Mi Madre, Que por muchos años estuvo bajo el cuidado de los médicos por problemas del corazón, falleció en sus tempranos cincuenta años. Varios años después investigué la Ciencia Cristiana y descubrí que era muy parecida a mi manera de pensar en muchos sentidos. Me sentí particularmente alentada por la primera declaración de la Sra. Eddy en el Prefacio del libro de texto de la Ciencia Cristiana: "Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones" (Ciencia y Salud, pág. vii). "El infinito sostenedor": ¡fue una definición de Dios que me hizo pensar!
La primera curación espiritual que tuve ocurrió una tarde después que había estudiado detenidamente tan sólo las primeras cuatro páginas del libro, buscando la definición de cada palabra que no conocía muy bien, y leyendo y releyendo cada párrafo hasta que el verdadero significado penetraba en mi comprensión. Cuando le dije a la amiga que me había dado a conocer el libro lo que había sucedido, ella recalcó con buen humor qué saludable estaría yo cuando terminara todo el libro.
Mi esposo, mi joven hijo y yo asistimos y nos afiliamos a una iglesia de la Ciencia Cristiana. Pasaron muchos años felices cuando de repente me di cuenta de que me estaba aproximando a la edad que tenía mi madre cuando falleció. Pensé sobre esto con frecuencia. Un día mi esposo y yo nos estábamos preparando para hacer un viaje, y al lavar las ventanillas de nuestra camioneta, sentí un dolor fuera de lo normal en el pecho. Esto ocurrió de vez en cuando hasta que un día empecé a experimentar pesadez severa en el área del pecho. Encontré que no podía hacer ningún esfuerzo, y sentí mucho temor.
Le pedí a mi esposo que llamara a una practicista de la Ciencia Cristiana. Al tratar de alcanzar mi Biblia, un verso me vino a la mente: "... el perfecto amor hecha fuera el temor... el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor" (Juan 4:18). ¡Definitivamente éste era el pensamiento que necesitaba! No pudimos localizar a la practicista, así que establecimos contacto con nuestro hijo para que él, junto con mi esposo, me apoyara por medio de la oración.
Decidimos regresar a casa. Estuve agradecida por las butacas de respaldo alto de nuestra camioneta, que me brindaron cierta comodidad. Al viajar por las carreteras entre los estados, vi anuncios de hospitales, y en silencio medité si debía decirle a mi esposo que me llevara al hospital; pero pude calmar mis temores con el versículo de la Biblia que cité anteriormente. Llegamos a la casa móvil de nuestro hijo tarde aquella noche, y como no me podía acostar, mi hijo me dijo que ¡yo tenía trabajo que hacer! El preparó un espacio de estudio para mí en la mesa de su cocina. Nunca me habían venido tan claramente a mi mente tantas verdades espirituales. Reflexioné sobre ellas cuidadosamente antes de acostarme.
Cuando llegamos a casa al día siguiente, hablé con la practicista. Ella me dejó con este pasaje de La unidad del bien escrito por la Sra. Eddy: "Cristo no puede venir al sentido mortal y material, el cual no ve a Dios. Este sentido falso de sustancia tiene que ceder a Su eterna presencia, y así disolverse" (pág. 60). Dos noches después, al estar recostada en la cama, pensando acerca de los diferentes pasajes, no me podía acordar de ése. Por fin me levanté para encontrar el libro en otra habitación para poder leerlo otra vez. Al regresar a la cama, pensando en esas palabras, de repente me detuve y me di cuenta de que solamente "Su eterna presencia" determinaba mi bienestar, no el pensamiento mesmérico sobre la experiencia mortal de mi madre.
Un cálido sentimiento impregnó todo mi cuerpo, y aunque la pesadez que sentía no había desaparecido, sentí que había sanado. Quité lo que me sostenía en la cama, me acosté sobre mi estómago y dormí muy profundamente toda la noche. Una semana después me sentía perfectamente; la pesadez desapareció con el tiempo.
Al principio creí que era sabio no esforzarme. Entonces cuando una amiga me llamó para preguntarme si nos gustaría ir a pasear en bote de vela, supe que era hora de reclamar mi curación, y acepté la invitación. Habían transcurrido un total de diecinueve días desde el día en que comencé el tratamiento por medio de la oración hasta la primera vez que volví a jugara al vólibol. Algunos meses más tarde, el versículo de la Biblia que usé inicialmente, apareció en la Lección Bíblica: " 'En el Amor no hay temor, sino que el perfecto Amor hecha fuera el temor... El que teme, no ha sido perfeccionado en el Amor' ". La Sra. Eddy continúa con estas palabras: "He aquí una proclamación concreta e inspirada de Ciencia Cristiana" (Ciencia y Salud, pág. 410). ¡Amén!
Glen Carbon, Illinois, E.U.A.
    