Mi Familia Ha tenido muchas curaciones, entre ellas curaciones, instantáneas de enfermedades infantiles, cáncer de piel, gripe, convulsiones y escarlatina. Con el correr de los años y mediante la oración, también hemos recibido ayuda eficaz para encontrar viviendas y empleos adecuados.
Mi esposo no es Científico Cristiano pero siempre ha apoyado el hecho de que nuestros tres hijos y yo recurriéramos a la oración en busca de curación. En una oportunidad a nuestra hija le salió una erupción y tuvo fiebre muy alta. Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para que nos ayudara por medio de la oración. Transcurrieron uno o dos días sin que se produjeran cambios. Entonces mi esposo consideró que era conveniente llamar a un médico. Su diagnóstico fue escarlatina y nos sugirió que sería prudente no comentar nada con nuestros vecinos. No recetó ninguna medicina, y la practicista continuó orando por la niña. Varios días después estuvo perfectamente sana. Durante este tiempo nuestros otros dos hijos comenzaron a mostrar síntomas parecidos, pero ellos sanaron inmediatamente mediante la oración. Me llamó la atención la actitud del médico, pues pareció darse cuenta de lo que puede producir el temor a la enfermedad.
En otra oportunidad nuestro hijo me pidió permiso para dar un paseo en bicicleta cerca de nuestra casa. Después de un buen rato sentí la necesidad de orar por su protección. Me vino al pensamiento un versículo de Salmos: “Jehová guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre” (Salmo 121:8). Poco después recibí una llamada telefónica avisándome que habían encontrado a nuestro hijo inconsciente en un parque, al pie de un empinado montículo cubierto de grava adonde había caído de su bicicleta. Mientras conducía hacia el lugar, sentí de una manera muy profunda la protección y el amor de Dios. Recuerdo haber dicho en voz alta: “El es Tu hijo, Dios, yo sé que lo estás cuidando”. Cuando llegué al lado del niño, me incliné sobre él y le susurré: “Tu estás bien”. De inmediato recuperó el conocimiento y me habló. Un grupo de personas se había reunido alrededor nuestro. Alguien me dijo que había llamado a una ambulancia, la que pronto llegó y nos trasladó al pequeño y a mí a un hospital cercano. Autoricé a la enfermera para que limpiara las heridas y le dije que deseábamos recibir tratamiento por medio de la Ciencia Cristiana en lugar de atención médica. Ella se volvió muy hostil y me dijo que los profundos cortes que tenía en la cara necesitaban sutura, y se marchó de la habitación. Para ese entonces mi marido había llegado y sugirió que un médico revisara concienzudamente a nuestro hijo para comprobar que no hubiese conmoción cerebral. En ese momento las siguientes palabras de Jesús vinieron a mí: “... no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Fui guiada a recordarle que nuestro hijo siempre había sido sanado mediante la oración y que podía resultarle penoso quedarse en el hospital durante toda la noche para luego hacerse los exámenes. Mi esposo coincidió conmigo de inmediato, y cuando la enfermera regresó le dijo que deseábamos que dieran de alta a nuestro hijo. La actitud de la enfermera había cambiado totalmente y fue muy amable con nosotros. Dijo que estaba impresionada por la serenidad y calma que nuestro hijo había mostrado mientras le limpiaba las heridas.
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