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Lo Mas Preciado en el mundo...

Del número de febrero de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Lo Mas Preciado en el mundo para mí es el cierto grado de entendimiento acerca de Dios que he ganado mediante el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana. Sentirme más cerca de nuestro Padre-Madre Dios me ha traído muchas curaciones en mi vida.

Una de las primeras curaciones que recuerdo ocurrió durante mi edad escolar. Al quemar ramitas de pino, también me quemé un dedo. Recuerdo que me dijeron que lo pusiera debajo de agua fría para aliviar el dolor; lo hice por un rato, pero ni bien cerré el grifo me volvió a doler. Pensé que el dolor tardaría bastante tiempo en desaparecer; refuté esa inquietud pensando: “No me debo preocupar pensando que me va a doler mucho tiempo; Dios me está cuidando y el dedo puede sanar al recurrir a El, sabiendo la verdad de que soy en realidad el hijo perfecto de Dios”. Esta manera de pensar fue el resultado de haber asistido a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Allí aprendí lo que Jesús enseñó: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).

En la Escuela Dominical escuché, semana tras semana, la “declaración científica del ser”, leída del libro de texto, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Comencé a repetirla para mí mismo y a pensar en su significado. Empieza así: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es Mente infinita y Su manifestación infinita, porque Dios es Todo en todo” (pág. 468). Lo que decía tenía sentido para mí, y el dolor desapareció de inmediato.

Desde entonces he tenido muchas curaciones instántaneas, especialmente de quemaduras. Cada una de ellas aumentó mi certeza de que no podía estar lastimado de esa manera, y me fue más fácil tratar el temor. Una vez cuando todavía era joven, me resbalé del asiento de una motocicleta y el caño de escape me produjo una grave quemadura en la pierna. Me dolía muchísimo. Recuerdo que recurrí a Dios confiadamente en oración, y nuevamente el dolor desapareció muy pronto. La cicatriz que quedó con el tiempo también desapareció por completo. En otra oportunidad estaba en la casa de una amiga haciendo velas, y la cera que estaba en la cacerola sobre la hornalla, se incendió. En el apuro por apagarla, puse la cacerola de cera ardiendo debajo de la canilla. Cuando el agua fría tocó la cera, hubo una explosión y la cera saltó por todos lados, cayendo incluso sobre la parte inferior de mi brazo. De inmediato, aparté mi pensamiento de todo lo que fuera dolor y apariencia de quemadura. Mentalmente me negué a aceptar la sugestión subyacente de que hubo un momento en que Dios no estuvo en control de algo, y por esa razón yo había resultado lastimado. Supe que yo era Su hijo, hecho a Su imagen y semejanza, como dice el primer capítulo del Génesis.

Cuando mi amiga notó la gravedad de la quemadura, sintió temor por mí. Yo ya había eliminado el temor por medio de la oración y me sentía completamente tranquilo acerca de la situación, confiado de que la curación sería completa. Pude asegurarle que estaba perfectamente bien. (Más tarde ella me comentó que se lo había dicho con tanta convicción que su temor y preocupación se desvanecieron al instante.)

Continué orando, mientras terminaba de limpiar la cocina. Me volví a mi Padre-Madre Dios de todo corazón para tener bien claro en mi pensamiento que yo era verdaderamente el hijo de Su creación, completamente espiritual y no material, jamás sujeto a accidentes, heridas o dolor, pues reflejaba solamente Su bondad siempre presente y Su ser perfecto. Al apartarme así de la lesión para escuchar simplemente a Dios a través del sentido espiritual, sentí Su presencia y supe que no estaba herido. Se me pasó el dolor y muy pronto olvidé completamente la quemadura en el brazo.

En otra ocasión fui a la casa de mi hermano para almorzar con mi familia. Estando allí, de repente sentí náuseas y síntomas de gripe. Lo único que tenía deseos de hacer era irme a casa a acostarme. En lugar de ello, decidí tomar una actitud firme y combatir la situación, ya que había aprendido que la enfermedad no es parte de la creación de Dios. Consideré que esto era simplemente una oportunidad más de probar la realidad del poder y la presencia de Dios.

Nos sentaríamos a comer en una hora, por lo que me excusé para poder orar, en vez de dejar que la enfermedad siguiera su curso. Me sentí tentado de encontrar un lugar cómodo para leer orar. Pero me vino el pensamiento de que no tenía sentido negar que estaba enfermo (tal como lo venía haciendo a través de la oración) y luego consentir en algo que contradecía esta decisión. De modo que tomé la silla más cercana, que resultó ser una silla de madera bastante incómoda, y empecé a orar el Padre Nuestro con fervor.

Tuve que continuar combatiendo la tentación de buscar algún otro lugar para estar más cómodo. Libré una verdadera batalla en esa habitación; la batalla entre lo que me decían los sentidos materiales que era real y lo que yo sabía que era verdad a través de las enseñanzas de Jesús y las explicaciones de la Ciencia Cristiana, las cuales yo ya había comprobado en mi propia vida, que eran prácticas.

