Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Cómo reñir y cómo no hacerlo

Del número de enero de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Cuántas Veces habremos deseado poder retirar palabras que hemos dicho, no reaccionar y, tal vez, comenzar nuevamente una relación? La mayoría de nosotros puede, sin duda, recordar riñas que hubiésemos podido evitar expresando más paciencia, compasión, comprensión, humor o humildad. Si bien algunos creen que descargar la ira tiene una acción terapéutica, la mayoría de la gente suele estar de acuerdo en que si ejercitamos de manera genuina las cualidades que expresan más bondad, hay mayores posibilidades de establecer relaciones pacíficas con los demás.

El problema es que es más fácil hablar acerca de controlar nuestras emociones ante una situación que produce tensión, o frente a una injusticia o debido al mal comportamiento de otros, que hacerlo. En esos casos, me ha resultado sumamente útil una declaración que hace la Sra. Eddy en su Mensaje a La Iglesia Madre para el año 1900 Ella escribe: "Cuando un hombre comienza a reñir consigo mismo deja de reñir con los demás. Debemos exterminar el yo personal antes de poder tener éxito en nuestra lucha con la humanidad".Mensaje para 1900, pág. 8.

Para mí, reñir conmigo misma significa estar en desacuerdo con lo que los sentidos físicos me presentan como realidades, pero que, desde una perspectiva espiritual, no son realmente ciertas. Un tema que ocupa un lugar muy especial en la Biblia es la batalla entre las propensiones carnales y la inclinación hacia lo espiritual. En la Epístola a los romanos, dice: "Los designios de la carne son enemistad contra Dios". Rom.8:7.

Cuando razonamos partiendo únicamente de la evidencia del sentido físico, Dios y Su creación espiritual parecen abstractos e incluso imaginarios. Cristo Jesús hizo un llamado a nuestras inclinaciones espirituales, a fin de que pensemos y actuemos desde la base de la comprensión de que Dios y Su reino están presentes en este preciso instante, aunque no parezcan así a los sentidos físicos. El ministerio de Jesús puso en claro la verdadera espiritualidad del hombre y su unidad con Dios. Por lo tanto, poner en práctica las inclinaciones espirituales es saber que el reino de Dios no es algo teórico sino una realidad que se puede probar.

Una de las lecciones más importantes que uno puede aprender — y de la cual no terminamos de aprender — es que el enemigo nunca es una persona, un lugar o una cosa. La Ciencia Cristiana explica que es siempre la mente carnal, la mentira que afirma que hay un poder y una verdad aparte de Dios y Su reino del bien. Ciertamente es preciso luchar contra esta mentira, pero el lugar donde hay que librar la batalla es dentro de nuestra propia consciencia, a través de la oración que nos acerca más a Dios, la Verdad divina.

Este hecho se manifestó de manera muy gráfica para mí cuando hace varios años una amiga dejó repentinamente de hablarme, sin que yo supiera la razón. A pesar de eso, mi primera reacción fue orar en vez de enfrentarla o de tratar de averiguar cuál era el problema. Poco antes de que esto ocurriera, yo habia estado reflexionando muy a fondo sobre la necesidad de reñir conmigo misma, de negarme a aceptar como real todo lo que niega la bondad y totalidad de Dios.

Yo sentía que esta experiencia con mi amiga era en cierto grado una oportunidad de poner a prueba esta idea que con tanta insistencia había persistido en mi pensamiento. Por lo tanto, cada vez que recordaba la situación, me ponía a orar siguiendo ese lineamiento, agradeciendo a Dios por Su infinita bondad que llena todo el espacio y constituye toda individualidad. Yo afirmaba que Dios es indivisible, por lo cual, Su reino no podía dividirse contra sí mismo. El hombre es la imagen de Dios, vive gracias a Él y sólo puede expresar Su naturaleza. La división y los malentendidos son desconocidos para Dios; son imposibles en el infinito y perfecto Uno. Dios es la única Mente; Su entendimiento es perfecto y Él gobierna cada pensamiento, motivo y acción. De esto se deduce que no puede haber enemistad alguna en Su creación. ¡Y no la hay! La unidad y la paz constituyen la realidad.

