En esta parte del país donde yo vivo, la Navidad se festeja en la época más oscura del año. A las cuatro de la tarde, prácticamente ya no hay luz. Es por eso que para mí son tan especiales las luces navideñas que adornan las casas y los árboles de nuestro vecindario. Con cada lucecita que brilla cálidamente en cada casa, casi se puede olvidar la oscuridad, aun en la noche más sombría y fría. Un año, pocas semanas antes de Navidad, miré por la ventana del frente y vi la estrella de Navidad más luminosa y perfecta que brillaba desde la casa de mi vecina. Cuando mi hija le contó cuánto nos había gustado, ella le explicó que su marido la había hecho soldando perchas de metal y colocándole luego más de doscientas diminutas lamparitas. Eso hizo que apreciáramos aún más la estrella.
Al día siguiente tocaron el timbre de nuestra casa. Era nuestro vecino con una bonita armazón con forma de estrella ¡para nosotros! Sólo le faltaban las luces. Estábamos tan contentos que no veíamos el momento de ver brillar también a nuestra estrella.
En cuanto conseguimos las lamparitas y comenzamos a colocarlas en el armazón, descubrimos que esto era más difícil de lo que habíamos imaginado. Finalmente cuando logramos colocar todas, vimos que varias hileras se habían quemado, dejando más de un extremo a oscuras. Una estrella sin luz o parcialmente iluminada es lo mismo que nada.
Después de varios días de pasar delante de la estrella apagada, comenzamos a aprender una lección acerca de la Navidad y de la importancia de la luz y el amor de la Navidad. Durante varios días mis hijos habían estado muy ocupados pensando en cuántos regalos recibirían, discutiendo acerca del momento de abrirlos y discutiendo más que de costumbre. Conversamos sobre nuestra estrella navideña y notamos lo inútil que era sin luz. Entonces nos dimos cuenta de que una Navidad con los regalos más maravillosos, con actividades cuidadosamente planeadas y con reuniones familiares, pero sin amor, alegría y generosidad, podría dejarnos tristes y desilusionados. Si escucháramos primero a Dios, el Amor, obedeciéndolo luego con nuestras palabras, pensamientos y acciones, esto sería como agregarle luz a nuestra estrella de Navidad.
La Biblia relata que hace muchos años, los reyes magos siguieron a una estrella de Navidad especial hasta donde estaba el niño Jesús. Pues bien, esa estrella estaba en el cielo para que todos la vieran y la siguieran, pero la Biblia nos dice que sólo unos pocos pastores y tres reyes magos llegaron al pesebre. ¿Por qué? ¿Por qué no hubo allí grandes multitudes o largas filas de gente dirigiéndose hacia donde estaba el niño Jesús, es decir, filas como las que se ven frente a los grandes centros comerciales o en importantes acontecimientos deportivos?
A los que fueron guiados al pesebre, se les exigía algo muy importante: debían estar preparados para recibir un mensaje o señal especial. Los pastores estaban en una apacible campiña, cuidando diligentemente a sus ovejas bien alejados del bullicio de la ciudad. Permanecían despiertos mientras la mayoría dormía. Y los reyes magos, como eran sabios, ocupaban su tiempo en la búsqueda de ideas más elevadas. Ambos grupos debían ser lo suficientemente humildes y obedientes como para dejarlo todo. Ellos fueron dirigidos hacia un recién nacido: el niñito Jesús, quien iba a crecer para mostrar al mundo el significado verdadero de las promesas de Dios y la forma en que el amor de Dios puede sanar todo. Los pastores y los reyes magos no sabían todo lo que iba a ocurrir en el futuro, pero podían sentir que algo maravilloso estaba cambiando al mundo y ellos querían rendirle homenaje y comprenderlo.
Actualmente cuando celebramos la Navidad, no podemos ir al pesebre como los reyes magos o los pastores para encontrarnos con aquel recién nacido, Jesús. Pero todo lo que Cristo Jesús nos enseñó acerca de Dios, del amor que él vivió y cómo llevar a cabo la curación, permanecen siempre aquí. Cada vez que callamos para escuchar los pensamientos de Dios o cuando amamos desinteresadamente u oramos, estamos viendo la estrella y vamos hacia el Cristo, la Verdad, que Jesús vivió. Entonces nos volvemos más sabios y alertas. No necesitamos guardar esto para un día especial llamado Navidad. Puede suceder todos los días si así lo deseamos.
La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “Cristo expresa la naturaleza espiritual y eterna de Dios”.Ciencia y Salud, pág. 330. Podemos encontrar al Cristo, esta naturaleza verdadera de Dios, cuando estamos dispuestos a abandonar las viejas maneras de pensar, tales como discusiones, egoísmos y peleas cotidianas, tal como los pastores y los reyes magos dejaron sus ovejas y sus hogares para encontrar algo más maravilloso que cualquier regalo material: el amor que Dios tiene por nosotros y por todos. Este es el hecho más importante de la Navidad porque mejora todo en nuestra vida. Alcanzamos a percibir el cálido amor que Dios siente por nosotros y nos vemos como el muy amado hijo de Dios: espiritual, hermoso y puro. Entonces podemos sentir el resplandor del Cristo, la Verdad, que nos dice que Dios está con nosotros ¡siempre!
A medida que vivamos esta Verdad, brillaremos como una estrella de Navidad, para ser vistos por todos. Nuestro altruismo y nuestro amor ayudarán a otras personas, y así sus vidas dejarán de ser oscuras y tristes. Entonces estaremos haciendo lo que el Cristo Jesús adulto mandó a sus seguidores que hicieran. El dijo: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Mateo 5:16. Cuando todos brillemos a la vez, ¡imaginen la luz que irradiaremos juntos!
P.D.: Finalmente logramos que nuestra estrella brillara en nuestra ventana y pasamos una Navidad maravillosa.
En clara noche resonó
de gloria la canción,
la bella historia de amor
el mundo escuchó,
de paz y buena voluntad
que Dios al hombre dio.
El mundo atento escuchó
los ángeles cantar.
Del Himno N.º 158, Himnario de la Ciencia Cristiana
    