Un Dia En 1968 cuando iba bajando con el auto por una colina sigzagueante con el pavimento mojado, perdí el control del automóvil y choqué contra varios autos que venían en dirección contraria. Mi hijo pequeño venía conmigo. Recuperé el conocimiento por un breve período en una casa de las cercanías y solicité hacer una llamada telefónica. En ese momento no me di cuenta del daño físico que había sufrido en el accidente y estuve segura de que mi hijo estaba bien, a quien recuerdo haber dado una voz de aviso cuando estábamos por chocar. En efecto, él había salido ileso.
A pesar de mi situación, recuerdo haber tenido bien presente lo que debía hacer. Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana cuyo teléfono sabía de memoria y le pedí que me diera tratamiento en la Ciencia Cristiana. Estoy asombrada de haber podido recordar el número de teléfono de una vecina a quien sólo había llamado antes una sola vez. Le pedí que fuera a mi casa e informara a mi esposo, puesto que no me podía comunicar con él por teléfono.
Cuando llegó un paramédico, le dije que era Científica Cristiana, y me pidió que firmara un formulario en el que declaraba que voluntariamente rechazaba el tratamiento médico. Dejé que me vendara las heridas de la cara. Eso fue todo lo que recordé por un tiempo.
Aunque nunca se hizo un diagnóstico médico de las heridas que tuve, el paramédico le dijo a mi marido que si no me atendían de inmediato me moriría. Mi esposo luego me dijo que cuando me vio por primera vez no había visto ninguna señal de vida. Cuando recuperé el conocimiento por segunda vez, estaba en mi cama. Mi esposo y la practicista estaban presentes.
Las lesiones que tenía incluían cortes múltiples, heridas y hemorragia interna, una cantidad de costillas quebradas y la rotura de la cadera izquierda.
Anteriormente me habían preguntado si quería que me llevaran a un sanatorio de la Ciencia Cristiana, pero decidí quedarme donde estaba, con la ayuda de esa dedicada practicista para que me tratara eficazmente por medio de la Ciencia Cristiana, y la ayuda práctica de mi esposo para mantenerme todo lo confortable que fuera posible.
A las pocas horas, empecé a sentir un movimiento por todo el cuerpo. Era tan intenso que temí que me iba a morir. La practicista calmó rápidamente este temor, declarando firmemente que no había accidentes en la creación de Dios y que yo nunca había pasado un sólo momento fuera de esa creación, la que incluía el cuidado omnipotente que Dios me brindaba. En ese instante sentí que las costillas y la cadera volvían a su lugar. Estuve libre de gran parte del dolor y pude permanecer consciente.
Al segundo día, las heridas faciales se habían cerrado totalmente; una piel nueva cubría los lugares donde había estado abierta. Todos los dientes, que se habían movido por el accidente, se habían afirmado. Más tarde ese mismo día, estaba caminando con la ayuda de muletas. A los cuatro días, caminaba sin ayuda, y a la semana no quedaba señal alguna de que hubiera tenido lesiones. Nunca más sentí efectos posteriores como consecuencia del accidente.
Un aspecto admirable de esta curación fue que cuando nos vino a ver el investigador de seguros, quedó tan convencido de la eficacia del tratamiento en la Ciencia Cristiana que hizo los arreglos para que su compañía cubriera por completo los honorarios de la practicista. Esta fue la primera vez que una compañía proporcionaba cobertura por el tratamiento en la Ciencia Cristiana, y quedó establecido de manera permanente.
Aunque he tenido muchas curaciones en la Ciencia Cristiana, esta poderosa inversión de lo que al principio parecían ser lesiones fatales, me hizo sentir verdaderamente que, al igual que Jacob, “vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma” (Génesis). Siempre me sentiré agradecida por el gran valor que mostró mi marido al enfrentar esta experiencia con una confianza inquebrantable en Dios, y a la practicista por su consagración e inspiración.
Valley Village, California, E.U.A.
