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El momento más precioso de mi vida

Del número de agosto de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Era Niño me sentía muy preocupado por la crueldad de la vida. No podía comprender las maldades que las personas se hacían unas a otras. Aun en la escuela la crueldad no se abatió. Si bien las cosas habían cambiado mucho y a los niños ya no se los disciplinaba con tanto rigor, cuando yo era joven no era raro que los maestros usaran largas y duras varas para castigar a los niños.

El castigo físico era sólo una forma de angustia. Además, yo temía a muchas cosas, como la creencia de que el futuro del hombre es totalmente inseguro, que él está gobernado por las estrellas y que la pura suerte ensombrese cada día de su vida.

Hace muchos años tuve una experiencia que demuestra muy bien el temor opresivo que yo sentía. Mi familia se había mudado a un pueblo en las montañas de mi país. Una noche, salí a caminar con el propósito de ir conociendo el lugar. Cuando bajé por un camino, había una casa vieja, y abrí la puerta del frente. Había caído la noche y, en medio de la oscuridad, vi dos ojos brillantes que me miraban. Pensé que era el mismo diablo.

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