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¿Está usted listo para hacer la pregunta?

Del número de febrero de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los Niños De cuatro años se caracterizan por su deseo de hacer preguntas. “¿Por qué es el cielo azul? ¿Cómo funciona una llave de agua? ¿Por qué estás haciendo eso?” Es parte integral de su crecimiento. ¿No sería también esencial hacer preguntas para nuestro crecimiento espiritual?

Las preguntas pueden traer inspiración a nuestras acostumbradas maneras de pensar. Pueden concentrar el pensamiento y ayudarnos a indagar más profundamente. Pueden poner de relieve aplicaciones más amplias de lo que ya sabemos. Y el buscar las respuestas puede ser emocionante y provechoso.

Por supuesto, algunas preguntas sólo sirven para examinarnos a nosotros mismos; otras pueden llevarnos a diccionarios y concordancias o a otras ayudas de estudio. Y otras pueden exigir que investiguemos profundas verdades espirituales; pueden enseñarnos a escuchar con sentido espiritual las respuestas de Dios. En esta búsqueda empezamos a conocernos como somos en verdad, los hijos de la Mente divina, Dios, inseparables de El. También estamos más dispuestos a abandonar la creencia de que tenemos una mente finita, separada de la Mente divina única, a la cual, esperamos, que Dios ilumine de alguna manera. En cambio, aprendemos que, en realidad, la Mente divina es la única Mente y que nosotros somos su expresión totalmente espiritual. A medida que nos identificamos con esta Mente, las respuestas que estamos buscando se desarrollan gradualmente.

Las preguntas tienen muchos propósitos. Pueden ser llamadas de atención. Por ejemplo, la Biblia nos dice que Elías dijo a todo el pueblo: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos?” Y luego continuó: “Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él”. ¿Cuál fue la respuesta de ellos? La Biblia anota: “Y el pueblo no respondió palabra”. 1 Reyes 18:21. Pero obviamente él había incitado el pensamiento de ellos. Las preguntas que nos hacemos pueden despertar nuestro pensamiento. Cristo Jesús frecuentemente hacía preguntas a sus seguidores, desde la breve “¿Quieres ser sano?” hasta la profunda “¿Quién decís que soy yo?”. Juan 5:6; Mateo 16:15.

Las preguntas eran muy importantes para Mary Baker Eddy. El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, y sus otros escritos incluyen secciones que siguen un formato de preguntas y respuestas. Cuando leemos pasajes de estas secciones ¿los relacionamos alguna vez con las preguntas que están respondiendo? Algunas veces, cuando estoy leyendo Ciencia y Salud del principio al fin, hago una pausa al final de cada oración y me pregunto: ¿Comprendo este hecho? Si es una pregunta, ¿cuál es mi respuesta? Si es una regla, ¿la estoy obedeciendo? En otras ocasiones prefiero leer rápidamente y después me pregunto cómo se ha desarrollado un punto en particular.

La mayoría de los Científicos Cristianos leen la Lección-Sermón En el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana., que aparece en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, cada día. Acaso nos preguntamos cuando la hemos terminado, “¿Qué he aprendido de ella hoy? ¿He visto algo bajo una nueva luz?” Puede ser que una sola palabra se destaque, como la palabra mirad me llamó la atención en una ocasión. Un diccionario da esta interpretación: “[Mirar es] fijar la vista o la atención...; observar algo”. Al escuchar el pasaje de 1 Juan al final de cada culto de los domingos ¿realmente miramos “qué manera de amor nos ha dado el Padre”? 1 Juan 3:1. ¿Y obedecemos los otros mirad que aparecen en la Biblia?

Es fácil perder la frescura de pasajes familiares como los consoladores salmos. Algunas veces es provechoso ver la ley metafísica que respalda las palabras. Por ejemplo, ¿qué significa decir que “Jehová es mi pastor”? ¿Por qué nada me faltará? A medida que consideramos nuestra constante relación con Dios como el Principio de nuestro ser, percibimos el amable cuidado de Dios para con nosotros. Vislumbramos la base divina de nuestra provisión de ideas espirituales, y no nos sorprende ver que los frutos de este despertar aparecen en nuestra experiencia humana.

Las preguntas también pueden desenmascarar falacias. ¿Ha usted notado las preguntas de la Sra. Eddy en su exposición del Génesis, en el libro de texto, donde incluye el relato de Adán y Eva? Ella pregunta: “¿Entra el Espíritu en el polvo y pierde allí la naturaleza y omnipotencia divinas?” Ciencia y Salud, págs. 524–525. Por supuesto que no, respondemos. Todos saben que no es posible poner las cualidades espirituales, como la inteligencia y el amor, en una taza de medir, una cucharilla, o en una pequeña célula del cuerpo material. En otra parte de ese capítulo pregunta: “¿De dónde viene una serpiente que habla y miente, para tentar a los hijos del Amor divino?” Ibid., pág. 529. Es evidente que el Principio perfecto del ser no puede crear ni una sola tentación mala ni un hombre que pueda ser tentado.

Nosotros podemos cuestionar con el mismo derecho los derivados del mal. ¿De dónde viene esta enfermedad? ¿Tiene Dios, el Espíritu, alguna enfermedad? ¿Puedo yo, que soy Su imagen y semejanza, tener algo que no es parte de la creación que El vio “buena”? Al encarar la enfermedad y el pecado, es importante, también, hacer la pregunta correcta. En vez de preguntar, por ejemplo: “¿Por qué estoy enfermo?”, debiéramos preguntar: “¿Soy realmente material y sujeto a todos los males que eso implica? ¿Puede realmente estar enferma una idea espiritual?” Al recurrir a la Mente divina en procura de nuestras respuestas, las falacias asociadas con un punto de vista material de la creación, el cual incluye pecado y enfermedad, son reemplazadas con los hechos del ser verdadero. Vemos lo que significa ser totalmente espiritual, y aprendemos a pensar desde una base espiritual.

