Las Hileras E de percheros de vestidos y trajes nuevos eran tan tentadores. Parecía que estaban pidiendo a gritos que se los probara, que se los comprara, para que se viera estupenda en la próxima fiesta de la playa.
Y, por supuesto, sus tarjetas de crédito eran tan fáciles de usar. Simplemente entregársela en la mano al vendedor, firmar y ¡ya está! Nadie nunca le preguntaba si estaba al día con los pagos de aquellas tarjetas (¡no lo estaba en absoluto!). O si adeudaba alquileres atrasados de su departamento (¡definitivamente así era!). O si había pagado sus vacaciones del verano pasado (no lo había hecho). Entonces ella compró otro vestido que realmente no necesitaba, y se dijo a sí misma que más tarde vería cómo iba a pagarlo.
Interiormente sabía que después de unos días habría otra ropa que le gustaría.. . y otra y otra, hasta que a fin de mes otra vez llegarían las cuentas con saldos más grandes que nunca.
Luego haría un pequeño pago de las cuentas más urgentes hasta que su cheque de pago se acabara. Después de esto, vivía a crédito, cargando sus comidas, el pago de su coche, todo, hasta que el nuevo cheque de pago llegaba. Este era un ciclo que ella conocía de memoria.
En ocasiones era muy estricta consigo misma y se prometía solemnemente comprar solamente lo necesario. Pero la fuerza de voluntad y las bravuconadas nunca duraban más que uno o dos días. Luego volvía a visitar los centros comerciales otra vez, buscando nuevas “cosas baratas”, nuevas experiencias excitantes cuando se iba de compras.
Finalmente, desesperada por los miles que debía a sus parientes, a sus amigos, al propietario de su departamento y en todas sus cuentas, comprendió que necesitaba ir más allá de sus propios recursos humanos y romper ese modelo de gasto, de deudas y más gastos, en los que estaba atrapada. Se convenció que sólo Dios, podía liberarla de la manía del crédito que la había puesto en una rutina de pagos atrasados y excusas inaceptables. Entonces, aunque sintió que no merecía la ayuda de Dios, empezó a orar. Y pidió a un practicista de la Ciencia Cristiana que orara con ella.
Usted se puede preguntar cómo un practicista, alguien cuya única arma en contra de las deudas es la oración, podría ayudar a esta mujer que es una amiga mía. ¿Acaso no necesitaba un rico benefactor que pagara por completo todas sus cuentas?
Pero la practicista sí ayudó a mi amiga. La ayudó a entender que sus verdaderos recursos estaban más allá del dinero que había en su cuenta bancaria que estaba constantemente al borde del desastre. De hecho, sus verdaderos recursos nada tenían que ver con el flujo de efectivo o los ingresos o cualquier otro factor material. Tenían que ver con Dios, el origen de todas las cosas buenas y queridas que ella pudiera necesitar o desear. Dios es el Amor divino y es el bien mismo. Por lo tanto, El proporciona naturalmente los atributos de virtud y belleza para toda Su creación. Y los brinda en infinita cantidad, porque El es infinitud. Como el Apóstol Pablo lo dice en la Biblia: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”. Filip. 4:19. Y estas riquezas divinas no tienen fin, como el horizonte sobre el océano en un día claro.
Sin embargo, mi amiga aún se preguntaba sobre un par de cosas. Por ejemplo, ¿si los regalos de Dios son absolutamente ilimitados, significaría esto que podría comprar cualquier cosa y todo lo que quisiera? Y si Dios realmente cuida de todas sus necesidades, ¿entonces porqué ella siempre estaba endeudada hasta la coronilla?
Cuando la practicista y ella oraron juntas sobre estas preguntas, llegaron a esta conclusión: hay que confiar en que Dios cuida de nuestras necesidades, no necesariamente de nuestros gustos o de nuestros antojos.
Mi amiga tuvo que admitir que muchas de las cosas que había comprado ciertamente no se las podía calificar de necesarias. Además, sabía que no estaba realmente satisfecha con muchas de sus compras. A menudo se cansaba hasta de la ropa más linda después de usarla un par de veces. Y no importaba cuantas cosas tenía, ella quería aún más.
Entonces se preguntó a sí misma: “¿Si sé de antemano que nada que compre me brindará un placer duradero y que el gastar de más solamente me sumergirá más en mis deudas, por qué sigo comprando compulsivamente cosas que no necesito y que además no puedo pagar?”
