Que Padre O Madre no ha pasado por la experiencia en que su hijo o hija parecía estar amenazado por alguna situación atemorizante? Tan solo el pensar que nuestros hijos están a la aventura en el mundo, puede que nos impulse a entrar enseguida en el aposento de la oración. Tal vez tengamos el deseo de poder protegerlos y guiarlos para siempre de alguna manera. “Necesita a su mamá” o “Si tan sólo escuchara a su papá”, pensamos. y, sin embargo, podemos ver con más claridad que, en realidad, el hijo está por siempre en presencia de su Madre celestial, sintiendo la maternidad de Dios, y que la hija nunca está apartada de su Padre divino.
Una madre que encaró una terrible amenaza contra su hijo, cuando era un bebé, fue la madre de Moisés, quien nació cuando Faraón, el gobernante de Egipto, había decretado la muerte de todo varón hebreo recién nacido. Después de tres meses de nacido, cuando ya no pudo esconderlo por más tiempo, la madre de Moisés preparó un arca — una arquilla de juncos — en la cual colocó a Moisés. Puso el arca en un carrizal a la orilla de río.
La hermana de Moisés permaneció a lo lejos para ver lo que acontecía con la arquilla. Cuando la hija de Faraón vino al río para bañarse y encontró a Moisés, la hermana de éste se ofreció para encontrar a alguien que se hiciera cargo del niño. Así Moisés volvió a su madre para que cuidase de él hasta que llegó el momento de que viviera en la corte de Faraón. Véase Ex. 1:15, 16; Ex. 2:1-10.
¿Qué relación tiene esta historia con los padres de hoy en día? ¿Tenemos que aprender el arte de “fabricar arcas”? Sí, en cierto sentido. Tal vez haya más en esta historia de lo que nos revela literalmente al leerla. Podemos obtener una provechosa perspectiva espiritual del Glosario de libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Aquí la Sra. Eddy comparte con nosotros el inspirado significado de la palabra arca, el cual dice en parte: “Seguridad; la idea, o reflejo, de la Verdad, que se demuestra que es tan inmortal como su Principio... Dios y el hombre, coexistentes y eternos; la Ciencia que prueba que las realidades espirituales de todas las cosas son creadas por El y existen por siempre”.Ciencia y Salud, pág. 581.
Empezamos a ver que la seguridad es algo propio del hijo de Dios — el reflejo espiritual del Amor, el hombre — cuando percibimos nuestra eterna unidad con nuestro divino Padre-Madre, el invariable Principio del ser. Esta idea del linaje espiritual es el Cristo que Jesús tan perfectamente comprendió y vivió.
Cristo Jesús conocía y declaraba su unidad inseparable con el Padre. Su vívida afirmación: “Yo y el Padre uno somos” Juan 10:30. encendió el odio del pensamiento mundano, pero al mismo tiempo esta compresión de su relación con Dios lo salvó de la destrucción en manos del odio. Su oración que empieza “Padre nuestro” nos incluye a nosotros en esta relación espiritual con Dios. El hombre, la imagen de Dios, emana del Padre y jamás está fuera de Su presencia infinita. Si bien parece haber numerosos peligros a los cuales la humanidad necesita estar alerta, en realidad, el hombre, el reflejo de Dios, jamás está expuesto al peligro ni es tocado por él, porque él mora por siempre en su amoroso origen.
Padres y madres anhelan estar seguros de que sus hijos están a salvo. Y la protección de nuestros hijos se comprenderá a medida que devotamente reconozcamos la paternidad de Dios con una fe absoluta, fundada en nuestra creciente comprensión de que El es el Principio divino, el Amor. Nuestra paternidad no termina con la comprensión de que Dios es el Padre del hombre, sino más bien continúa como una expresión humana cada vez más perfecta y eficaz de la paternidad y maternidad de Dios.
No alcanzamos este punto de vista espiritual sin mantener firmemente en el pensamiento y en la oración, el hecho de que Dios es el creador único y genuino. La creencia de que somos creadores, de que el hombre es el producto de la concepción humana, es una impresión equivocada que puede vencerse mediante la creciente comprensión y aceptación de los hechos espirituales del origen del hombre como los enseña la Ciencia Cristiana. A medida que nos adherimos firmemente a estas enseñanzas antes, durante y después del nacimiento de un nacimiento percibimos que la verdadera naturaleza del niño es la expresión espiritual de Dios, que es el Amor divino y creador.
