Cuando Vemos A alguien parado en una esquina estudiando un plano de la ciudad y mirando a su alrededor para descubrir dónde se encuentra, nos sentimos impulsados a ayudar. Y si conocemos la zona, seguramente le podemos indicar la dirección correcta, o más aún, llevarlo a su destino.
¿Pero qué hacer cuando se nos presenta una situación más compleja? Supongamos que como padres queremos estar seguros de que estamos haciendo lo mejor posible para ayudar a nuestros hijos a tomar sus propias decisiones. Quizás nuestro hijo está pensando en tomar determinada decisión y nosotros estamos seguros de que sabemos cuál es el mejor camino que debe seguir. ¿Acaso debemos intervenir y tomar la decisión? ¿O debemos mantenernos alejados del problema y dejar que el muchacho se hunda o salga a flote? ¿O debemos asumir una posición intermedia?
Por cierto que no existe una fórmula ideal para esta situación, pero sí hay algo que podemos hacer: orar. Podemos pedir a nuestro Padre-Madre Dios, que es todo amor, todo sabiduría — y el verdadero Padre de nuestro hijo — que nos guíe. Y como sucede con toda oración que se dirige a Dios con humildad, estamos mejor capacitados para escuchar la guía divina cuando dejamos de lado lo que nosotros pensamos que Dios debe decirnos; cuando podemos decir sinceramente, con las palabras de Cristo Jesús: “No busco mi voluntad, sino la del Padre”. Juan 5:30. También debemos estar seguros de que nuestro propósito no sea el de corregir personalmente a la otra persona. Una actitud de superioridad no conduce a confiar en Dios a la manera del Cristo.
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