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El paso sanador: pasar de la creencia al entendimiento espiritual

Del número de febrero de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Poco Descubri lo gratificante que es fijarse una meta, en nuestro estudio y oración diarios, de movernos consecuentemente más allá de la mera creencia en Dios — a donde el pensamiento se acomoda muy fácilmente con palabras familiares — al entendimiento espiritual, donde las obras sanadoras se realizan.

Aunque esto requiere de esfuerzo, particularmente al vaciar el pensamiento de toda influencia material que lo obstruya, el entendimiento espiritual es natural para nosotros. Es una cualidad del ser verdadero del hombre. No es un proceso humano. No requiere de intensa concentración humana como si uno fuera a memorizar un discurso. Al contrario, llega cuando calmadamente cedemos a la influencia pura y edificante del Cristo, y al hecho inmutable de la totalidad de la Mente divina.

Lo que me permitió captar esto con mayor claridad fueron dos pasajes, uno del libro Ciencia y Salud escrito por Mary Baker Eddy, y el otro de la Biblia. Los había leído literalmente cientos de veces antes — palabras en verdad familiares — pero de momento se manifestaron con gran inspiración y poder.

Primeramente, vi que era imperioso que hubiera progreso de la creencia a la fe y después a la comprensión espiritual, en esta declaración de la Sra. Eddy: “Hasta que la creencia se convierte en fe y la fe en comprensión espiritual, el pensamiento humano tiene poca relación con lo real o divino”.Ciencia y Salud, pág. 297.

Entonces, con esto en mente, leí la parábola de Jesús sobre el sembrador que se encuentra en el Evangelio según Mateo. Véase Mateo 13:3–23. En su explicación del significado de la parábola, el Maestro le dice a sus discípulos que sus ojos y oídos son bienaventurados porque ellos ven y oyen espiritualmente. En los versos subsiguientes él explica porqué aquellos que no entienden no producen frutos. “Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón”. Además, Jesús continúa describiendo al tipo de persona que puede aceptar la palabra por poco tiempo, pero “al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza”. Y hasta describe a otra persona que oye la palabra “pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa”.

Finalmente, y aquí es donde Jesús ubica a sus discípulos cuando dice: “Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno”.

Me pregunté: Si el Maestro estuviera aquí hoy, me incluiría a entre sus discípulos, como alguien que entiende la palabra de Dios lo suficientemente bien como para sanar. Me pregunté además: ¿Qué tan consecuente es mi pensamiento al punto de expresar entendimiento espiritual, teniendo así una “relación con lo real o divino?” Me propuse en ese momento esforzarme a diario — y a cada hora — por mantener el pensamiento de acuerdo con la realidad divina. ¡Esta es la labor de tiempo completo de todo verdadero estudiante de la Ciencia Cristiana!

Al continuar orando de este modo, pude realmente sentir que mi entendimiento de Dios y su universo espiritual se hacía más claro y definido. Sentí la presencia de Dios como la Mente omnisciente con quien verdaderamente podía hablar. Considero que la expresión más natural de mi entendimiento de Dios — la prueba de que sí lo conozco — es poder comunicarme con El. Le hago preguntas y espero respuestas; declaro la verdad de mi relación con El. Se desprende de los relatos de la Biblia que Jesús, Pablo, Moisés y los profetas hablaron con Dios como si fuese un querido amigo. Y es en esta proximidad con nuestro Padre, en esta relación con la Mente, que nos convencemos de la certeza de Su presencia sanadora, y que el temor desaparece.

Un día cuando disfrutaba de esta certeza espiritual, llegó la prueba perfecta de su eficacia. En la mañana de una reunión importante en una ciudad a una hora de distancia en auto, desperté con síntomas de influenza. Mi primera reacción fue cancelar la reunión. Pensé que era obvio que éste no era un día para batallar con el tráfico, luchar con el estacionamiento y caminar largas cuadras. Debería simplemente quedarme en casa y orar en silencio; debería descansar.

