Para Daniel sus amigos siempre fueron algo muy importante. Cada vez que ellos querían practicar un deporte o jugar, Daniel siempre estaba listo para participar en la diversión.
Pero cuando Daniel estaba en cuarto grado, Diego, un muchacho mayor, comenzó a molestarlo. No era inusual que los muchachos se fastidiaran o jugaran rudo. Pero últimamente las provocaciones de Diego habían ido demasiado lejos. Estaba actuando más como un pendenciero que como un amigo.
Un día a la salida de la escuela, Daniel hizo una desesperada llamada a su casa. — Mamá, saca el auto y ven a buscarme. ¡Estoy en el garaje de Patricio!
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