Tal vez, como la practicista la ayudó a comprender, era lo que la Biblia denomina “la mente carnal” lo que la tentó a gastar de más y a actuar compulsivamente. Pero en realidad, por ser el reflejo de Dios, su verdadera naturaleza era controlada solamente por la única Mente divina, Dios. Esta Mente es enteramente bondadosa, y le hace hacer sólo cosas correctas e inteligentes. Ella podría apelar a esta inteligencia divina en los momentos de tentación, confiando en ella como guía para superar sus excesivos y constantes gastos y permitirle resistir esos impulsos compulsivos de la mente carnal.
La mente carnal argüye específicamente que lo material es todo lo que cuenta. Insiste en que todos estamos hechos de materia, que somos satisfechos por ella, y que debemos estar felices de que somos de esa manera. Como una vocalista de música popular gritaba con júbilo en una grabación que fue un éxito varios años atrás: “We are living in a material world, and I am a material girl” (Vivimos en un mundo material, y yo soy una muchacha material).
Esta manera de pensar nos hace concentrar justamente en un cuerpo material como la esencia de nuestro ser. (Después de todo, el significado de carnal es “lo que pertenece al cuerpo”). Y, naturalmente, si pensamos que el cuerpo es todo lo que somos, entonces sentimos que no hay nada más importante que consentir al cuerpo, vestirlo, alimentarlo, llevarlo a pasear en un coche llamativo, y así sucesivamente.
Todo esto resulta en un egoísmo que nos impediría aprender sobre nuestra verdadera identidad espiritual, completa y satisfecha en la semejanza de Dios. Superaría de tal manera las cosas reales y bellas de nuestra vida que se transformaría en un tipo de muerte moral y espiritual. Pablo describe este debilitamiento de nuestra inclinación natural y espiritual de esta manera: “El ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz”. Rom. 8:6. La versión moderna de la Biblia en Checo aclara notablemente este pasaje al escribirlo de este modo: “El permitir ser guiado por el egoísmo es muerte; pero el dejarse guiar por el Espíritu es vida y paz”. Y en el siguiente versículo de esta misma Biblia “la mente carnal” se traduce como “concentrándose en uno mismo”.
¿Pero si esta mente es egoísta, no podría ser el altruismo — un amor cristiano puro — su opuesto, su antídoto, como quien dice? ¿Y no podría este amor desinteresado mostrarnos la manera de dejar este pensamiento carnal, la manera de poder pagar las deudas?
Cuando sentimos más amor y cuidado por los demás, por ejemplo, vemos buenas razones para controlar nuestros gastos, para ser generosos en todo lo que hacemos. Y quizás empecemos a pensar también en nuestra deuda con el Amor divino. En otras palabras, podemos empezar a sentir que estamos en deuda con nuestro Padre-Madre celestial, nuestro proveedor divino, que debemos dar testimonio de Su inagotable bondad, probarnos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea que El provee abundantemente a toda Su creación. Por supuesto, no probamos esto con la acumulación de bienes materiales. Lo probamos con la riqueza de las cualidades que expresamos a semejanza de Dios, nuestra rectitud e integridad en los negocios, por ejemplo, y en nuestra puntualidad en pagar y agradecer a otros por el servicio recibido de buena fe. Y cuanto más nos ocupemos en cuidar de esta deuda con Dios, más fácil y naturalmente serán resueltas nuestras deudas monetarias.
Eso fue lo que ocurrió con mi amiga. Puso como prioridad cumplir con lo que Mary Baker Eddy llama: “Lo que Dios exige” en el Manual de La Iglesia Madre, donde ella escribe: “Dios exige que la sabiduría, la economía y el amor fraternal caractericen todos los actos de los actos de los miembros de La Iglesia Madre, La Primera Iglesia de Cristo, Científico”.Manual de la Iglesia, Art. XXIV, Sec. 5.
En realidad, mi amiga ha disfrutado al cumplir con estos requerimientos en su trabajo, en sus compras y en el pago de sus cuentas. Y ahora tiene un magnífico y nuevo trabajo con un mejor sueldo y con una mejor oportunidad de vivir los ideales de “la sabiduría, la economía y el amor fraternal”. Poco a poco está pagando a sus acreedores. Pero lo más importante es que ella siente la inigualable felicidad que brinda el cumplir con sus deudas con el Amor divino, haciendo lo que Dios exige.