Yo Vivo Con mi familia en Kenia central, en una pequeña ciudad por donde pasa la línea imaginaria del ecuador.
Me interesé inicialmente en la Ciencia Cristiana hace cinco años cuando me enfermé y fui sanado por medio de la oración de un practicista de la Ciencia Cristiana. Yo fumaba y era casi un alcohólico. Ambos vicios de fumar y tomar fueron sanados por medio de la Ciencia Cristiana. Esta religión se ha convertido en lo más valioso que tengo.
Tuve una experiencia que quiero compartir, que ocurrió en 1991. Una noche en junio me desperté al escuchar los gritos y alaridos provenientes de un campamento distante a menos de un kilómetro de mi casa. Lo constituían cerca de veinte casas, todas colindantes y de madera. El cielo estaba rojo debido a la luz de un incendio.
Corrí hacia el campamento y me uní a otros para combatir el fuego, que se extendía de casa en casa debido al fuerte viento.
Las casas del campamento eran alquiladas a gente que ganaba salarios bajos, vendedores ambulantes y madres solteras, desempleadas, que buscaban de hacer algún dinero en los bares nocturnos. (Descubrí luego que dichas madres solteras a menudo alimentaban a sus hijos temprano, los acostaban y los encerraban en la casa desde afuera hasta que volvían mucho más tarde.)
Esta noche en particular seguía a un día de pago y había mucha actividad en la ciudad. De modo que las madres estaban todas afuera y habían encerrado a los niños adentro. Para cuando llegó la ayuda, algunas casas ya habían sido arrasadas por el fuego. Pudimos entrar en varias casas y rescatar a muchos niños, pero el incendio se volvía incontrolable. Me desesperé por el enorme daño ocurrido y los gritos y gemidos que escuchaba por todas partes. Me sentí inútil y derrotado y limpié lágrimas de mis ojos. Había estado suplicando a Dios mientras luchaba con el fuego.
Al detenerme allí, sentí una fuerza que me guiaba hacia la parte trasera de las casas ardientes. (Todos estaban batallando contra el fuego desde el frente.) Me encontré cerca de una casa cerrada con llave. Confiando en que mi Dios es omnipotente, esperé pacientemente a que me guiara. Para entonces el fuego me estaba alcanzando y podía sentir su calor. Pero no me moví un centímetro. Sabía por mi estudio de la Ciencia Cristiana que Dios estaba en control. Esperé. De pronto escuché a un niño llorando dentro de la casa. Me tomó cerca de medio minuto poder creer que podía yo escuchar un llanto por encima de todo el ruido.
Dado que la casa estaba cerrada con llave, yo tenía que hacer algo. Supliqué a Dios; y con fuerza que no era mía, rompí la puerta. Corrí adentro, recogí al niño y escapé afuera. Cinco minutos más tarde no quedaba vestigio de esa casa; solo cenizas.
Dejé al niño, ileso, con sus vecinos. Permanecí en el área hasta las cinco de la madrugada, pensando sobre las maravillas de Dios. Son poderosas.
Nanyuki, Kenia