En Mi Primer año de licenciatura aprendí una lección importante. En una de mis clases, los estudiantes y el profesor discutían varias teorías de diseño. En realidad, los otros las discutían y yo generalmente escuchaba; no contribuía mucho. Al finalizar el curso, entregué el último, y único, proyecto. Obtuve una nota muy alta en ese proyecto, pero en mi calificación final la nota fue más baja. Cuando le pregunté sobre la diferencia de calificación, el profesor fue muy franco. Me dijo que aunque yo comprendía el tema, no había compartido lo que sabía con la clase y, por lo tanto, no merecía la calificación más alta. El tenía razón, y yo lo sabía.
Desde ese momento he llegado a comprender la necesidad moral de compartir. La esencia del cristianismo es promover el bienestar de los demás. Hay también una necesidad espiritual de compartir, que es la base de la demanda moral. Dar de nosotros mismos es una manifestación natural del hecho de que el hombre expresa la naturaleza divina. El libro del Génesis nos dice que el hombre es creado a imagen de Dios. Por lo tanto, la compasión y la generosidad son el resultado lógico del hecho espiritual de que Dios es Amor y el hombre la imagen del Amor. La expresión de la justicia es la manifestación inevitable del hecho de que El es la Verdad. La percepción y la sabiduría derivan del hecho de que El es la Mente.
Cuando damos sobre la base de una comprensión espiritual de Dios y del hombre, nuestro dar no puede menos que ser eficaz. Cristo Jesús nos mostró lo poderoso que es el dar sobre una base espiritual, a través de sus obras, las cuales incluyen curaciones de parálisis, ceguera y lepra. En una ocasión alimentó a cinco mil personas con unos pocos panes y peces, y en otra, salvó a sus discípulos de una tormenta en el mar.
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