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Tenemos en qué apoyarnos cuando necesitamos ampliar nuestra labor

Del número de febrero de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Mayoria De nosotros ya tiene la vida muy ocupada. "¿Cómo puedo hacer más de lo que estoy haciendo?", nos preguntamos por lo general cuando parece que hemos llegado al límite de nuestras fuerzas. Podríamos pensar que parece insensato aceptar otra tarea o dedicar más tiempo para cuidar de los demás. Las personas que dedican gran parte de su tiempo y energía a causas nobles, y a las cuales se les pide que trabajen aún más, podrían pensar que esto es exigir demasiado de una sola persona.

Sin embargo, de vez en cuando conocemos a una persona fuera de lo común, alguien que da tanto de sí misma a los demás — que trabaja y ama más de lo que nosotros creíamos que alguien era capaz de realizar — que esto nos obliga a examinar nuevamente lo que con tanta seguridad creíamos que era el límite de nuestras fuerzas.

Florence Nightingale es una de esas personas. Cuando todos los demás habían terminado de atender a los soldados y se habían retirado a descansar por la noche, la Srta. Nightingale comenzaba sus rondas complementarias. Se dice que, lámpara en mano, recorría los corredores, inspeccionaba cada detalle y consolaba a los soldados; en ocasiones incluso escribía mensajes a sus hogares en nombre de ellos. Esto significaba que a veces estaba en pie las veinticuatro horas del día. Se destaca un comentario que habla de ella: "Ella hacía cosas que nadie más tenía tiempo de realizar: limpiaba los pisos, lavaba y cocinaba. En poco tiempo el índice de mortalidad bajó de sesenta por ciento a uno por ciento".Mary Baker Eddy Mentioned Them (Boston: The Christian Science Publishing Society, 1961), pág. 160.

Los esfuerzos increíbles de la Srta. Nightingale no pasaron desapercibidos para Mary Baker Eddy, siendo ella misma una trabajadora incansable y profundamente devota en bien de la humanidad. En su libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, la Sra. Eddy escribió: "Es proverbial que Florence Nightingale y otros filántropos ocupados en labores humanitarias han podido experimentar, sin desfallecer, fatigas y exposiciones a la intemperie que personas comunes no hubieran podido soportar".Ciencia y Salud, pág. 385.

Por lo tanto, ¿cómo puede una persona ponerse a la altura de tales circunstancias? Esto debe requerir algo excepcional, porque si lo que está alimentando esos esfuerzos es solamente cuestión de músculos y voluntad personal, seguramente no brindarían suficiente energía a nadie sin que quedara exhausto. Esta clase de dedicación está respaldada por algo superior a los medios materiales, como bien lo sabía la Sra. Eddy. Ella escribió sobre estos obreros incansables: "La explicación está en el apoyo que recibieron de la ley divina, que superó a la humana".Ibid.

Se podría pensar que la ley es restrictiva. Sin embargo, cuando pensamos que la fuente de la ley divina es Dios, que es el Amor perfecto e infinito, nuestro pensamiento se abre para percibir que una clase muy diferente de amor está en operación. No es un gobierno que estorba y castiga a los que están bajo su jurisdicción; más bien, es un gobierno que por su propia naturaleza apoya permanentemente la actividad del bien, un gobierno que cuida de todos espiritualmente y sin reservas. "Tranquilicémonos con la ley del Amor", leemos en Ciencia y Salud; y el pasaje continúa: "Dios nunca castiga al hombre por hacer lo que es justo, por labor honrada o por actos de bondad, aunque lo expongan a la fatiga, el frío, al calor o al contagio".Ibid. pág. 384.

Quizás nos enfrentamos con la necesidad de brindar una mayor ayuda a otras personas, y nos resulta difícil cobrar fuerzas o aun sentir el deseo de llevarlo a cabo. Tenemos todo lo que necesitamos bajo la ley del Amor. Comprender que el hombre como Dios lo creó es espiritual, la expresión misma de Dios, el Amor, apoya la ayuda que vamos a brindar a otros sobre la base correcta. Por lo tanto, no realizamos nuestras tareas como mortales egoístas y fatigados que están haciendo un gran esfuerzo por realizar algo antinatural. En vez de esto, trabajamos como quienes comprenden qué natural es amar en todo momento y bajo toda circunstancia porque verdaderamente reflejamos el Amor sin límites de Dios.

Y no estamos hablando de algún tipo de sentimiento emotivo. Nos estamos refiriendo a una fuerza divina y poderosa que obra por el bien. El pensamiento que responde al amor espiritual, es elevado, reformado y sanado, y está recibiendo algo del poder inagotable del amor de Dios. Su amor sencillamente no puede disminuir ni agotarse.

Realmente hay ocasiones en que, en lo que parece ser un mundo sin amor, necesitamos orar más seriamente que nunca para sentir tan siquiera un momento de este afecto espiritual. Sin embargo, en ese momento, cuando de pronto nos sentimos impulsados a ser más pacientes, a perdonar, a seguir amando, todo esto es evidencia de que el Amor eterno está presente y activo, transformando nuestros móviles y afectos.

¿Y si descubrimos que nuestros esfuerzos por ayudar a los demás no son apreciados? Tal vez hemos trabajado largas horas en algún proyecto por el cual no recibimos ni siquiera las gracias a cambio. Quizás hasta fuimos rechazados. Lo que realmente importa no es lo que otros dicen — o no dicen — sino que nosotros no impongamos condiciones al amor que reflejamos.

Hasta el enemigo más obstinado, alguien que parece ser el que menos merece nuestra ayuda, en realidad Dios nunca deja de amarlo. Por lo tanto, el amor incondicional debe ser nuestra norma como reflejo de Dios, lo cual no significa que la maldad no deba ser corregida. Debe ser corregida. Pero el Amor divino indica cómo ha de realizarse la corrección, y la misericordia de Dios espera a los que se han reformado y que de ese modo han logrado una expresión más plena de la naturaleza recta y verdadera del hombre.

Nuestra mayor felicidad proviene de esforzarnos por vivir y amar en armonía con el Amor divino, sin tener en cuenta cómo reaccionan los demás. Podríamos decir que la ley del Amor es: ¡el amor es la ley! Y comprobaremos que cuando aplicamos este amor constante a cada aspecto de nuestra vida, esto hace toda la diferencia. Tengo un amigo cuyos esfuerzos profundamente sinceros por ayudar a que otros departamentos de la compañía donde trabajaba ahorraran dinero, habían sido recibidos con indiferencia y aun resistidos por muchos meses. Pero cuando oró para comprender que las personas con las cuales y para las cuales trabajaba no eran las criaturas despreocupadas y conflictivas que a menudo aparentaban ser, y que la bondad y el amor constituyen la verdadera naturaleza del ser de toda persona, todo el ambiente empezó a cambiar. Las personas comenzaron a valorar el trabajo de mi amigo. Y al mismo tiempo descubrió que un nuevo vigor y disciplina surgían de su deseo por brindar una ayuda más amplia a los demás.

Cualquiera sean las circunstancias, sea lo que sea que se exija de nosotros, el mismo amor espiritual y poderoso está siempre presente para ser comprendido y obedecido, y apoyar permanentemente nuestros esfuerzos para ayudar a los demás. Esa es la ley. Y esto es reconfortante.

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