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La provisión no tiene su origen en la materia

Del número de mayo de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hubo Una Epoca en mi vida en que esa conclusión, de que la provisión no tiene su origen en la materia, habría sido lo último que hubiera deseado escuchar.

Cuando uno se encuentra sin dinero alguno, quizás inundado de deudas, a cargo de familiares que dependen de uno para satisfacer sus necesidades, y parece imposible de hacer, en esas circunstancias lo que uno precisa es dinero, punto. Entonces es fácil pensar que el dinero es la solución inmediata y aun final de nuestros problemas. El dinero parece ser una necesidad muy importante, y para mí, en cierto momento fue apremiante. Ante esta necesidad me volví a Dios en oración en busca de guía, y decidí solicitar la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana.

Al conversar con el practicista, supe que él había estado en una situación desesperante muy similar. Así que él sabía exactamente lo que yo no necesitaba escuchar y lo que sí tenía que escuchar. No me dijo de una manera superficial que todo iba a estar bien, ni sintió lástima por mí. Sin embargo, me habló de Dios con ternura, sinceridad y misericordia.

Aunque recuerdo sólo algunos de los comentarios específicos que hizo durante nuestra conversación, hubo algo inolvidable. A pesar de mi lamentable situación económica, lo que estaba expresando acerca de la naturaleza divina disipó mi preocupación por mi situación financiera y parecía que me hablaba de una necesidad más profunda y significativa, que en realidad no había reconocido hasta ese entonces. Era la necesidad de percibir que la naturaleza del bien es enteramente espiritual y eterna; no es algo que viene y se va, ni es el resultado de una causa material. Era menester percibir que el bien es tan solo la emanación de Dios, el Espíritu. Como el escritor del Nuevo Testamento declaró: “No [miramos] nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”. 2 Cor. 4:18.

¿Qué sucede, entonces, cuando comenzamos a estar expectantes de “las cosas que no se ven” a través de los sentidos físicos — de todo lo que viene del Espíritu, Dios — para satisfacer nuestras necesidades diarias? A medida que elevamos nuestro pensamiento más y más al Espíritu para satisfacer nuestras necesidades, percibimos los caminos únicos y prácticos en los que Dios ya está obrando. Y podemos ver con mayor claridad que en realidad no somos mortales indefensos, separados de Dios, que deben hacer lo mejor que pueden a partir de ínfimos recursos materiales. Somos el linaje de Dios espiritual y completo, que incluye todo lo que es necesario para nuestro bienestar.

Considerarse uno mismo como mortal y material es fomentar la noción de que la imperfección y la falta de compleción son intrínsicos a la naturaleza del hombre, a pesar de lo que podamos pensar acerca de Dios. Es creer que como seres limitados, separados de Dios, naturalmente carecemos de cierta cantidad o medida del bien, que existe fuera de nosotros y, por lo tanto, debe ser añadido a nuestra vida. Sólo desde este punto de vista distorsionado e invertido del hombre, tal creencia puede parecer legítima, y los mortales pueden sentirse que carecen eternamente de algo.

Sin embargo, si no agregamos el bien a nuestra vida, ¿cómo puede uno mejorar una condición humana empobrecida? Estando consciente de la verdad de que el bien está presente ahora, a pesar de las apariencias; que el bien es la realidad espiritual de la existencia porque Dios es el bien omnipresente. Como simple ilustración de esto, recuerdo una tarde cuando comencé a hacer una pequeña reparación en la cocina de una casa que nuestra familia había alquilado por unos meses. Parecía que ciertas áreas de la cocina estaban pobremente iluminadas, y recuerdo haber deseado que los propietarios de la casa hubiesen hecho en primer lugar un mejor trabajo al instalar las luces apropiadas. Cuando me agaché para continuar este trabajo, miré hacia arriba de la parte inferior de los aparadores de la cocina y noté que verdaderamente las luces habían sido instaladas y estaban empotradas, y sólo era preciso encenderlas. A medida que miraba alrededor de la cocina en lugares similares, descubrí luces adicionales. La lección espiritual que aprendí fue que en toda circunstancia es importante estar consciente de lo que ya existe para satisfacer cualquier necesidad, así como en este caso, la necesidad de iluminación no era agregar más luces a un ambiente mal iluminado, sino descubrir lo que ya había sido instalado.

Cristo Jesús dijo: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Mateo 6:33. ¿Acaso no significa esto que estas instrucciones nos alientan, por medio de la oración y el estudio espiritual, a buscar un mejor entendimiento de Dios y de la ininterrumpida relación que tiene el hombre con El, con el bien, y reconocer que esta búsqueda tiene prioridad y es nuestra primera y más importante necesidad?

Puesto que Dios es la única Mente, universal y omnisciente, ¿puede realmente existir un lugar tan remoto o una situación tan difícil donde la inteligencia que necesitamos para hallar determinada solución o tomar una decisión correcta no esté a nuestra disposición? Puesto que Dios es el Amor incondicional e ilimitado, ¿acaso no debemos esperar beneficiarnos de Su cuidado y dirección cuando nos volvemos a El en oración? Puesto que Dios es el bien infinito mismo, ¿acaso deberíamos aceptar tan prontamente que por alguna razón no hay suficiente bien disponible para todos, ya sea en forma de seguridad, amparo, empleo, felicidad, compañerismo, cooperación, o cualquier otra cosa?

Dios no es cierto benefactor misterioso que otorga el bien a los mortales ocasional o selectivamente. En verdad, es el Amor divino, la fuente del bien ilimitado siempre presente, y el hombre es Su linaje espiritual y perfecto, siempre bajo su cuidado. Sobre esta base comprendemos que la provisión es un estado invariable e inseparable del hombre y que podemos demostrar este hecho sin cejar en nuestra vida diaria.

Las situaciones materiales pueden fluctuar, pero todo lo que nos informan los sentidos físicos sobre el estado de nuestra vida no es digno de confianza. Es preciso darnos cuenta de la realidad, de nuestra perpetua coexistencia con el bien, y no alterar (o agregar algo a) una situación material. Sólo a través del sentido espiritual que Dios nos otorgó, percibimos que la naturaleza de la existencia no fluctúa, y percibimos el bien infalible que Dios siempre imparte al hombre y con el cual lo bendice. Esto es lo que hallé en mi experiencia, y continúo percibiendo.

Por medio del progreso espiritual, y de una búsqueda perseverante por lograr un mayor entendimiento de Dios y Su reino, nos damos cuenta del bien que está presente, y del hecho que nunca estuvo ausente.

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