En esta parte del país donde yo vivo, la Navidad se festeja en la época más oscura del año. A las cuatro de la tarde, prácticamente ya no hay luz. Es por eso que para mí son tan especiales las luces navideñas que adornan las casas y los árboles de nuestro vecindario. Con cada lucecita que brilla cálidamente en cada casa, casi se puede olvidar la oscuridad, aun en la noche más sombría y fría. Un año, pocas semanas antes de Navidad, miré por la ventana del frente y vi la estrella de Navidad más luminosa y perfecta que brillaba desde la casa de mi vecina. Cuando mi hija le contó cuánto nos había gustado, ella le explicó que su marido la había hecho soldando perchas de metal y colocándole luego más de doscientas diminutas lamparitas. Eso hizo que apreciáramos aún más la estrella.
Al día siguiente tocaron el timbre de nuestra casa. Era nuestro vecino con una bonita armazón con forma de estrella ¡para nosotros! Sólo le faltaban las luces. Estábamos tan contentos que no veíamos el momento de ver brillar también a nuestra estrella.
En cuanto conseguimos las lamparitas y comenzamos a colocarlas en el armazón, descubrimos que esto era más difícil de lo que habíamos imaginado. Finalmente cuando logramos colocar todas, vimos que varias hileras se habían quemado, dejando más de un extremo a oscuras. Una estrella sin luz o parcialmente iluminada es lo mismo que nada.
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