Quizas Nos Resulte agradable, y a veces incluso reconfortante, recorrer una y otra vez los recovecos de nuestra memoria. Alegrías, amistades, buenas acciones, hechos significativos, casi olvidados, llenan nuestro pensamiento. Al igual que las páginas de un álbum de recuerdos que atesoramos por largo tiempo, las alegrías vividas nos enriquecen.
Pero ¿qué podemos hacer cuando se trata de recuerdos penosos, aquellos que nos perturban, nos asustan o nos deprimen? Quizás nos resulte difícil superar angustias, injusticias, aflicciones u otros problemas del pasado. De hecho, quizás nos sintamos incapaces de hacerles frente, y mucho menos de sobreponernos a ellos.
La Sra. Eddy supo lo que era el sufrimiento, desde su juventud y también de adulta. Enviudó muy joven, la separaron de su único hijo, vivió largos períodos de invalidez y, más tarde, se divorció. Pero cuando descubrió la Ciencia Cristiana, encontró el camino para superar la desesperante creencia en la mortalidad, el origen de toda angustia. En su libro sobre su propia vida, Retrospección e Introspección, ella escribe: "La historia humana necesita revisarse y el registro material borrarse". Más adelante continúa: "Dios está sobre todo. El sólo es nuestro origen, propósito y ser. El hombre real no es del polvo ni jamás lo ha creado la carne; porque su padre y madre son el Espíritu único, y sus hermanos son todos hijos de un mismo padre, el bien eterno".Ret., pág. 22.
La ternura y la realidad del Espíritu nos liberan de un concepto material y mortal — presente o pasado — respecto a nosotros mismos. El someternos a la supremacía del Espíritu nos ayuda a ver más claramente quiénes somos en realidad. Nos capacita para perdonar las injusticias que resultan de nuestros propios errores o de los de los demás, y así nos ayuda a superar las angustias del pasado.
Presuponer que recordar aquello que aún nos lastima es simplemente revivir una y otra vez los malos momentos, es sólo una excusa para negarnos a enfrentarlos. La mayoría de nosotros reconocemos que no es sabio dar demasiada importancia al sufrimiento o profundizar viejas heridas. Entonces ¿cómo podemos reconocer si es el Amor divino el que nos está llevando a revisar nuestra historia humana y "borrar el registro material", o si sencillamente estamos cediendo a la autocompasión o a la voluntad humana?
La autocompasión no cumple ninguna función cuando se trata de resolver problemas o sanar. Orar honesta y desinteresadamente con comprensión sí cumple una función. Si estamos orando y entonces recordamos situaciones que nos causan pesar, podemos confiar en que el Amor divino es el que nos guía, no el egoísmo humano. Quizás sintamos temor de revivir viejas emociones. Pero tratar de desentendernos de los problemas afirmando decididamente: "Nunca más voy a volver a pensar en esto", es obstinación que sólo origina dificultades y no sirve de ninguna ayuda. Tampoco lo es la decisión opuesta de "ahondar en el pasado sin importar lo que suceda". Sólo la oración puede sanar el pasado.
La receptividad — el escuchar — es una parte importante de la oración. Es volverse a Dios y confiar en El para que nos guíe. Cristo Jesús enseñó que es necesario "entrar en nuestro aposento" cuando oramos. Si llevamos recuerdos dolorosos a ese aposento, estamos dando lugar a la materialidad, y no estamos orando verdaderamente. Antes bien, es necesario que seamos receptivos a la realidad espiritual; que llevemos con nosotros al aposento el deseo de estar conscientes sólo de la perfección de Dios y de Su imagen, el hombre. Que busquemos la revelación; que escuchemos la voz de la Verdad. Que neguemos la mortalidad y afirmemos nuestra unidad con el bien perfecto, nuestro Padre-Madre Dios. Esa oración hecha con comprensión nos permite estar seguros de que, por ser la expresión espiritual de Dios, las creencias limitadas y frustrantes de la existencia mortal — pasadas, presentes o futuras — no pueden afectarnos. Echa fuera las dudas. Nos libera de la tendencia a menos preciar nuestra verdadera identidad como hijos de Dios, y reafirma la herencia de salud, armonía y bienaventuranza que Dios nos otorga. En pocas palabras, la oración nos conduce por el camino de la curación.
En cierta ocasión fui víctima de una calumnia. Me sentí enojada y traicionada. Pero también tuve confianza en que podía haber curación. Oré, confiando en que la Mente divina me guiaría a pensar correctamente sobre la situación y sobre las personas involucradas. Pero aparentemente no podía evitar volver a hacerme ciertas preguntas, tales como: "¿Cómo pudo haber sucedido esto? ¿Qué hice mal?" A pesar de todo, seguía negándome a reconsiderar la situación. Entonces oré de todo corazón, atenta a la dirección de Dios. Pero volví a recordar el incidente ofensivo. "No", dije en voz alta: "No voy a rumiar". Pero entonces fue como si una voz me estuviera hablando, asegurándome que esta vez era necesario recordar. Comprendí entonces que el camino humano que había elegido, aunque bien intencionado, no era el adecuado, y escuché.
No debemos sorprendernos si, a través de la oración, somos guiados a esforzarnos por aclarar incidentes del pasado y las emociones que despertaron en nosotros.
Al revisar la situación, fui guiada a estudiar el Sermón del Monte de Cristo Jesús, prestando especial atención a su exhortación: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen". Matt. 5:44. Pronto comencé a ver que era un error tratar de reprimir e ignorar este recuerdo que no había sanado. En Retrospección e Introspección la Sra. Eddy explica: "Es científico morar en armonía consciente, en la Verdad y el Amor sanadores e inmortales. Para hacer esto, los mortales deben primero abrir los ojos a todas las formas ilusivas del error, sus métodos y su sutileza, a fin de que la ilusión, el error, pueda ser destruida; si esto no se hace, los mortales serán víctimas del error".Ret., pág. 64.
Sintiendo la profunda bondad del gobierno de Dios, fui liberada de todo deseo de tomar represalias, y sentí que había sanado.
Enfrentar este recuerdo, y otros desde entonces, ha sido la manifestación de la gracia divina, pues requiere que acepte más firme e incondicionalmente mi unidad con el único poder verdadero, Dios, y que me conozca a mí misma como El me conoce: completamente espiritual y por lo tanto imperturbable, intacta e inocente. Me impulsa a encontrar mi ser verdadero, mi vida verdadera, sin mácula de materialidad, y me obliga a comprender que perdonar significa olvidar científicamente, percibiendo la nada fundamental del mal. Tomando en cuenta el consejo del Apóstol Pablo y "olvidando ciertamente lo que queda atrás", Filip. 3:13. encontramos que el dolor ya no tiene lugar en nuestro pensamiento; es sanado.
No debemos sorprendernos si, a través de la oración, somos guiados a esforzarnos por aclarar incidentes del pasado y las emociones que despertaron en nosotros. Los recuerdos contenidos salen así a la luz, o quizás a una "nueva luz" si hemos estado tratando de apartarlos. No tenemos que tener temor. Lo que sea que el Amor revele, será eclipsado por ese Amor a medida que permanezcamos en la luz. La perfección de Dios y del hombre se hará más real para nosotros. La oscuridad de los recuerdos dolorosos será superada por la luz de la Verdad, la historia humana será revisada, y nos sentiremos espiritualmente vencedores, no víctimas.
