“Hay Esperanza Para tu porvenir” fue el tema de una de las reuniones de jóvenes argentinos y uruguayos que se llevó a cabo en Montevideo, Uruguay, los últimos tres días de mayo de 1992. El siguiente artículo es un resumen de la charla que dio Pedro Grieco, colaborador de las publicaciones periódicas.
“¡Para progresar aquí, tienes que sobresalir en algo!” “Si no tienes experiencia, nadie te va a dar trabajo”. “Aquí no hay futuro; es mejor irse a otra parte”.
Comentarios como los de estos jóvenes muestran la frustración de aquellos que tienen poca fe en el futuro. No obstante, hay otros que ven una promesa en el futuro. ¿Cuál es la diferencia? Es como ellos perciben la vida. ¿Se identifican con cosas externas, o con el ser espiritual y real del hombre? Debemos empezar por preguntarnos: ¿Cuál es la realidad de mi vida? ¿Cuál es la verdad acerca de mi comunidad, más allá de lo que se ve en la superficie? A medida que entendemos lo que sucede desde un punto de vista espiritual, sabremos cómo hacerle frente al futuro y mejorarlo.
La Biblia nos da un excelente ejemplo acerca de la necesidad que tenemos de mirar más allá de lo que parece ser bueno en la superficie y discernir qué es lo que tiene promesa de principio a fin. Cuando Dios llamó al profeta Samuel para ungir a un nuevo rey, Véase 1 Sam. 16:1–13. que sería elegido de uno de los ocho hijos de Isaí, él pensó primero que Eliab sería el escogido porque era alto y de hermosa presencia. Pero Dios le dijo a Samuel que él estaba mirando las apariencias externas solamente, pero que la sabiduría divina juzga las intenciones del corazón. En otras palabras, lo que es importante no es la marca de nuestra ropa o nuestra estatura, o nuestra buena apariencia, sino los pensamientos profundos de nuestro corazón y nuestra mente.
El hermano más joven de Eliab, David, que estaba cuidando las ovejas, resultó ser el ungido, el futuro rey de Israel.
¿Qué tenía este joven que no tenían los otros?
Lo que tenía de diferente era la forma de ver y enfrentar la realidad. Esto quedó demostrado tiempo después cuando David se enfrentó con Goliat, el gigante de los filisteos, que desafió a Israel. Véase 1 Sam. 17:23–51.
Dice la Biblia que los israelitas huían de la presencia de Goliat llenos de miedo, porque no solo era su estatura de alrededor de tres metros, sino que estaba armado hasta los dientes. Llevaba un casco de bronce en su cabeza y una cota de malla de bronce que cubría su cuerpo y que pesaba unos cincuenta y siete kilos. El hierro de su lanza pesaba más de seis kilos y hasta sus piernas estaban cubiertas de bronce.
Ahora bien, ¿cómo veían el futuro los soldados israelitas? No muy prometedor, ¿verdad? Sin embargo, David no se amilanó y dijo al rey Saúl: “No desmaye el corazón de ninguno a causa de él; tu siervo irá y peleará contra este filisteo”. El rey le dijo que él era demasiado joven y sin experiencia; en cambio Goliat era un hombre de guerra desde su juventud.
¿Acaso David fue ingenuo al pensar que tenía alguna posibilidad de ganarle a Goliat? ¡No! Porque él tenía su experiencia como pastor que lo respaldaba. Si un oso o un león atacaba a las ovejas, él lo seguía y rescataba la oveja. Y si lo atacaba a él, David los enfrentaba, sintiéndose protegido por Jehová.
Aquí vemos que David se sentía confiado, no porque tenía mejores armas, era más fuerte, conocía artes marciales o era más astuto, sino porque tenía una visión diferente de la realidad. El estaba seguro, por lo menos hasta cierto punto, de que el hombre es inseparable de Dios. El estaba seguro de que si Dios lo había librado y protegido de las garras del león y de las garras del oso, El también lo libraría de la mano del filisteo.
Cuando Goliat vio a David, lo desdeñó, y maldijo a David por sus dioses. David le respondió diciendo: “Tu vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano”.
Aquí vemos otra vez dos concepciones de la realidad y cómo enfrentar el futuro. La primera depende de la apariencia externa de la persona. La segunda se apoya en la convicción interior de la relación que tiene el hombre con Dios. La primera confía en armas materiales y la fuerza bruta. La segunda consiste en confiar en Dios, sabiendo que El es el único poder. Esto no depende de apariencias o elementos externos; manifiesta confianza en una seguridad interior y en el discernimiento espiritual.