Cuando somos tentados por el pecado, es también sabio preguntar: “Si pruebo cocaína ¿a dónde puede conducirme? ¿Qué efecto puede tener en mí? ¿en mi familia? ¿en mi empleo? ¿en la sociedad?” O, en otro caso, “Si tengo una relación amorosa con alguien con quien no estoy casada o casado, ¿es realmente sólo asunto mío? ¿Cuáles pueden ser sus efectos a largo plazo?” La respuesta a cualesquiera de estas preguntas es que tales acciones jamás darán frutos espirituales o nos acercarán más a Dios. Sin embargo, a medida que resistimos tales tentaciones sobre la base de nuestra naturaleza espiritual, constituida por Dios, descubrimos lo que son la verdadera felicidad y satisfacción.

La educación de los hijos es siempre una experiencia desafiadora, y las preguntas pueden ayudarnos a mantener un punto de vista más amplio. Cuando me rindo ante mi hijo que empieza a dar sus primeros pasos, ¿estoy previendo que cuando llegue a la adolescencia necesitará autodisciplinarse y obedecer la ley moral? O, mirando aún más adelante, ¿lo estoy ayudando a desarrollar las cualidades espirituales que harán de él un buen empleado o empleador, un buen esposo o padre? Cuando nuestra manera de pensar está basada en el hecho de un Dios perfecto y un hombre perfecto, podemos mantener en el pensamiento el punto de vista espiritual acerca del niño. Veremos que es espiritualmente maduro y no estaremos tan perturbados con las “etapas” que tendremos que encarar, puesto que son etapas de la creencia mortal y no forman parte de los hijos de Dios. Aprendemos a ver a través de estas etapas y a apoyar al niño aplicando (y ayudándolo a aplicar) los hechos espirituales a cada situación.

El hacer preguntas puede ayudar en otros aspectos también. Cuando el maestro o maestra de la Escuela Dominical examina la lección que ha preparado puede que se pregunte: “¿Cómo se relaciona esto con los alumnos a quienes estoy enseñando? ¿Es algo que pueden comprender y usar? ¿Los motivará para que piensen y estudien por sí solos? ¿Exigen mis preguntas, respuestas que inciten a pensar en lugar de monosílabos? ¿Cuál podría ser la respuesta si al final de la clase pregunto a los alumnos: ‘Han pasado una hora en la Escuela Dominical, qué han aprendido en ella que sea de provecho para ustedes?’ ” El amor desinteresado y el profundo deseo de estar al servicio de Dios siempre traen bendiciones espirituales, y el maestro puede tener el derecho de recibir la inspiración necesaria en la preparación de la lección.

De la misma manera, el miembro de la iglesia que está preparando selecciones para leer en la reunión de un comité o una reunión de testimonios de los miércoles podría preguntar: “¿Qué dicen estas selecciones? ¿Qué aplicación tienen para la necesidad especial de la iglesia o de la comunidad, o del mundo? ¿Cómo ayudarán a alguien?”

Cuando era estudiante en la escuela secundaria y asistía a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, tenía muchas preguntas que hacer. Mi sabia y paciente maestra no sólo me ayudó a encontrar respuestas, sino que también me dio un cuaderno para escribir en él las preguntas que no habían recibido respuesta. Me aconsejó que me apartara de las preguntas y continuara mi estudio de la Ciencia Cristiana. Una vez al año debía volver a las preguntas que había escrito en el cuaderno. Por supuesto, entonces descubrí que las respuestas a algunas de ellas eran tan obvias que me preguntaba cómo era posible que me hubieran desconcertado.

No obstante, una pregunta que hacen muchos nuevos estudiantes de Ciencia Cristiana es: ¿Puesto que Dios es todo, de dónde viene el mal? Esta fue una pregunta a la cual yo misma tuve que hallarle una respuesta, y pasó tiempo antes que yo hallara la respuesta que me satisficiera.

Vino cuando recapacité en las matemáticas y vi que la suma 2+2=5 jamás vino de alguna parte. Es una mentira acerca de un hecho. Podemos creerla, decirla, escribirla o tratar de usarla al resolver un problema, pero jamás podemos hacer que sea verdadera. De dónde parece haber venido no tiene realmente importancia, puesto que es sólo un falso concepto y jamás puede cambiar la verdad. Literalmente, el número de posibles falsos conceptos respecto a 2+2=4 es infinito, pero sean cuantos sean jamás pueden alterar la verdad.

Finalmente tenemos que recurrir a la revelación divina para obtener respuestas a nuestras preguntas espirituales. Es posible que esta revelación no se manifieste como un gran destello de luz celestial acompañado de trompetas. Puede venir tan apaciblemente como un susurro angelical. Pero viene cuando reconocemos nuestra unidad con la Mente divina y nuestra compleción como reflejo de Dios.

No tengamos, entonces, temor de hacer preguntas y de exigir respuestas. Pensemos en lo que Pilato pudo haber aprendido si hubiera buscado con afán la respuesta a su pregunta: “¿Qué es verdad?” Juan 18:38. ¿Estamos listos para hacer esta pregunta?

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