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Dejemos que Dios nos ayude

Del número de mayo de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un golpe en la puerta una noche hizo que mi esposa y yo nos viéramos frente a una joven que se había perdido. Estaba visitando unos amigos y había salido a caminar hasta bien entrada la noche. Sus amigos no estaban en la casa, de modo que no podía llamarlos para que le indicaran el camino.

Sin pedir las innecesarias disculpas por importunarnos (que de ninguna manera era así), nos pidió ayuda. Volviendo sobre sus pasos pudimos encontrar la casa de su amiga. Ella estaba muy contenta de haber vuelto, y yo recordé los beneficios que obtenemos cuando permitimos que alguien nos ayude.

La promesa de que Dios cuida constantemente de sus hijos es muy reconfortante para aquel que necesita sentir Su ayuda. La Biblia revela el divino mensaje: "No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia". Isa. 41:10.

Cristo Jesús reconoció que cuando estamos dispuestos a buscar el apoyo de Dios, recibimos ayuda en abundancia, anu si se trata de una necesidad urgente de sanar físicamente. Sin embargo, para ser receptivos es necesario tener fe en la justicia de Dios, en Su bondad, y tener confianza en la sabiduría que El tiene para darnos lo que es mejor para nosotros.

En una ocasión, un mendigo ciego se enteró de que Jesús estaba cerca. Lo llamó: "¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!" Llevaron al mendigo delante del Maestro, quien le preguntó: "¿Qué quieres que te haga?" El relato del evangelio continúa: "Y él dijo: Señor, que reciba la vista. Jesús le dijo: Recíbela, tu fe te ha salvado. Y luego vio, y le seguía, glorificando a Dios". Lucas 18:38, 41–43.

Al glorificar a Dios el hombre debe de haber percibido lo que representaba Jesús: que el poder para sanar y ayudar a los demás es divino, no es personal. En realidad la cuestión no fue de si se trataba de la ayuda de Jesús o de Dios. La solución sanadora se manifestó en términos del poder eterno de Dios que se expresaba a través de Jesús y en el amoroso interés que tenía éste por el hombre.

Después de una vida dedicada al servicio de Dios y el hombre, la Sra. Eddy escribe: "Cuando estamos dispuestos a ayudar y a recibir ayuda, la ayuda divina está cercana".The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 166. El estar dispuesto a "ayudar y a recibir ayuda" va mucho más allá de una simple elección personal. Cuando se lo comprende espiritualmente, el bien que hace una persona por otra refleja la actividad de Dios, quien es la causa de todo lo que es bueno en nuestra vida. O, como lo afirma la Biblia: "Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad". Filip. 2:13.

El buscar o recibir ayuda no quiere decir que no hemos hecho lo mejor posible. Hacer lo mejor posible incluye volvernos en busca de la ayuda divina que nos permite glorificar a Dios, en lugar de hacer alardes de nuestro propio egotismo mortal. El aceptar con humildad la ayuda que necesitamos también indica nuestro deseo de crecer espiritualmente y que tenemos la capacidad de recibir más bien.

Podemos preguntarnos: "¿Soy tan autosuficiente que nunca acepto la ayuda externa?" Si es así, nunca llegaremos más allá de nuestros límites finitos. Nunca conoceremos los beneficios sanadores de apoyarnos en un poder mucho más grande que nosotros mismos.

¿Qué podría impedirnos volvernos a Dios en busca de consuelo y curación? ¿Acaso no es la convicción del mundo de que no somos más que mentalidades carnales independientes? Esta auto-identificación limitada mantiene el pensamiento encerrado dentro de las paredes de ignorancia que él mismo construyó, impidiendo que entre el conocimiento de que Dios es el Espíritu incorpóreo a quien Jesús llamó "nuestro Padre". Pensar que tenemos una inteligencia y capacidad personales que están centradas en el cerebro, apartadas de la comprensión del Espíritu, es como estar en una habitación que tiene ventanas del tamaño de una estampilla que permiten entrar rayos muy pequeños de luz. El orgullo que impide cualquier manifestación de debilidad por lo general cierra, traba y sella la puerta mental al bien que está tocando a la puerta para entrar.

La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: "Si el orgullo, la superstición o cualquier otro error impide que se reconozcan honradamente los beneficios recibidos, eso será un obstáculo para el restablecimiento del enfermo y para el buen éxito del estudiante".Ciencia y Salud, pág. 372. A veces la renuencia a darle crédito a Dios y a permitir que nos ayude puede ser el obstáculo para que se manifieste el bien por el cual estamos orando y esperando recibir.

Nada excepto la testarudez y la vanidad, basadas en un auto-análisis estrictamente material, puede interferir para que recibamos el cuidado amoroso de Dios y Su dirección inteligente. A medida que aprendemos a conocernos a nosotros mismos y a otros de la manera que Jesús nos enseñó (de acuerdo con las apariencias espirituales, no materiales), aceptaremos con gratitud nuestra herencia como linaje del Espíritu divino. La intransigencia, así como el temor y el desaliento, comienza a desaparecer a medida que comenzamos a sentir que el poder sanador de Dios está operando en nuestra vida.

Al rechazar la perspectiva mundana de que el hombre se hace así mismo, nuestro pensamiento se abre a la verdad del ser espiritual de que el hombre, hecho a semejanza de Dios, es espiritual, siempre uno con su Hacedor. Al tomar parte de la naturaleza y bondad del Espíritu, el hombre depende completamente de Dios para todo lo que necesita: vida, salud, inteligencia, provisión, felicidad, libertad. Todo el bien que nos parece que nos falta se encuentra en la comprensión espiritual de nuestro ser a imagen de Dios.

De modo que, ¿cómo experimentamos usted y yo en realidad de maneras sanadoras y prácticas la ayuda que necesitamos? ¿Cómo podemos sentir la ternura amorosa de Dios que nos promete un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana: "En Ti hallo fuerza en mi debilidad"?Himnario, N.° 195.

Lo que ocurre es que nuestras oraciones, el reconocimiento de la perfección de Dios y el hombre, nos elevan para que veamos que Dios ya nos está “ayudando”. El ya está manteniendo y preservando al hombre porque es Su semejanza amada. El efecto benéfico que experimentamos en nuestra vida diaria, que llamamos “ayuda” o “curación”, no es en realidad un agregado a nuestra vida, en el sentido tradicional de un Dios que está allá arriba en el cielo y que interviene en la tierra en los asuntos humanos de los enfermos y pecadores mortales. En lugar de eso, la prueba de la ayuda siempre disponible de Dios nos revela, ofrece evidencia tangible de, el cuidado constante que Dios está perpetuamente brindándonos porque somos Sus hijos.

El permitir que nos ayuden es natural para nosotros porque expresa la realidad de nuestro ser. Dios está vertiendo constantemente sobre Sus hijos vida, inteligencia, salud, seguridad, felicidad. Ahora mismo El nos está proporcionando todo el bien a cada uno de nosotros. A medida que buscamos y sentimos Su amor, comprendemos que nos beneficiamos de la comprensión de que Dios mantiene y sostiene todo el bien que él produce en nosotros “así el querer como el hacer”. De este modo seguro y cierto sentimos que Dios nos ayuda y bendice.

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