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Fui Atraida Al estudio de la...

Del número de febrero de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Fui Atraida Al estudio de la Ciencia Cristiana en mi edad madura. Para ese entonces había estado fumando cigarrillos durante veinticinco años, y nunca había intentado seriamente dejar ese vicio. El fumar era como un premio, algo que yo hacía simplemente para mí.

Cuando las prohibiciones de fumar se volvieron más comunes, me volví una fumadora más "cortés", que no fumaba en casa de amigos ni en lugares públicos. Puesto que restringía mi hábito principalmente a mi hogar, la mayoría de la gente ni siquiera sabía que yo fumaba. Era un vicio al que cedía diariamente, y uno que no podía abandonar.

Cuando me volví una estudiante más sincera de la Ciencia Cristiana y empecé a concurrir a los servicios religiosos de la iglesia, percibí que la Ciencia Cristiana no perdona el fumar, y que Ciencia y Salud declara claramente que el uso del tabaco no está en armonía con la práctica de la Ciencia Cristiana. Sin embargo, justifiqué mi hábito diciendo que yo era una estudiante nueva y que no podía esperarse que cambiara mi manera de vivir tan rápidamente. Juzgué a otros miembros de la iglesia, y declaré que algunos de ellos tenían hábitos desagradables que tampoco estaban en armonía con la Ciencia Cristiana. Incluso argüí que las reglas de la iglesia eran arcaicas.

No obstante, asistía a la iglesia con regularidad, progresé espiritualmente mediante el estudio fervoroso, y tuve curaciones maravillosas. Después de varios años, empecé a sentirme culpable e hipócrita acerca de seguir estudiando la Ciencia Cristiana mientras fumaba. También reconocí el poder que este vicio tenía sobre mí, especialmente en momentos de presión. Pero el deseo de dejar de fumar era aún menos poderoso que el poder del vicio.

Entonces llegó un momento en mi vida en que yo estaba orando acerca de unos problemas muy difíciles. Un practicista de la Ciencia Cristiana me estaba ayudando a comprender que yo tenía que silenciar la voz ilusoria del error y comprender que el mal no tenía poder sobre mi pensamiento. Sentí el poder de nuestras oraciones, pero jamás había hablado con el practicista acerca del asunto de fumar.

En ese momento empecé a pensar muy seriamente acerca de lo que la iglesia significaba para mí. Yo esperaba obtener el 100 por cien de la iglesia y de Dios, pero ¿estaba yo dando el 100 por cien? Si esperaba resultados de la oración, yo tenía que ser la mejor Científica Cristiana que pudiera ser, y aquí había una oportunidad de elevar la norma de mi vida y dejar de depender de la materia.

Yo sabía que necesitaba tomar una decisión, no sólo debido a los reglamentos o por lo que otro más hiciera o dijera; necesitaba hacer un compromiso con mi iglesia. Necesitaba poner a Dios primero en mi vida, porque yo sabía que esto era lo correcto. Esto significaba comprender que Dios era aun más poderoso que el vicio de fumar; que mi relación con El era el aspecto más importante de mi vida, y no dejaría que fuera oscurecido.

Poco después de obtener esta comprensión, las lecturas en la iglesia trataron sobre la historia bíblica de Jacob, que engañó a su hermano Esaú para apoderarse de su legítima herencia. Relacioné la experiencia de Jacob con la mía y sentí que yo también era falaz e insincera (véase el Gén., cap. 27).

Me había abstenido de fumar ese día, y como un desafío para mí misma, había puesto mis dos paquetes sobrantes de cigarrillos sobre un estante en la parte trasera de una alacena. Después del servicio religioso de la iglesia, estuve a punto de ceder a un fuerte deseo de fumar. Entonces, mientras buscaba con afán en esa alacena, sentí de pronto una gran fortaleza. Me quedé mirando fijamente esos cigarrillos, y dije en voz alta: "Padre, por favor, ayúdame". Pensé en las palabras de Jesús: "No puedo yo hacer nada por mí mismo" (Juan 5:30). Inmediatamente tomé los cigarrillos, los sostuve sobre un cesto de basura, y los despedacé. El deseo había desaparecido. Hubo momentos en los pocos días siguientes en que nuevamente quise un cigarrillo, pero mis oraciones me dieron la fortaleza de resistir. Desde entonces no he tenido la más mínima atracción por fumar; el vicio ha sanado. De hecho, el fumar se volvió muy desagradable para mí.

En Ciencia y Salud la Sra. Eddy escribe: "El gusto depravado por bebidas alcohólicas, tabaco, té, café u opio se destruye sólo por el dominio de la Mente sobre el cuerpo. Ese dominio normal se adquiere mediante fortaleza y comprensión divinas" (pág. 406). La Mente divina demostró que era el único poder en mi vida cuando estuve lista para recibir la bendición.

Esta curación ha aumentado en gran manera mi fe en la omnipotencia de Dios y el poder sanador de la oración. Estoy muy agradecida por ser, finalmente, un miembro que participa plenamente en su iglesia.


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