Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Con Mucha Gratitud comparto...

Del número de mayo de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Con Mucha Gratitud comparto dos de las muchas curaciones que tuve por medio de la Ciencia Cristiana. Un día me resbalé en la orilla fangosa de un arroyo y me golpeé la columna vertebral contra una roca grande. El Salmo noventa y uno, que yo había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, me consoló y me sostuvo. Un miembro de mi familia dijo que se me podía haber dislocado un hueso. Tomé el libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, y leí: “En la Ciencia, ninguna fractura ni dislocación puede realmente ocurrir” (pág. 402). También recordé que la Biblia dice: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos”. En la versión inglesa dice: “y tenemos nuestro ser”. Como hija de Dios, yo siempre tengo mi ser en El. La comprensión de estos hechos espirituales me sanaron.

En aquel tiempo yo era Segunda Lectora en mi iglesia filial, y pude estar en mi lugar aquel domingo. Pude permanecer de pie durante la lectura de la Lección Sermón sin dificultad alguna. La curación fue completa.

En otra oportunidad, tuve otra curación que continúa trayéndome inspiración. En un choque de automóvil, mi mentón golpeó con fuerza contra el volante; tuve una cortadura en el labio y los dientes de adelante del maxilar inferior se desplazaron hacia atrás dos y medio centímetros. De inmediato llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana que me calmó y me consoló al recordarme que podía estar segura de la eterna presencia de Dios, que es nuestro refugio y fortaleza. Ella me dijo que continuaría orando por mí. Pronto la hemorragia cesó y me sentí libre de todo dolor.

Alguien me sugirió que fuera a un dentista para que me pusiera los dientes otra vez en su lugar. Llamé a uno que conocía y me dijo amablemente que fuese a su consultorio. Después de examinarme la boca, me dijo que no me podía ayudar porque mi mandíbula estaba rota y que él me enviaría a un médico para que la pusiera en su lugar. Me dejó sola, y yo oré en silencio: “Padre, yo estoy tratando de oír Tu guía y deseo hacer todo lo que sea correcto”. El dentista volvió y me dijo que cierto médico se reuniría conmigo en la sala de emergencias de un hospital. Cuando le contesté que no iría al hospital, él fue muy paciente conmigo y me dijo que intentaría localizar a un médico que me atendiera allí en su consultorio. Otra vez oré como antes, sabiendo que yo podía confiar completamente en Dios.

Cuando el dentista regresó, me dijo que no había podido encontrar a nadie, pero que seguiría intentando. Le di las gracias y le dije que me iba a casa.

Una amiga mía, que también era miembro de la iglesia, trabajaba a pocas cuadras de allí. La llamé y le pedí si me podía venir a buscar y llevarme a mi casa. Ella vino enseguida y me fue de gran ayuda. Cuando llamé a la practicista para decirle lo que había pasado, le dije que deseaba apoyarme sólo en el tratamiento de la Ciencia Cristiana. La practicista me dijo que ella me apoyaría, aun en el caso de que yo decidiera que me pusieran el hueso en su lugar. Le respondí que siempre me había apoyado en Dios para la curación y que sabía que todas las cosas son posibles para Dios. Mi amiga me leyó algunos himnos. Entonces le agradecí por su amorosa ayuda y ella volvió a su trabajo.

Leí una vez más de Ciencia y Salud: “La Ciencia Cristiana siempre es el cirujano más hábil, pero la cirugía e el ramo de su método curativo que será el último en ser reconocido. Sin embargo, no es sino justo decir que ya obran en poder de la autora testimonios plenamente acreditados de curaciones, tanto de huesos fracturados como de articulaciones dislocadas y de vértebras, efectuadas por ella misma y por sus alumnos, mediante la cirugía mental únicamente” (pág. 402). ¡Me sentí contenta de haber elegido al “cirujano más hábil”!

Yo iba a ir a visitar a mi hermana, pero ella vino a mi casa. Durante cuatro días ella fue para mí una ayuda maravillosa, atendiendo las llamadas telefónicas, ocupándose del auto y declarando para mí muchas de las verdades de la Ciencia Cristiana. Mantuvimos en nuestro pensamiento el hecho científico de que mi individualidad espiritual estaba intacta y no podía ser tocada por un accidente o una lesión; y que este hecho puede ser demostrado, como hizo Cristo Jesús al llevar a cabo su obra sanadora. La practicista me dio referencias apropiadas de la Biblia y de los escritos de la Sra. Eddy con las cuales estudiar y orar.

En el término de una semana, sin cirugía ni manipulación alguna, el labio sanó, y los dientes y la mandíbula volvieron a su lugar. Al octavo día, pude practicar la lectura para la iglesia, y el domingo cumplí con mi tarea como Segunda Lectora. A las dos semanas, pude comer comida sólida y cepillarme los dientes como de costumbre.

En verdad aprecio el trabajo de la practicista, también la ayuda de mi amiga y de mi hermana. Es indudable que el apoyo que ellas me brindaron contribuyó a esta curación. Mi corazón está lleno de gratitud hacia nuestro Maestro, Cristo Jesús, y hacia nuestra Guía, Mary Baker Eddy.


Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / mayo de 1994

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.