Ocasionalmente incluiremos comentarios sobre algunos aspectos de la Biblia de interés especial para los lectores del Heraldo.
En Los Tiempos de Jesús, los fariseos eran la influencia religiosa dominante en el judaísmo. El historiador judío Josefo, del primer siglo, nos dice que tenían gran "poder sobre la multitud" y se suponía generalmente que "superaban a los demás" como intérpretes autorizados de la ley judía (The Works of Josephus: New Update Edition).
Los fariseos eran estrictos respecto a la observancia religiosa. Promovían que la gente orara a diario en las sinagogas locales. Insistían en que cada judío debía participar a diario y totalmente en la observancia de las leyes religiosas que gobernaban la dieta, la purificación y la observancia del día de reposo.
Debido a que consideraban que el culto iba más allá del templo de Jerusalén, y estaba centralizado en la vida diaria de la gente, los fariseos fueron el grupo religioso judío más importante que sobrevivió después de que el templo fuera destruido en el año 70 de nuestra era, durante la desastrosa revuelta judía contra las autoridades romanas. Su obra durante los dos siglos siguientes ayudó a establecer las bases de lo que desde entonces se ha llamado judaísmo rabínico, y de esa forma moldeó profundamente la tradición religiosa judía que se extiende hasta nuestros tiempos. No obstante, de los Evangelios obtenemos un punto de vista diferente y más severo de los fariseos. Por cierto, Jesús con frecuencia denunció que eran los representantes de la hipocresía espiritual, que insistían en la estricta observancia religiosa pero que sustituían "el mandamiento de Dios" por "la tradición de los hombres".
Jesús no se oponía a la observancia de la ley mosaica. Mas para él, la religión verdadera consistía en la observancia verdadera y sincera de las demandas espirituales que fundamentan la ley: los mandamientos de "amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas", y "amarás a tu prójimo como a ti mismo".
Por supuesto, los fariseos también daban importancia a la obediencia de esos mandamientos, pero todo su énfasis estaba tan profundamente relacionado con la pureza religiosa y la observancia externa que cuando hablaban de religión daban realmente a entender algo muy diferente de lo que Jesús quería decir. Para Jesús el ser simplemente "religioso" — incluso muy religioso — en el sentido tradicional, no era suficiente. Para él la religión no consistía en la observancia externa, sino en la relación directa de cada persona con Dios. En las palabras del erudito Norman Perrin, Jesús "niega categóricamente que haya circunstancias externas en el mundo o de la vida humana que puedan separar al hombre de Dios; un hombre sólo puede estar separado de Dios por su propia actitud y comportamiento" (Rediscovering the Teachings of Jesus).
Jesús ciertamente no condenó a las personas porque eran fariseos ni evitó su compañía de una manera que hubiera sido "farisaica" en sí misma. Sino que describió gráficamente, en términos inequívocos, la diferencia que existe entre la verdadera religión como él la enseñó y la religiosidad tradicional, representada por sus críticos farisaicos.
Por lo tanto, la diferencia que hay entre Jesús y los fariseos no puede medirse por puntos teológicos técnicos. Más bien, va al corazón mismo de lo que significa vivir una vida verdaderamente religiosa.