Es por esto que es importante conocer las armas espirituales, como la oración, porque la confianza y el entendimiento que se obtienen por medio de la oración nos ayudan a vivir cualidades como el valor, la inteligencia y el discernimiento espiritual, con las cuales enfrentar cualquier circunstancia adversa y ser el vencedor.
¿Cuál fue el resultado de la lucha? David, con su honda y una piedra, hirió al filisteo en la frente y lo mató. El joven que confió en Dios, fue el vencedor.
La Biblia tiene muchos relatos acerca de Moisés, Elías y otros profetas, los que, ante graves problemas, demostraron que tenían otra visión: la visión espiritual. Este reconocimiento de la fidelidad de Dios para con Sus hijos y Su bondad, nos ayuda a entender que somos inseparables de Su amor. Y a medida que aprendemos a confiar en el Amor divino, nos sentimos más esperanzados del presente y el futuro. Para progresar debemos desarrollar la cualidad de la visión espiritual.
Sabemos que Cristo Jesús nos dio el ejemplo supremo de la capacidad de ver más allá del aspecto superficial de las cosas. En una oportunidad, nos relata el Evangelio según Mateo, el Maestro y sus discípulos estaban en una barca en el mar. Mateo 8:23–26. Mientras él dormía, se levantó una gran tempestad. Los discípulos lo despertaron porque tenían mucho miedo, diciendo: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” La Biblia nos dice: “Levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza”.
¿Cómo fue que el Maestro podía ver la realidad más allá de las apariencias? ¿Cómo pensaba Jesús? El decía que su juicio era justo y verdadero porque no trataba de hacer su voluntad, sino la voluntad de su Padre. Como Jesús, en momentos de prueba o tentación podemos orar, tener inspiración, y dejar que la voluntad de Dios se manifieste. Como resultado, seremos bendecidos y otros lo serán también.
Cuando tenía diecisiete años tuve una experiencia que probó esto. Un día, después de recibir el cheque de mi sueldo, fui al banco a cobrarlo. Puse el dinero en mi bolsillo sin contar los billetes. Mi sueldo era de unos ciento veinte dólares, pero cuando lo conté poco después, tenía doscientos veinte dólares. ¡Tenía cien dólares de más! Un amigo me dijo: “¡Repartámonoslo a la mitad; total, nadie se va a dar cuenta!”
El dinero extra me hubiera venido bien para pagar los gastos de mis estudios universitarios, pero luego de meditar un poco, tuve la certeza de que el dinero no era mío y volví al banco. Después de todo, la Regla de Oro es hacer con los demás, lo que deseamos que los demás hagan con nosotros. La necesidad respecto a esta regla es aplicarla no solo cuando nos beneficia, sino también cuando beneficia a los demás; en otras palabras, todo el tiempo.
Cuando llegamos el banco, estaba cerrado. Pero luego de golpear la puerta, nos abrieron. Les dije que habían cometido un error al cobrar mi cheque, y que quería ver al cajero o al tesorero. Me hicieron pasar y fui a ver al cajero que me había pagado. Cuando le devolví el dinero extra, él se sintió muy aliviado. El había estado muy preocupado acerca de la pérdida del dinero y lo habría tenido que reponer de su salario. Para qué les voy a contar cómo me agradeció en nombre de su familia, que aparentemente estaba necesitada. Me fui del banco sintiendo como si hubiera ganado un gran premio.
Tres días después mi jefe me llamó a su oficina y me felicitó por haber hecho quedar bien a la empresa, por haber sido honesto. A la semana siguiente me volvieron a llamar de la gerencia. Muy serios, estaban allí el contador de la compañía y el gerente general, y yo estaba preocupado. Entonces me preguntaron si aceptaría un nuevo empleo en otra compañía que estaban comenzando a formar. Allí, sería el encargado de la administración. Antes no habían pensado en mí, pero mi honestidad los llevó a ofrecerme el empleo, pese a ser muy joven.
Así fue como aprendí a manejar una empresa en todos sus detalles y me capacitó para otros empleos cada vez mejores. Como pueden ver, no es solamente la experiencia lo más importante. También son importantes nuestros valores morales y espirituales. La Sra. Eddy explica en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Cada fase sucesiva de experiencia descubre nuevas perspectivas de la bondad y del amor divinos”.Ciencia y Salud, pág. 66.
El futuro no viene enlatado. Si deseamos un futuro mejor, debemos ejercitar la visión espiritual que discierne la supremacía de Dios y la seguridad del hombre bajo Su sabio gobierno. Tenemos que expresar la naturaleza divina, elevando las banderas de la justicia, la verdad, la pureza, la honestidad y el amor. Con la fortaleza espiritual que proviene de Dios, todos podemos progresar con dignidad.