Cada vez que me volvía consciente de estas verdades espirituales — o sea, cuando se volvían reales para mí— me sentía en paz. A veces eso requería ¡reñir un poco conmigo misma! Pero lo bueno del caso era que yo sentía que no era una situación fuera de mi control. Yo sentía básicamente que la batalla se libraba dentro de mi propia consciencia y no entre mi amiga y yo. Mi lucha era contra la creencia carnal de que hay egos conflictivos y mortales; mi base era la verdad espiritual de que Dios es el único Ego y la armonía es la única condición de Su universo.

Después de algunas semanas, mi amiga me llamó por teléfono para decirme que estaba muy enojada conmigo y me pidió que fuera a su casa. Le respondí que llegaría en media hora. Utilicé ese tiempo para reafirmar lo que había vislumbrado en la oración acerca de lo imposible que era que hubiera alguna enemistad en la creación de Dios. Cuando llegué a su casa, ella me describió algo que yo había hecho y que, a su juicio, no era correcto. Estaba muy enojada y estuvo hablando durante un tiempo. Estábamos sentadas frente a frente a la mesa, y recuerdo que pensé que ese enojo simplemente no era real. Eramos hijas de un solo Padre, expresiones de una sola Mente, y no había división entre nosotras. La oración me había fortalecido tanto que no reaccioné. Recordé posteriormente que la situación era semejante a estar sentada junto a un fuego que ardía con violencia, pero cuyas llamaradas no producían calor alguno.

Cuando dejó de hablar, le pregunté si podía contarle mi versión sobre el asunto. Ella respondió: "No creo que pueda haber otra versión", pero aceptó escucharme. Le relaté lo que había sucedido desde mi perspectiva. Cuando terminé, dijo con suavidad: "Te creo". Ese fue el fin del enojo. Estuvimos sentadas por un rato más hablando de otras cosas. Después, nos despedimos cordialmente.

Yo sentía mucha gratitud de que todo hubiera terminado tan bien, pero además, me dio otra lección maravillosa. Pocas semanas después, mi amiga, que también era miembro de mi iglesia filial, un miércoles por la noche en una reunión de testimonios dio un testimonio respecto a esta curación y de qué manera ella había orado. Lo que realmente me impactó fue su afirmación de que a pesar de lo enojada que ella estaba ese día en que estuvimos sentadas a la mesa, ella había sentido la presencia del Amor divino. Al principio su afirmación me sorprendió, porque durante ese período, mientras oraba, en ningún momento sentí la necesidad de expresar más amor. No es que fuera una mala idea, sino que simplemente la respuesta no me había llegado de esa manera.

Lo que yo hice fue negar que el cuadro de enemistad pudiera ser real y confiaba en Dios, el bien, como la única realidad. Lo que me pareció maravilloso fue que el hecho de negarme a aceptar que el mal fuera algo real, ¡se percibió como amor! Esto me ayudó a comprender la manera de cumplir con el requerimiento cristiano de "amad a vuestros enemigos".

Reñir con la gente, no puede poner de manifiesto la verdad, ni resultar en curación, porque procede de la creencia errónea de que hay muchas mentes que no son perfectas y que producen conflictos. Esto no es un hecho espiritual sino una mentira de la mente carnal que no sabe que Dios es la única Mente perfecta a quien todas las identidades reflejan. Cuando reñimos con nuestra propia creencia acerca de la existencia de algo que no procede de Dios y Su expresión, la presencia del Amor divino — que realmente llena todo el espacio y gobierna todas las relaciones, eterna e ininterrumpidamente — debe manifestarse. Aun las contiendas que han continuado por varias generaciones deben finalmente dar paso a la eterna realidad de la única Mente, el único Ego, la única familia indivisible de las ideas de Dios.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / enero de 1996

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.