La lectura de la Biblia y de Ciencia y Salud me ayudó a obtener la inspiración para orar. Me esforcé por ver con claridad la verdad espiritual acerca de mi perfección y de mi salud en ese preciso momento y lugar, donde la imperfección y el malestar parecían inevitables y muy evidentes. A medida que pasaba el tiempo, me sentía cada vez peor, pero cuando faltaba poco para sentarnos a la mesa, yo había vencido el temor a la enfermedad y estuve bien instantáneamente. Un rato antes no estaba seguro de si podría quedarme a almorzar o de poder comer algo, pero comí con muy buen apetito y me regocijé sintiendo el gran amor de Dios y Su omnipresencia.

Las curaciones que le experimentado no están relacionadas solamente con enfermedades y accidentes sino también con problemas financieros, de negocios y de relaciones. Mucho más importante que la evidencia material de esas curaciones ha sido el notable desarrollo de mi sentido de la realidad y cercanía de Dios y el aumento del gozo, paz y amor que diariamente siento por todo.

Nunca serán suficientes las expresiones de agradecimiento hacia Mary Baker Eddy por compartir generosamente con el mundo su descubrimiento de la Ciencia Cristiana.


Soy la amiga que presenció la curación de la grave quemadura de Mark.

Como él mencionó, me preocupé muchísimo cuando vi las grandes llagas que tenía en el brazo. Mark me acababa de hablar algo sobre la Ciencia Cristiana. Aunque me atraía lo que sabía de ella por el enfoque lógico que plantea sobre el cristianismo y su aplicación práctica en la vida diaria, todavía no había empezado a estudiarla seriamente, y no estaba segura de cómo trataría Mark una condición que, a mi parecer, necesitaba de inmediato atención médica. No obstante, yo respetaba su enfoque profundamente religioso de la vida. Cuando le pregunté si se encontraba bien, me respondió que todo estaba bajo control, y le creí. Su respuesta me tranquilizó de tal manera que me olvidé por completo de la quemadura.

Tres horas más tarde, cuando estaba preparándose para salir, recordé la quemadura. Cuando miré la parte del brazo donde hacía apenas unas horas se había quemado tan gravemente, lo único que vi fueron dos o tres pequeñas manchas rojas. Fue tal mi asombro que le dije que no lo dejaría marcharse hasta que me contara exactamente qué había hecho para sanar. Pensé que acababa de presenciar un milagro, pero él me dijo que lo que había presenciado era simplemente la ley de Dios en operación y que esa verdad denominada Ciencia Cristiana estaba disponible para todos.

Mark me dio el libro Ciencia y Salud, y comencé a estudiar seriamente la Ciencia Cristiana. Pronto tuve la oportunidad de probar lo que estudiaba. Durante varios años yo había tenido una seria enfermedad de la piel en la cara diagnosticada como incurable, pero que se podía controlar con medicamentos. Era en extremo molesta y con frecuencia me producía fiebre si no tomaba diariamente la medicina prescrita. Me habían dicho que si me exponía directamente al sol, empeoraría.

Cuando se estaban acabando las medicinas, decidí no renovar la receta, sino demostrarme a mí misma la eficacia y practicidad de la Ciencia Cristiana. Había estado aprendiendo tanto acerca de la bondad de Dios y de Su amor por mí que me sentía confiada de que esta enfermedad podría sanarse tan rápidamente como se había sanado el brazo de Mark.

Cuando dejé de tomar la medicina, durante tres días todo anduvo bien. Al cuarto día cuando me desperté, la enfermedad se había manifestado en su forma más grave. Me sentía mal y al principio muy desalentada. En seguida le pedí a una practicista de la Ciencia Cristiana que orara por mí. Me habló de cuanto me amaba Dios y me recomendó que reflexionara detenidamente sobre como se aplicaba la Lección Bíblica de esa semana a mi situación. Me sentí con mucha paz después de nuestra conversación y empecé a orar y a leer la lección.

Era una hermosa mañana de primavera, por lo que salí a disfrutar del canto de los pájaros que saludaban el nuevo día. Recuerdo haber pensado: “Aún no sé mucho sobre la Ciencia Cristiana, pero como soy el reflejo de un Dios que todo lo sabe, es imposible que yo no sepa todo lo que necesito saber para tratar esta situación". Me di cuenta de que podía recurrir a Dios, confiar en El y aceptar mi perfecta relación con El. Una profunda sensación de paz, calma y gozo se infiltró en mi pensamiento, y de pronto se me ocurrió que Dios no podía tener esta enfermedad de la piel, y si El no la tenía, yo tampoco, pues era Su reflejo perfecto. Esto fue, simplemente, el fin de la dificultad. Toda la molestia cesó y, de ahí en más, muy pronto mi cara quedó limpia.

Eso sucedió hace dieciséis años, y la enfermedad de la piel nunca más se presentó. Puedo exponerme al sol y disfrutar plenamente de él, sin que me produzca malos efectos. En repetidas ocasiones le he agradecido a Mark, quien en la actualidad es mi esposo y amigo, por presentarme la Ciencia Cristiana y por explicarme el "porqué" que respaldaba la rápida curación que fui tan afortunada de presenciar. Por tantos años de estar aprendiendo cada vez más acerca del tierno amor que Dios siente por mí y por todos, estoy sumamente agradecida.

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