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Saludos efusivos, sin temor

Del número de diciembre de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los Escuchamos Entre conocidos que se cruzan en la calle. Los leemos en notas pegadas en la puerta del refrigerador: “¡Hola! Estoy en... Volveré a la hora de la cena”. Nos llegan en cartas y en tarjetas de Navidad de muchos colores. Generalmente, hay más sentimiento que sustancia en el lenguaje de los saludos diarios. Y, sin embargo, algo dulce emana de esas notas garabateadas a toda velocidad y de la mano del amigo que se agita en ademán de saludo cordial. Nos dicen que las relaciones son cálidas, que nuestra vida está en orden.

Por supuesto, hay ocasiones en que los saludos no resultan tan fáciles ni pueden hacerse con tanta comodidad, como por ejemplo si uno concurre a una reunión social donde hay muchas caras desconocidas, o cuando recién se ingresa a una organización, o cuando uno comienza a asistir a un curso nuevo en la escuela. Esa clase de encuentros suceden a diario y pueden parecer hechos triviales si se los compara con los acontecimientos preocupantes y de tanta envergadura que ocurren en el mundo. Pero, la manera en que respondemos a situaciones incómodas o molestas que no revisten mayor importancia, puede enseñarnos la forma más adecuada de responder a problemas de gran importancia.

Si nos resistimos a encontrarnos con otras personas, si estamos luchando contra la timidez o una extremada vergüenza, lo que debemos hacer es enfrentar el temor. Si evitamos estar en contacto con los demás como medida de precaución, para no tener que vernos en situaciones incómodas, ¿no es ésta una respuesta basada en el temor?

Hay varias teorías y técnicas para luchar contra ese temor, muchas de las cuales se basan en pensar de una manera positiva. La Ciencia Cristiana nos alienta a buscar la solución más allá de la mente humana, que es la verdadera base del problema, hacia la Mente divina, la única Mente, Dios. Esto nos permite descartar el temor de una manera espiritual y científica.

La Ciencia del Cristo nos ayuda a ver y a comprobar que la única Mente perfecta, el Amor divino, no incluye ni causa temor y que ésta es nuestra verdadera Mente, la Mente genuina de cada uno de nosotros. La Ciencia corrige el concepto básicamente incorrecto que afirma que la vida del hombre es mortal y material, separada del Amor y expuesta a sufrir temor o daño.

El mensaje sanador del cristianismo que elimina el temor, no nos dice que la creación incluye elementos discordantes que el hombre puede evitar, sino que Dios, el bien, es el único creador — el Espíritu y el Amor perfectos— y que El no produce nada desemejante a Sí mismo, nada que pueda ocasionar aflicciones o temor. Las palabras del autor de una de las epístolas del Nuevo Testamento reconfortan al afirmar: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”. 2 Tim. 1:7.

Cuando nos preocupamos menos por la manera de integrarnos mejor o de cómo hacer frente a tantas personalidades humanas, y nos ocupamos más en conocer mejor a Dios, descubrimos la razón por la cual Su linaje no puede formar parte de los innumerables egos llenos de contradicciones; sino que por el contrario, constituye la expresión individual y perfecta del único Ego o Mente, que no incluye nada indeseable. Cada persona es esencial para la expresión completa del ser. El ser genuino está gobernado por Dios; Su gobierno es universal y expresa Su naturaleza pura, como Amor.

Una mañana, en la intersección de dos calles céntricas muy transitadas, una tierna escena me recordó el gobierno de esta mano estable y gentil. Una mujer conducía un grupo de niños, alrededor de veinte, en edad preescolar. Todos iban en fila, tomados de la mano y se disponían a cruzar la calle. Algunos no habían terminado aún de cruzar cuando las luces del semáforo comenzaron a cambiar. Al final de la fila había una persona mayor observando atentamente a cada niño mientras todos iban cruzando. Ninguno sentía temor ni estaba ansioso. Nada había cambiado excepto la luz. Los autos seguían detenidos. Los niños continuaban riendo y cantando. Durante todo ese tiempo, ellos obedecieron cada una de las indicaciones que se les impartían y pronto pudieron continuar su camino ya sobre la vereda.

La falta de temor no es un atributo exclusivo de los niños pequeños. Cuando nos acercamos más a Dios, depositando en El toda nuestra confianza y obediencia, también nosotros gozamos de protección en todo lo que hacemos. Un ambiente distinto, la presencia de caras nuevas o la perspectiva de una actividad diferente, no deben ser causa de ansiedad. El gobierno siempre perfecto de Dios no desaparece cuando se nos presenta algo nuevo. La sabiduría divina no se interrumpe. No se calla la inteligencia. El amor de Dios no se aleja. Mary Baker Eddy escribe: “El Amor divino es nuestra esperanza, fortaleza y escudo. No tenemos nada que temer cuando el Amor está al timón del pensamiento, sino todo para gozarlo, en la tierra y en el cielo”.Esc. Mis., pág. 113.

La oración revela todo aquello que siempre está con nosotros. No es necesario esperar que las circunstancias o la gente cambien para abrir en mayor medida nuestro corazón a Dios y de este modo experimentar de alguna manera Su control, invariable y consolador. Nuestra oración no es un medio para comunicarle a El nuestros temores; por el contrario, debemos ceder ante la única Mente y escuchar sus pensamientos puros y sanadores, ser receptivos a la serena influencia del Amor perfecto, que extirpa el temor.

La oración que sana y salva, se basa en un deseo honesto de ser espiritualmente amorosos y puros, ser la imagen de Dios, el Amor divino. Todo aquello que intente dañar esta imagen e impedirnos aceptar que tanto nosotros como los demás somos en verdad semejantes a Dios, es algo que debemos expulsar de nuestra consciencia. Por ejemplo, podemos rechazar por ser falsa, cualquier sugestión de que la intolerancia, el egocentrismo o la animosidad formen parte de una creación totalmente buena. Todo aquello que intenta impedirnos mantener relaciones positivas y de cooperación con los demás, no debe producir temor, sino que hay que desecharlo, pues es una mentira acerca de la verdadera naturaleza del hombre.

Eso no significa que podemos prescindir de la sabiduría en nuestras relaciones. Pero el razonamiento hecho sobre una base espiritual, nos ayuda a ver a los demás, incluso a la gente que vemos por primera vez, tal como ellos deben ser vistos. A través de esa perspectiva más espiritual, podemos sentirnos más seguros y libres de mostrar ante los demás nuestros pensamientos y nuestra vida. ¡No podemos sentirnos tímidos o sentir vergüenza por reflejar a Dios, el Amor divino! Si hay en nosotros un deseo de ser más útiles, de brindar consuelo, de impartir alguna enseñanza o meramente de ser un buen ejemplo, podremos disfrutar las valiosas experiencias que nos esperan cuando nos esforzamos por expresar y dar testimonio del maravilloso bien que nuestro creador ha puesto libremente al alcance de todos.

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