En un arranque de nacionalismo, los judíos de Palestina se rebelaron contra la opresión romana en el año 66 d.C. Como represalia, Tito, el hijo del emperador, despiadadamente aplastó la revuelta, saqueó Jerusalén, y demolió el templo judío en el año 70 d.C.
La comunidad cristiana en Jerusalén huyó de dicha ciudad y finalmente llevó las enseñanzas de Cristo Jesús a los confines del Imperio Romano. Los judíos que quedaron fueron cruelmente expulsados de su suelo patrio. Y Jerusalén dejó de ser el centro del cristianismo. Los cristianos vivían con la esperanza de la llegada del reino de Dios, cuando los que habían perseguido a los cristianos serían castigados y los que habían creído en Jesús serían justificados.
Pero habiendo transcurrido la cuarta parte del primer siglo de la era cristiana y el reino de Dios no había aparecido, los cristianos fueron apremiados a explicar por qué, y fueron forzados a redefinir el propósito de su iglesia. Además de eso, encaraban una crisis de liderazgo debido a la muerte de los principales apóstoles, entre ellos Pedro, Santiago y Pablo. Así que era necesaria una nueva generación de cristianos para que quiara la iglesia.
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