La Epoca De Navidad no siempre resulta fácil. A veces, difiere bastante de las ilustraciones de corte idealista que vemos en las tapas de las revistas o en los programas festivos que presentan por televisión, donde vemos a las familias reunidas alrededor de una chimenea encendida, en el marco de un paisaje nevado. De hecho mucha gente se enfrenta a una Navidad que es por triste comparación, una desoladora escena de pobreza y falta de hogar o un paisaje interior de aflicción y soledad.
Para personas, la época de las fiestas les ocasiona preocupaciones de índole secundaria, como por ejemplo tener que hacer compras a último momento o pasar interminables horas en la cocina preparando la cena de Navidad y luego limpiando y ordenando todo.
Hay una Navidad en especial que nunca olvidaré. Mi marido y yo habíamos invitado a unas quince o veinte personas, entre familiares y amigos, a una comida de Navidad en las últimas horas de la tarde. Yo había planeado un menú especial que pensé que iba a ser del agrado de todos.
Pero dos días antes de Navidad, una querida amiga se suicidó. Ella dijo que no podía seguir adelante con un matrimonio desdichado.
En la mañana de Navidad me embargó una profunda tristeza. Lo que menos quería era pasar el día entero en la cocina. Los obsequios, las recetas especiales, el tedio de la preparación de la cena, todo parecía muy insignificante, frente a la tragedia de mi amiga. Yo hubiera dado cualquier cosa por suspender todas las actividades de ese día. Pero había tanta gente de por medio, especialmente mi marido y los niños, que esperaban la cena con tanta alegría, que yo no podía defraudarlos. Por lo tanto, puse la mesa, preparé la comida y también oré.
Me esforcé por entender el verdadero significado de la Navidad, algo que yo sabía que estaba mucho más allá del pavo, los pasteles, los regalos y los invitados. Me di cuenta de que más allá de la celebración del nacimiento de Jesús, ocurrido en Palestina hace casi dos mil años, la Navidad conmemora el amanecer de la luz espiritual en una época material, tanto entonces como ahora. Es la verdad de la omnipotencia de Dios y del cuidado incesante por todos Sus queridos hijos, que irrumpe a través del pesar y la tristeza del materialismo. Es la celebración de la llegada del Cristo, la idea verdadera de Dios, a nuestro corazón. Es el descubrimiento de lo que es la Vida, de lo que Dios es en realidad, y de quienes somos nosotros realmente. Tal como la Sra. Eddy escribe en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany: “Para mí la Navidad es el recordatorio del gran regalo de Dios — Su idea espiritual, el hombre y el universo— un regalo que trasciende de tal manera lo mortal, lo material y lo sensual, que hace que la diversión, la loca ambición, la rivalidad y el ritualismo de nuestra Navidad corriente parezcan ser una burla humana, un remedo de la verdadera adoración que conmemora la llegada del Cristo”.Miscellany, pág. 262.
Esta verdadera Navidad, o advenimiento del Cristo, nunca deja de venir a nosotros. Si en algún momento nos alejamos de su mensaje, las buenas nuevas del Cristo, la Verdad, vuelven a repetirse, una y otra vez, dulces, tiernas y triunfantes. Aun cuando nos lleve horas, días o años para escuchar realmente este mensaje, continuará viniendo hasta que nuestro corazón finalmente ceda a su gracia y bendición.
Recuerdo en forma vívida que cuando estaba parada junto a la pileta de la cocina, aquella mañana de Navidad, sentí verdaderamente la llegada del Cristo a mi corazón, liberándolo completamente del dolor por la partida de mi amiga y llenándolo con un nuevo amor espiritual por ella. Y con una gran paz.
Entonces recuerdo que comprendí que mi amiga podía sentir el mismo Cristo que yo estaba sintiendo. Ella también podía sentir la Navidad. La muerte no podía separarla de la venida del Cristo. Ni podía impedir que Dios la amara eternamente.
El autor de la epístola a los romanos preguntó: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?”. Y entonces responde: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Rom. 8:35, 38, 39.
Me di cuenta de que celebrar la Navidad es el acto de celebrar el poder del Cristo, el Cristo que siempre triunfa sobre el pecado y la muerte. Significa permitir que ese poder del Cristo nos eleve a una nueva espiritualidad, calme nuestros temores, nos sane, nos cuide y nos ame. Y también significa expresar activamente a todos los que nos rodean el amor a la semejanza de Cristo. Aun cuando no tengamos deseos de hacerlo. Tal como la Sra. Eddy escribió una vez en un artículo para el New York World: “La base de la Navidad es el amor que ama a sus enemigos, que devuelve bien por mal, un amor que ‘es sufrido y es benigno’. El verdadero espíritu de la Navidad eleva la medicina a la Mente; echa fuera demonios, sana al enfermo, despierta las facultades dormidas, acude ante toda circunstancia, y satisface toda necesidad del hombre”.Miscellany, pág. 260.
En aquel momento, para mí todo se redujo a dedicarme a hacer los proyectos culinarios del día, llena de entusiasmo y amor. Quizás resulte extraño hablar de cocinar con amor. Pero para alguien como yo, que a menudo sentía fastidio por tener que hacer las tareas domésticas, era evidente que ese día el afecto del Cristo me había colmado de tal manera que mi tarea en la cocina fue algo maravilloso. Toda la familia lo notó. Y recuerdo que la cena resultó muy bien. Pero sobre todo, creo que todos los invitados sintieron realmente el amor y la paz que yo había sentido en la cocina todo el día.
Lenta pero inevitablemente, una serena alegría se apoderó de mis pensamientos. Era la alegría de la Navidad, la felicidad irresistible que nos embarga, siempre que hacemos lugar al Cristo en nuestro corazón.
Podemos sentir esta alegría de la Navidad cada día, todos los días, y entonces dejar que su efecto sanador se derrame sobre el mundo que nos rodea. Y lo podemos sentir en cualquier parte y en todas partes, porque el Cristo de Dios está siempre con nosotros. La Navidad siempre llega para sanarnos, en momentos de soledad, en momentos de desesperación y en momentos de alegría. La Navidad llega aun cuando estamos en la cocina.
Jesús... dijo: Yo soy el camino,
y la verdad, y la vida...
No os dejaré huérfanos;
vendré a vosotros...
porque yo vivo,
vosotros también viviréis...
el que me ama,
será amado por mi Padre,
y yo le amaré,
y me manifestaré a él.
Juan 14:6, 18, 19, 21
    