Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Entrenamiento: ¿debe poner énfasis en lo físico o en lo espiritual?

Del número de mayo de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En La Actualidad, se da mucha importancia a hallarse en buen estado físico y se ofrecen numerosos programas y productos que ayudan a lograrlo. Una buena dosis de energía se emplea en correr, hacer ejercicios con aparatos y levantar pesas. ¿En qué medida es verdaderamente importante esta clase de entrenamiento? ¿Es un camino seguro para alcanzar la salud y para hacernos sentir que estamos realmente vivos?

Se cree que un cuerpo más fuerte puede proveer mayor vigor y firmeza para hacer frente a las exigencias diarias. Pero este enfoque descarta con demasiada ligereza el concepto que cualidades mentales tales como la alegría, el amor y la inteligencia puedan ser la fuente de donde proviene la fuerza. En vez de dedicar tanta atención a desarrollar el cuerpo, quizás deberíamos pensar más en la verdadera naturaleza de la salud. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: "Decir que hay fuerza en la materia es tanto como decir que la energía está en la palanca. La noción de que haya alguna vida o inteligencia en la materia no tiene fundamento en la realidad; y no se puede tener fe en la falsedad cuando se ha llegado a conocer la verdadera naturaleza de la falsedad". Ciencia y Salud, págs. 485–486.

Si consultamos la Biblia, podemos comprobar que la perfección de la creación de Dios, que incluye al hombre, está establecida desde el primer capítulo del Génesis. Esta creación es espiritual, debido a que Dios es Espíritu. Cristo Jesús restauró la salud a través de su percepción de que el hombre es el linaje espiritual de Dios. Por ejemplo, él sanó a la mujer que había estado encorvada y no se había podido enderezar durante dieciocho años. Véase Lucas 13:11–13.

Yo he podido experimentar por mí mismo, la manera en que el entendimiento correcto de que el hombre es espiritual, trae curación al cuerpo. Desde mi juventud, había practicado atletismo y estaba muy orgulloso de mi fuerza física. Mis deportes favoritos eran esquiar en los Alpes, escalar montañas, andar en bicicleta y nadar. Un día, mientras trabajaba en el jardín, sentí que no me podía enderezar. Una de mis piernas estaba rígida, y se resistía a abandonar su posición flexionada. Me sentí como si una gran calamidad se hubiese abatido sobre mí y estaba muy deprimido.

La compañía para la cual trabajaba en esos momentos me envió a ver a un médico especialista, de acuerdo con lo que establece nuestra ley nacional. Mi esposa me dio un ejemplar del Heraldo para que lo llevara conmigo, diciéndome: "Lo puedes leer mientras aguardas en la sala de espera". Para cuando el médico me invitó a entrar al consultorio, casi había terminado de leerlo y me sentía muy inspirado y ya le prestaba mucha menos atención al problema físico. En el Heraldo encontré pensamientos muy valiosos que me causaron gran impresión; leí que la materia no puede hablar y que no tiene ningún poder sobre el hombre, que el hombre fue creado perfecto, a imagen y semejanza de Dios. Comencé a razonar que las leyes físicas no pueden determinar lo que debe sucederme, y que yo podía llenar mis pensamientos con la verdad de que el hombre, debido a que es espiritual, es completo e invulnerable, de acuerso con la ley de Dios. Sentí que había comprendido algo de esa verdad.

Después que me sacaron radiografías de la pierna desde todos los ángulos, el médico me dijo que no aparecía ninguna lesión, pero agregó que si la pierna no mejoraba dentro de los próximos tres días, deberían hacerme una operación.

Se me había presentado la oportunidad de probar lo que yo sabía desde hacía mucho tiempo de la Ciencia Cristiana, pero que no había puesto en práctica en forma consecuente. Con la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana traté, paso a paso, de purificar mi consciencia. Había mucho para limpiar en mi pensamiento. Durante años no había estado lo suficientemente alerta para examinar si podía confiar en los sentidos físicos y de que manera describían al hombre como ser físico.

Después de tres días, aunque no podía mover mi pierna con entera libertad, la había podido enderezar, y el médico consideró que la operación ya no era imprescindible. Comenzó para mí un período de progreso gradual. A pesar de la considerable limitación con que podía moverme, estuve en condiciones de cumplir con todas mis obligaciones, tanto en mi trabajo como en mi hogar y en la iglesia.

Mi "entrenamiento" espiritual diario se había vuelto muy intenso. Oraba continuamente para lograr un mejor entendimiento del hombre, y fui aprendiendo que la habilidad más importante es la de poder ver y expresar cualidades semejantes a Dios. Aprendí que el movimiento, el orden, la fuerza y otras cualidades semejantes tienen un origen divino, y por lo tanto, están al alcance de todos de una manera inagotable.

Justamente durante ese período me asignaron una tarea en la iglesia que exigía muchísima preparación. Me aboqué a ella con gran seriedad y estudié diariamente la Lección-Sermón del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana con una dedicación a la que anteriormente no estaba acostumbrado. La Biblia se fue volviendo más familiar para mí y muchos párrafos del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, tomaron un significado más vívido y evidente. Aun las frases familiares las veía desde una perspectiva diferente.

Un día, me di cuenta de que otra vez podía moverme con entera libertad, sin limitación alguna. Antes de que esto sucediera, una y otra vez me sentí invadido por una gran alegría, sin que aparentemente hubiera una razón especial para ello, y ese estado continúa actualmente. Durante ese período de mi vida tan dedicado a la oración, experimenté muchos cambios. En mi familia y en el trabajo se ha desarrollado una mejor comprensión mutua y un interés verdadero por los demás. Mi vida entera mejoró.

Poco a poco, fui reanudando mis antiguas actividades deportivas. Pero ahora las cosas eran diferentes. Ahora, el movimiento era una razón para expresar cualidades semejantes a Dios. Desde mi nuevo punto de vista, la fuerza, el aguante y la destreza tomaron una dimensión diferente. Ahora partían de la convicción de que Dios protege a Sus hijos — todos nosotros — con un amor siempre presente e infinito.

Desde entonces, han transcurrido muchos años, y hoy, siendo ya una "persona mayor", me encanta esquiar por laderas más escarpadas, escalar montañas más altas y hacer paseos más largos en bicicleta; estas actividades me parecen ahora más fáciles que antes. A través de la oración, cada victoria que he obtenido sobre los desafíos me ha fortalecido y me ha dado confianza y seguridad en el conocimiento de la omnipresencia de Dios.

Durante estos años, he aprendido que cuanto más nos apoyamos en Dios como el Amor que todo lo abarca, más aumentan nuestras habilidades, y esto es mucho más eficaz que cualquier otra clase de entrenamiento.

Yo sé los pensamientos que tengo
acerca de vosotros,
dice Jehová, pensamientos de paz,
y no de mal para daros
el fin que esperáis.

Jeremías 29:11

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / mayo de 1994

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.