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Busquemos la ayuda de Dios

Del número de febrero de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Para Daniel sus amigos siempre fueron algo muy importante. Cada vez que ellos querían practicar un deporte o jugar, Daniel siempre estaba listo para participar en la diversión.

Pero cuando Daniel estaba en cuarto grado, Diego, un muchacho mayor, comenzó a molestarlo. No era inusual que los muchachos se fastidiaran o jugaran rudo. Pero últimamente las provocaciones de Diego habían ido demasiado lejos. Estaba actuando más como un pendenciero que como un amigo.

Un día a la salida de la escuela, Daniel hizo una desesperada llamada a su casa. — Mamá, saca el auto y ven a buscarme. ¡Estoy en el garaje de Patricio!

—¿Por qué es necesario ir en el auto? — preguntó la madre —. Patricio vive solo a pocas casas de aquí. ¿Por qué no puedes venir a casa caminando?

— No puedo ahora — dijo Daniel —. ¡Por favor, ven a buscarme!

La mamá fue inmediatamente. Cuando ella detuvo el auto, Beto, el hermano de Daniel, la estaba esperando afuera del garaje de Patricio. Daniel salió del garaje, y los dos muchachos subieron al auto. Daniel permaneció callado y no quiso hablar. Beto, que había estado con él, le contó a la madre lo que había sucedido.

— Diego persiguió a Daniel todo el camino desde la escuela. Quería pelear con Daniel, de modo que Daniel se refugió en el garaje de Patricio para esconderse — dijo Beto —. Diego está buscando pelea con todos los chicos del barrio para probar que es más fuerte que todos los demás.

Daniel le dijo a su mamá que él no quería pelear. Tampoco quería que lo lastimaran. Le dijo que quería arreglar las cosas con Diego a su modo. Pero cuando un par de días después Diego lo persiguió otra vez de la escuela a la casa, era evidente que debía hacer algo más.

Daniel y su mamá se volvieron a Dios en oración. El había aprendido a orar en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. En la oración es necesario estar sereno, silenciar el temor y otros malos pensamientos, saber escuchar las buenas ideas de Dios, y obedecerlas.

En la Escuela Dominical había aprendido que Dios es Amor, que El es el verdadero Padre-Madre de cada uno, y que somos Sus hijos. Para Daniel, esto significaba que como hijo de Dios, Diego solo podía ser bueno y amoroso. Actuar como un pendenciero no era parte de la verdadera naturaleza de Diego.

La madre le recordó a Daniel la historia de David y Goliat en la Biblia. Véase 1 Sam. 17:1–50. Ellos hablaron sobre el valor y la confianza que tuvo David en Dios, aun cuando "todos los varones de Israel que veían aquel hombre [Goliat], huían de su presencia, y tenían gran temor". David, al oír la provocación de Goliat, preguntó quién era este hombre "para que provoque a los escuadrones del Dios viviente". Entonces dijo David a Saúl, Rey de Israel: "Tu siervo irá y peleará contra este filisteo". Cuando David salió a pelear, le dijo a Goliat: "Sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla".

Su madre le preguntó: —¿Piensas que David tuvo miedo al confiar en que Dios lo ayudaría a derrotar a Goliat?

Daniel pensó un momento. —¡No! — contestó. Entonces pensó en que la batalla de David con Goliat era la batalla de Dios. No había pensado en ello antes. ¿No podría Daniel, como David, dejar todo al cuidado de Dios?

De pronto Daniel se sintió mucho mejor. Los temores que un momento antes parecían tan reales se disiparon. Supo que él haría lo que Dios quería que él hiciera, y sabía que Diego lo haría también.

Al día siguiente, cuando Daniel volvía caminado a casa desde la escuela, Diego vino corriendo tras él de nuevo. Esta vez Daniel no corrió. Siguió caminando y oró en silencio: "Bueno, Dios, si Tú quieres que pelee, pelearé. Pero si Tú no quieres, no lo haré".

Cuando Diego se le acercó, en lugar de empezar a buscar pelea, le ofreció goma de mascar y caminó junto a él a su casa, hablando y haciendo bromas como un amigo lo haría. Diego nunca más actuó como un pendenciero con Daniel.

Daniel aprendió que podía desafiar al temor y dejar de tratar de solucionar las cosas por sí mismo. Ahora sabía que podía recurrir a Dios en cualquier lugar, a cualquier hora, y permitir que el poder del Amor gobierne a todos y a cada uno simplemente de la manera correcta.

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