Los Dias Eran muy fríos y se volvían cada vez más cortos. En las caminatas que yo hacía por las tardes, mi sombra parecía cada día más larga. Algunos problemas, cuya solución me resultaba difícil, habían influido en mí para que mi estado de ánimo fuese tan sombrío como el atardecer. Los adornos de Navidad iban apareciendo uno a uno; adornos dorados, guirnaldas, luces. Pero ninguna de esas cosas traía luz a mis perspectivas.
Desde hacía algún tiempo, la época de Navidad no era para mí una de mis épocas favoritas. La excitación en constante aumento, los comercios compitiendo para atraer clientes, los sonidos metálicos de los villancicos, todo parecía una burla de lo que verdaderamente trae satisfacción. Yo pensaba que rechazando los festejos mundanos estaba honrando el sentido espiritual de la Navidad. En realidad, deseaba que llegara enero cuanto antes (cuyos días en mi país son grises y sin mayores atractivos), y, entretanto, simplemente ignoraba la Navidad.
Pero ese año había leyendo ocasionalmente algunos libros de la Biblia. Una mañana, al comenzar el Evangelio según Juan, los versículos iniciales me conmovieron. Leí acerca del Verbo que era Dios, la vida que era la luz de los hombres, la luz que resplandecía en medio de la oscuridad y el Verbo hecho carne. Al principio, solamente percibí la gloria del advenimiento de Cristo Jesús. Pero esto me hizo querer sentir la Navidad de un modo diferente.
Lo que más me impactó fue la siguiente afirmación de Juan: “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia”. Juan 1:16. Como Científica Cristiana me consideraba una discípula fiel de Jesús y anhelaba expresar en mayor grado el espíritu del Cristo, la Verdad. Sin embargo, muy a menudo sentía como si estuviese tratando de emular a quien es nuestro Ejemplo, pero desde un punto de vista muy apartado del suyo, donde lo que menos se expresaba era la gracia. Juan relacionaba la aparición del Salvador con la llegada de la gracia para todos. Al reflexionar sobre este pasaje, se me ocurrió que la melancolía que sentía en esa época del año no provenía tanto del materialismo de los demás como del mío propio. Necesitaba obtener un nuevo sentido de la Navidad que estuviera más abierto al Cristo, al mensaje del bien que Dios da a la humanidad.
Para la percepción humana es evidente que la Navidad celebra la aparición de un bebé nacido en medio de los humildes animales que pueblan un establo, con los pastores y reyes magos que llegaron para rendirle homenaje. El niño, que fue proclamado el Salvador, trajo a la tierra un bien tan maravilloso que sólo podía provenir de Dios.
Pero ¿cuál es el significado más profundo de la misión del Salvador? ¿Es posible, tal como a menudo se afirma, que la Navidad marque el comienzo de una maravillosa, aunque breve, interrupción de la vida habitual, a través de un poder proveniente de otro mundo?
Al estudiar el Evangelio según Juan a la luz de la Ciencia Cristiana, encontramos algo nuevo y diferente acerca de la aparición y la misión de Jesús. Se nos dice que el Verbo era Dios. Por su misma naturaleza, el Verbo, o sea, aquello que es espiritual, no puede formar parte de su opuesto, lo material. Pero la Vida divina, Dios, no puede permanecer eternamente oculta. Tal como la luz destruye la oscuridad, debe abrirse paso a través del sentido erróneo que afirma que la existencia es material. La realidad espiritual se debe imponer por encima de la creencia general de que la vida es finita y propensa al sufrimiento, la enfermedad y a su eventual aniquilación.
Por lo tanto, durante la primera Navidad lo que se presentó a un mundo material, no fue un poder sobrenatural. Más bien, a través de la vida y las obras del Mostrador del camino, apareció la Vida en medio de la ignorancia mortal que constituye el reino material. Tal como la Sra. Eddy dice en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany: “Yo celebro la Navidad con mi alma, mi sentido espiritual, y de este modo conmemoro la entrada del Cristo en el entendimiento humano, concebido del Espíritu, de Dios y no de una mujer — como el nacimiento de la Verdad, el amanecer del Amor divino emergiendo por encima de las tinieblas de la materia y el mal, con la gloria del ser infinito”.Miscellany, pág. 262.
