A los primeros cristianos debe de haberles parecido natural hacerse a sí mismos preguntas sobre su fe, en especial después que el Maestro y los discípulos no estuvieron más con ellos. Preguntas tales como: ¿Quién fue este hombre llamado Jesús y qué enseñaba él? ¿Qué significa realmente ser un cristiano? ¿En qué creemos los cristianos y como deberíamos actuar? ¿Qué clase de organización debería tener una iglesia?
La mayoría de los cristianos consideraban que esas preguntas podrían tener una mejor respuesta si se establecía un conjunto de escritos sagrados o Escrituras, que preservaran las enseñanzas de Jesús y de los apóstoles en forma precisa y clara. Por lo tanto, durante el primero y segundo siglo d.C., muchos cristianos tomaron notas de lo que entendieron de esas enseñanzas. En muchos aspectos ellos lo hicieron de la misma manera que nuestros diarios y medios de comunicación electrónicos cubren un acontecimiento político o religioso importante, o sea, desde una variedad de puntos de vista diferentes. Así como los noticieros de hoy en día informan sobre un asunto en forma más confiable que otros, así algunos de los primeros cristianos contaron la historia de Jesús y sus seguidores en una forma más responsable que otros.
Hacia mediados del segundo siglo d.C., un torrente de literatura cristiana había inundado el mundo romano. Algunos alcanzaron la norma más elevada de la comunidad cristiana, pero muchos estuvieron más cerca de la ficción que de la realidad. Así que lenta, pero inevitablemente, los cristianos tuvieron que examinar cada parte de sus escritos santos para determinar si éstos representaban su fe en forma justa. La literatura que estuvo a la altura de las exigencias se llegó a llamar canon, una palabra griega que significa regla, norma o vara de medir. La literatura que no estuvo a la altura de las exigencias cayó en desuso poco después. La literatura cuestionable fue conocida como apócrifa, o sea, de dudoso valor o autenticidad. Con el tiempo, las escrituras canónicas cristianas se conocieron como el “Nuevo Testamento” o “Nuevo Pacto”, la contraparte cristiana del “Antiguo Pacto” de la Biblia hebrea.
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