¿No es así? Pero entonces me di cuenta de que aunque a veces la necesidad es sentarse calladamente y orar, en otras ocasiones el requisito espiritual es correr y orar. Esta era una de esas veces, una ocasión para actuar de acuerdo con el entendimiento que tenía de la perfección espiritual que Dios me dio.

La Sra. Eddy escribe: “Tenéis que comprender el camino que os liberará de las teorías humanas concernientes a la salud; de lo contrario nunca sentiréis que estáis del todo libres de alguna dolencia”.Ciencia y Salud, pág. 381. O, añadí continuando con el pensamiento de la Sra. Eddy, del todo libre de la amenaza de alguna dolencia, la tendencia de quedarse en casa y tomarlo tranquila a causa de un padecimiento.

Dada mi convicción espiritual en este caso, si yo cancelaba la reunión, ¿no estaría yo cediendo a muchas teorías humanas sobre la dolencia llamada influenza, incluyendo la cantidad de tiempo que se supone que toma sanarse? Sería yo igual que la gente en la parábola de Jesús que permitieron que el “malo” arrebatara “lo que fue sembrado [en el corazón de ellos]” y los que permiten “que el afán de este siglo.. . [ahogue] la palabra” y que los haga “infructuosos”, en otras palabras, incapaces de sanar.

Pues, yo no podía aceptar eso, de modo que me puse a orar. Hablé con Dios de esta manera: “Padre, sé que el hombre hecho a Tu imagen — mi verdadero ser — es perfecto y sano. Puesto que Tu nunca creaste la enfermedad y nunca estás enfermo, Tu imagen tampoco puede estar enferma”. Continué afirmando que el hombre que Dios creó es inseparable de El, y que tal unidad con Dios mantiene al hombre protegido, completo, vigoroso e inmune a todo tipo de discordia.

Yo realmente sabía esto. Estaba convencida de esto. Lo entendía espiritualmente. Supe que al igual que los discípulos de Jesús, a quienes él les dijo: “Bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestors oídos, porque oyen”. Yo podía ser bendecida también, al ceder a la verdad del dominio que Dios me ha dado, y al aceptar la vitalidad espiritual que yo sabía era natural a mi verdadero ser.

Así inspirada por el espíritu, Véase Juan 6:63. me levanté y me vestí, orando constantemente para comprender mi camino en medio del bullicio de la mortalidad que clamaba a voces lo débil que me sentía, sabiendo que Dios no conoce nada de la debilidad, solo conoce la fortaleza espiritual de Su idea perfecta. Orando y hablando con Dios, me dirigí a la ciudad. Fue un tiempo santo, un intervalo tranquilo lleno de confianza total, en donde me aparté del sentido humano y humildemente me entregué al sentido dulce y suave de la presencia de Dios.

Cuando llegó el momento de entrar a la reunión ¡yo ya estaba totalmente bien! No después de lo que la creencia mortal (“el afán de este siglo”) decía sobre los días de sufrimiento, sino después de una hora bendita de comprender espiritualmente mi unidad con el Padre, mi ser perfecto por ser Su hija.

Pensemos en cuántas oportunidades tenemos cada día — algunas más grandes, otras más pequeñas que ésta, pero todas igualmente especiales — de profundizar nuestro entendimiento espiritual de Dios y el hombre. Cuando gozosamente aprovechamos estas oportunidades, más y más de nuestra realidad divina se manifiesta en nuestra experiencia. Nuestra Guía lo explica así: “Juan vio la coincidencia de lo humano y lo divino, manifestada en el hombre Jesús, como la divinidad abrazando a la humanidad en la Vida y su demostración — reduciendo a la percepción y comprensión humanas la Vida que es Dios”.Ciencia y Salud, pág. 561.

Cuando mantenemos el deseo de obtener entendimiento espiritual como algo primordial en el pensamiento — y lo reconocemos como una meta esencial y realizable más allá de la mera creencia — ¡las bendiciones son incalculables!

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