Si el advenimiento de Cristo Jesús significó realmente la manifestación del hombre y de la creación espirituales, las implicaciones que ello traería a todos los hombres y mujeres, son incalculables. Significa que la santidad y el dominio que él manifestó de un modo tan completo, están al alcance de todos. La aparición de Jesús nos permite ver lo que significa ser creado por Dios. Obtenemos una vislumbre de la gracia que, tal como lo proclama Juan, debe ser parte también de nuestra herencia.
¡Qué diferente resultaba todo ahora! Por primera vez le encontré un significado muy profundo a la Navidad. Pude ver que el nacimiento ponía al descubierto la realidad original, revelaba al hombre de Dios, y abría el camino para que hombres y mujeres pudieran descubrir que su verdadero ser era espiritual. Me mostró que la gracia era posible para mí.
Muchos detalles que para mi pensamiento carente de inspiración parecían tan faltos de interés, como la pompa rutinaria con que se celebran ciertas festividades, se volvieron para mí profundamente conmovedores. El consentimiento desinteresado me María ante el anuncio sin precedentes del ángel, el establo protector en medio de una población bulliciosa, los humildes pastores y los reyes magos atraídos por una estrella insólita, los sueños que informaron a José acerca del origen inmaculado del niño y de la necesidad de buscar en Egipto un refugio seguro: todo ello me ayudó a ver con más claridad la manera en que el orden sagrado de Dios se mantiene de un modo inamovible. La realidad espiritual penetra a través de las normas terrenales por más sombrías y obstinadas que éstas sean.
Esta nueva comprensión de la natividad me reveló con claridad la exigencia verdadera que implica ser una discípula del Maestro. No somos mortales que ansiosamente esperan — o impasiblemente se niegan— a elevarse por encima de una naturaleza carnal llena de frustraciones. En realidad, nuestra naturaleza es espiritual. Podemos seguir a nuestro grandioso Ejemplo, debido a que la gracia que él expresó de un modo tan perfecto, es también nuestra herencia. De todos modos, no tenemos otra opción que la de seguirlo, puesto que los derechos de primogenitura que él manifestó tan plenamente, son también nuestros. De hecho, el mismo poder sagrado que hizo posible el nacimiento, impulsa nuestro deseo de ser discípulos. El agitar nuestro pensamiento, rompe la ilusión tranquilizante de que la vida es algo que depende de las experiencias que tenemos en el mundo. Despierta en nosotros la sensibilidad espiritual, el valor y la humildad, a través de los cuales la identidad real y espiritual se vuelve sustancial para nosotros.
Ese año en mi celebración de la Navidad no hubo apatía ni cinismo. Hasta los villancicos más conocidos que la congregación de la iglesia entonaba con entusiasmo, parecían ricos en significado. Los problemas que me preocupaban se fueron haciendo cada vez menos reales, y cuando la realidad espiritual se abrió camino, quedó demostrado que no tenían importancia.
El verdadero significado de la Navidad es tan profundo, tan grandioso, que el sentido material quisiera siempre empequeñecerlo con el falso brillo de ornamentos y otras nimiedades. Pero aunque en esos días la trivialidad imponga sus tintes, no puede alterar la revelación de que el hombre es espiritual. Este es el presente incomparable que Dios brinda a la humanidad. Nos despierta para que nos despojemos de la pereza, el temor y el egoísmo que intentan arraigarnos en la materia, y nos insta a vestirnos con el dominio y la santidad que por derecho ya nos pertenecen. Estamos realmente preparados para seguir al Maestro porque podemos descartar cada vez más los pensamientos carnales, reemplazándolos con la gracia que pertenece a todos los hijos e hijas de Dios.
    