Me Siento Impulsada a dar este testimonio, por la gloria de Dios y como expresión de gratitud por la Ciencia Cristiana.
Durante once años estuve paralítica de ambas piernas y solamente podía caminar algunos metros sin necesidad de ayuda. En vano busqué ayuda de muchos médicos y de una serie de hospitales.
Después de haber dado por perdida toda esperanza, conocí la Ciencia Cristiana cuando tuvimos de inquilinos a un matrimonio que compartió con nosotros lo que para ellos era su posesión más valiosa en la vida. Mi familia y yo nos sentimos alentados por su gran bondad.
Ellos también me dieron Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Aunque por ese tiempo yo no tenía ninguna esperanza de sanar, lo leí. El libro me trajo mucho regocijo, porque me sentí más cerca de Dios al leerlo y comprender algo del mismo. Recuperé el valor y le pedí a un practicista de la Ciencia Cristiana que me guiara y orara por mí, lo que hizo con gran amor y paciencia.
En los cinco meses que siguieron, aprendí mucho. De mi estudio de la Biblia y de Ciencia y Salud, fue evidente para mí que la materia no es la sustancia del hombre y que, en verdad, el hombre no es el linaje de otros dos mortales, que no está atado por problemas físicos y de carácter, sino que el hombre es justamente lo que promete la Biblia, la imagen y semejanza de Dios, amado y mantenido por su creador.
El punto decisivo vino cuando el practicista me pidió que comprendiera, sin reserva alguna, que yo era la hija de Dios. Llegó a ser obvio para mí que por ser la hija de Dios, tenía el derecho de negarme a aceptar todo aquello que no estuviera en conformidad con la naturaleza y acción de Dios, el bien. En consecuencia yo podía y tenía que sacar de mi pensamiento el diagnóstico médico que decía que yo estaba sufriendo de una enfermedad incurable. En su lugar, reconocí las palabras que dijo Jesús a sus discípulos: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Y esta verdad libertadora de que Dios ha creado al hombre a Su imagen y semejanza, así como bueno y libre, fue algo que entonces experimenté a través de la curación. Después de un corto tiempo, pude caminar sin bastón y sin necesidad de ayuda. Esta curación ocurrió en 1979 y ha sido permanente.
Mi familia y yo estamos muy felices y agradecidos. Para mí el más grande regocijo es haber percibido la cercana y constante presencia de Dios.
Nidda, Alemania