yo es prueba de progreso”.
El primer paso que di fue el asegurarme a mí mismo que la totalidad de Dios es absoluta y sostiene la integridad del hombre. Me di cuenta de que el mal no tiene el poder que parece tener. Es una decepción, una mentira, porque no tiene poder otorgado por Dios ni nunca lo tendrá. A medida que estudiaba la Biblia, comprendía que nuestro Maestro, Cristo Jesús, demostró que el mal no es ni definitivo ni supremo; que no tiene autoridad ni fundamento derivados de la ley de Dios. Por lo tanto, todo mal debe ceder, finalmente, al poder de la Verdad, la Vida y el Amor divinos. El momento más precioso de mi vida fue cuando conocí la Ciencia Cristiana. Esto fue lo que me trajo libertad y liberación del temor, la angustia y la dureza que me habían atormentado.
Para mí, la Ciencia Cristiana trajo luz a mi oscura habitación, donde había estado confundido por muchas sombras del pasado. ¡Qué lejos había estado yo de comprender, en una mínima parte, a Dios! Aun así El estaba tan cerca de mí que pude llegar a comprender que las limitaciones que me habían atado eran en realidad ficticias y carecían de existencia.
Cada persona tiene esta misma oportunidad y habilidad de ser libre. De hecho, el primer requisito es tener el deseo de ser libre y la disposición de cambiar la manera de pensar y de vivir. Nuestra verdadera naturaleza no es ni material ni limitada, puesto que el hombre es el linaje espiritual de Dios y está absolutamente gobernado por Dios que es totalmente bueno. El hombre verdadero es libre, y esto es lo que yo he aprendido en la Ciencia Cristiana. El ignorar nuestro ser espiritual no es una situación permanente, aunque, como yo aprendí, la ignorancia espiritual puede imponer en nosotros mucho infortunio y calamidad hasta que aprendemos la verdad acerca de Dios y el hombre.
Una experiencia me llevó al lugar donde de niño había creído que me había enfrentado con el diablo. Yo era profesor y había solicitado un nuevo puesto como director de un centro de estudios avanzados. Como resultado de este nuevo puesto me mudé a una provincia en el área de Cuzco, cerca del pueblo en las montañas al que se había mudado mi familia. Cuando llegué, me hicieron muchos comentarios acerca de los desafíos que se enfrentan al vivir en alturas tan grandes y de la enfermedad que puede resultar.
Si bien yo había negado estos comentarios, una noche cuando me iba a acostar me sentí enfermo y mi corazón estaba latiendo con tanta fuerza que no podía dormir. Al principio me sentí aterrado y pensaba que no iba a poder respirar normalmente debido a la altura y a la falta de oxígeno. Oré para acallar mi temor, y entonces pensé en esta declaración de Ciencia y Salud: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo”. Teniendo esto en mente, comencé a identificarme como la idea espiritual y perfecta de Dios, el gran Todo-en-todo. Los síntomas de la enfermedad por la altura desaparecieron y me dormí, y después de despertar al día siguiente me fui a trabajar y no tuve ningún problema con la altura en los dos años en que viví en el área.
Poco después de esa curación, un día que salí en viaje de negocios, el autobús se detuvo en el pueblo donde yo, de niño, había abierto la puerta de la casa vieja. Era también de noche, y al mirar el campo comprendí que lo que yo había creído que eran los ojos del diablo no eran otra cosa que luciérnagas de verano.
La luz del Cristo, la Verdad, que ha venido a mi vida mediante el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana, ha destruido los temores que por tanto tiempo oscurecieron mi vida. Ahora sé lo que el Maestro quería decir cuando dijo, en el Evangelio según Juan: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Esta libertad de mente y cuerpo es lo que yo he encontrado en la Ciencia Cristiana.
Yo soy la luz del mundo;
el que me sigue,
no andará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida.
Juan 8:12