Entonces, por ejemplo, el orgullo humano de tener un niño atractivo puede reemplazarse con la gratitud por la naturaleza divina del niño. La herencia biológica, la falsedad doble que afirma que hay buenas cualidades humanas que reaparecen en los hijos pero que también trata de convencernos de la herencia de características mentales o físicas negativas, puede contradecirse con nuestro deseo de ver a nuestros hijos como el verdadero linaje espiritual de Dios, sin un solo antepasado mortal.
La verdad de la perfección espiritual del hombre se puede reconocer en la pureza, inocencia y amabilidad de un niño pequeño. Pero si, a medida que crecen nuestros hijos, dejamos que las creencias materialistas del mundo acerca de los niños y el desarrollo de la niñez se acumulen en nuestro pensamiento sin resistirlas, estas creencias pueden volverse profundamente tenebrosas como la niebla repentina y enceguecedora que apareció de pronto un día en que nuestra hija adolescente navegaba con una amiga en un velero.
Estaban en nuestro pequeño velero mar adentro. Mientras mi esposa y yo las veíamos desde la playa con binoculares, la visibilidad se redujo rápidamente a menos de cinco metros. Las chicas parecían estar totalmente fuera de nuestro alcance. No sabíamos que el bote se había dado vuelta cuando trataron de dirigirlo rápidamente hacia tierra y se habían desorientado después de ponerlo en la posición correcta y abordarlo nuevamente.
El pánico quiso apoderarse de nosotros y de las chicas. Nuestra hija y su amiga estaban donde pasaban con frecuencia lanchas a gran velocidad. Ya era muy tarde para que la niebla desapareciera. Mi esposa y yo pensamos en varios medios humanos de rescate, pero ninguno de ellos era práctico.
Entonces empezamos a orar; primero desechamos toda condenación y autocondenación. Sabíamos que podíamos depender de la verdad de la unicidad del hombre con el Padre Mente, y en Su continua comunicación con Sus hijos. Esto era la realidad, y el reconocimiento de ello disipó el cegador y ensordecedor temor que presentaba el cuadro humano.
Nuestra hija nos dijo más tarde que cuando ella también oraba, le vino un pensamiento que claramente le recordó que las olas iban hacia la orilla. Las siguió de regreso a la playa, y llegó al punto mismo donde yo había decidido detenerme mientras esperaba orando. Poca cosa dirá usted. No para nosotros, si tenemos en cuenta que en esa zona costera marineros y pescadores se pierden en el mar con mucha frecuencia.
En nuestra experiencia como padres ha habido muchas ocasiones en que nuestros corazones han ansiado estar al lado de nuestros hijos o, de alguna manera, estar más cerca de ellos. Pero siempre que correctamente los identificamos como los hijos verdaderos de Dios, el sentido de distancia ha dado lugar al reconocimiento de la unicidad del hombre con el Padre omnipresente. Y hemos visto que su Padre-Madre celestial sin ninguna duda los sana, los consuela, los acompaña y los guía con seguridad durante toda la vida.
A medida que reconocemos en nuestro beneficio y en el de nuestros hijos la relación inseparable del hombre con Dios, estamos más unidos. La Sra. Eddy destaca nuestra unidad en el Amor cuando, al decir que debemos obtener un concepto más espiritual de Dios, escribe: “Ese concepto humano de la Deidad se somete al concepto divino, lo mismo que el concepto material respecto a la personalidad se somete al concepto incorpóreo respecto a Dios y al hombre como Principio infinito e idea infinita — como un solo Padre con su familia universal, unidos en el evangelio del Amor”.Ciencia y Salud, págs. 576–577.
Nuestras oraciones en bien de los niños pueden y tienen que incluir a los hambrientos, los desamparados, a las víctimas de malos tratos, a los abandonados, a los descarriados: a todos los niños del mundo. Edificamos esta arca en el pensamiento a medida que tejemos nuestras devotas afirmaciones del amor de nuestro Padre-Madre, y negamos con inspiración que el hombre pueda estar alguna vez separado de su Padre celestial, y de este modo elaboramos un flotante, espacioso y omnímodo refugio contra las aguas tempestuosas, el cual está sellado por dentro y por fuera con la omnipresencia del Amor divino. Nadie está afuera de esta arca.