"Y os Restituire los años que comió... la langosta" (Joel 2:25). Este versículo fue citado en un testimonio que escuché en una iglesia de la Ciencia Cristiana un miércoles por la noche en una de las primeras reuniones de testimonios a que asistí, cuando decidí volver a estudiar las enseñanzas de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy después de un largo período de ausencia. (Llegué a comprender que es realmente imposible alejarse de Dios. El está siempre cuidando del hombre y enviándole Su amor —siempre—, aun cuando nos parezca que estamos "demasiado lejos" de Su presencia.)
Mirar atrás por lo general no trae progreso (y supongo que ésa es la razón por la cual se le dice "mirar atrás"), pero al recordar los pasos que di desde mi graduación, puedo decir con toda honestidad que de no haber sido por la Ciencia Cristiana, hace mucho que ya no podría "contar el cuento", o para decirlo en forma menos trágica, todavía estaría batallando con serios problemas emocionales.
Mi último semestre de estudios fue difícil; cuatro años de vida disipada estaban cobrando su precio. Había participado en fiestas alocadas y en actividades sociales, pero a menudo sentía que carecía de afecto y me resultaba difícil mantener un verdadero sentimiento de autoestima. Esta manera de ser me llevó a esconderme tras una desagradable personalidad egotista.
Mi relación con las personas del sexo opuesto eran tirantes e incómodas. Un amigo que era homosexual me sugirió que probara su estilo de vida, pues para él había resultado ser un camino hacia la felicidad y una solución para los problemas de relación. En un momento dado, le hice caso, pero luego, los sentimientos de culpa y de condenación propia me destruían. Sentía mucho temor de que a partir de ese momento, mi única posibilidad fuera llevar en forma permanente un estilo de vida propia de los homosexuales, algo que yo no hubiera elegido hacer. El remordimiento, el temor y la frustración me acosaban de continuo; tenía accesos de llanto, pensaba en el suicidio y me resultaba difícil establecer una relación con los demás.
En la universidad, había un consejero al que recurría con frecuencia. Sus repetidas afirmaciones de "Estás realmente bien", me traían sólo un alivio pasajero, pero yo no parecía mejorar en absoluto al escucharlo decir eso. Era una persona servicial y conocía su profesión, pero no lograba que desapareciera mi angustia. Parecía que yo no podía quitarme de encima la horrible sensación de haber cometido un pecado irreversible que me había marcado para siempre.
Supongo que no fue por accidente que un día me di cuenta de que mi única salida era dedicarme por completo a estudiar la Ciencia Cristiana. Había conocido esta religión a través de la madre de una amiga mía de la escuela secundaria. Esa señora había dedicado mucho de su tiempo respondiendo a mis preguntas. Yo incluso había ido algunas veces a la iglesia, pero dejé de hacerlo al comenzar mis estudios universitarios.
Tan pronto como pude, llamé a la madre de mi amiga y le dije que necesitaba ayuda. Le dije: "Deseo llegar a ser la mejor persona que sea capaz de ser". (¡Aun me estoy esforzando por lograrlo!) Ella me invitó a que la visitara lo antes posible y me dijo que "comenzara a estudiar". (Yo había conservado mis ejemplares de la Biblia y Ciencia y Salud.)
Mi última reunión con el consejero fue breve. Le informé que había decidido estudiar la Ciencia Cristiana. Aunque no le resultaba conocida, me dijo: "Ir a la iglesia es una actividad saludable para todos", y me deseó lo mejor. Era un individuo realmente inteligente.
Esto fue solo el comienzo. El camino de la curación de mis problemas emocionales no se podía recorrer de la noche a la mañana. La madre de mi amiga me ayudó a orar a Dios. Luché con muchos obstáculos y momentos difíciles, pero aunque la curación fue lenta, fue verdadera. Pude sentir esto a medida que estudiaba la Ciencia Cristiana, asistía a la iglesia y crecía espiritualmente.
Gradualmente me fui sintiendo más cómodo conmigo mismo y con los demás. El sentido del humor, que siempre había tenido, reapareció, sólo que en una forma más agradable que antes. Muchos rasgos de carácter fueron corregidos durante esa época. La gente comenzó a sentirse más a gusto conmigo y pude volver a hacer vida social.
La curación me permitió amarme a mí mismo, aunque no con un sentido de egotismo. Con el tiempo pude perdonarme a mí mismo al igual que al hombre con el que había estado involucrado sexualmente. La amargura se disolvió en la proporción en que me esforcé por ver a cada uno como la imagen de Dios, espiritual y perfecto. "La manera de extraer el error de la mente mortal es verter en ella la verdad mediante inundaciones de Amor" (Ciencia y Salud, pág. 201). Los tormentos del pasado no dejaron huellas en mí, desaparecieron cuando aprendí que jamás fueron parte de mi verdadero ser espiritual.
La curación nos enseña que también es nuestro deber seguir orando y creciendo espiritualmente, no necesariamente porque es probable que los tiempos difíciles vuelvan, sino porque nos volvemos conscientes de que cuando nuestro pensamiento se espiritualiza, las demandas son mayores. Las lecciones que aprendí en aquellos momentos tan difíciles fueron de un valor incalculable, y me enseñaron que "la circunstancia misma que tu sentido sufriente considera enojosa y aflictiva, puede convertirla el Amor en un ángel que hospedas sin saberlo" (Ciencia y Salud, pág. 574).
Ahora, estoy casado y mi matrimonio es muy feliz. Estoy muy agradecido por la curación en la Ciencia Cristiana y por la oportunidad de ser testigo del poder de Dios, a través de Sus leyes divinas de restauración y ajuste.
