El Último Día de clase del segundo año de secundaria, cuatro amigos y yo hicimos el pacto que ninguno de nosotros tomaría alcohol en los años que nos faltaban de la escuela secundaria. Durante todo el verano mantuve mi promesa en mi corazón y la utilicé para aquietar mis temores acerca de la presión de mis compañeros en esos años de adolescente. Sin embargo, el primer fin de semana cuando comenzaron las clases los cinco fuimos a una fiesta. Rápidos como un rayo mis amigos se "aferraron a las botellas". Me sentí traicionada y sola; de repente nuestro compromiso no significaba nada. Yo era la única persona sobria en la fiesta y sentía que estaba completamente apartada. No sabía qué hacer o a qué recurrir.
Los días que siguieron seguí sintiéndome miserable y sola. Recurrí a la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana de esa semana en busca de consuelo. La primera cita Bíblica que leí era de Salmos y decía: "En el día que temo, yo en ti confío". ¡No lo podía creer! El mensaje de esas nueve palabras barrieron todo el temor que había sentido en los últimos tres meses. Continué leyendo: " Serán luego vueltos atrás mis enemigos, el día en que yo clamare; esto sé, que Dios está por mí.. . En Dios he confiado; no temeré; ¿qué puede hacerme el hombre?" Salmo 56:3, 9, 11.
Me sentí cada vez más consolada y segura con cada palabra de esta Lección. Comencé a comprender que nunca podía estar sola, porque Dios está siempre conmigo. Él está siempre presente y, puesto que soy Su imagen y semejanza, no podía estar separada de Él. Me di cuenta de que no necesitaba temer ni a mis compañeros, ni al alcohol, ni al colegio porque Dios, el bien, es el único poder. Siempre estoy bajo Su cuidado y Siempre lo estaré.
Confiando solo en Dios, sabía que nada dañino me podía tocar. Yo estaba bajo Su cuidado permanente.
Recordé el relato bíblico de Sadrac, Mesac y Abed-nego. Véase Daniel, Cap. 3. Los tres hombres fueron arrojados en un horno de fuego porque se negaron a inclinarse ante la imagen de oro que el rey Nabucodonosor había construido. Estos hombres deben de haber comprendido algo del amor eterno y de la omnipresencia de Dios. Cuando emergieron de las llamas, "Se juntaron los sátrapas, los gobernadores, los capitanes y los consejeros del rey, para mirar a estos varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían".
Comprendí que este relato se relacionaba con mi situación. No tenía que inclinarme ante la presión de mis compañeros y no tenía porqué sentirme incómoda ni avergonzada a causa de mi decisión de no beber alcohol. Confiando solo en Dios, sabía que nada dañino me podía tocar. Yo estaba bajo Su cuidado permanente.
Continué estudiando estos pasajes toda la semana, encontrando, cada día, más inspiración en ellos. Cuando llegó el siguiente fin de semana me aferré firmemente a la verdad de que estaba bajo el cuidado constante de Dios. El no me dejaría sola. Cuando mis amigos querían tomar alcohol, no sentía temor. Si un pensamiento de temor o depresivo trataba de tentarme, me aferraba firmemente a la verdad de que Dios estaba siempre conmigo y que ninguna sugestión mortal o materialista (que como no bebía alcohol no tendría amigos) podía tener poder para influenciarme. Con mi pensamiento firmemente arraigado en estos conceptos, me sentí en completa paz. En vez de ver a mis amigos como "tomadores" y a mí como "no tomadora", me di cuenta de que, en realidad, todos éramos los perfectos hijos de Dios.
Hace poco, pude disfrutar de la compañía de estos amigos sin sentir la necesidad de estar con ellos toda la noche. También amplié mi círculo social incluyendo a personas que no beben alcohol. No siento que haya perdido algo por haber decidido no tomar, y es una decisión con la que me siento muy cómoda. Además, la verdadera diversión no se encuentra allí. Siento que esto me ha dado más libertad.
El que mi cielo aseguró
mi bien proveerá;
si Cristo es rico,
pobre yo no puedo ser jamás.
En Ti mi carga, Dios, pondré;
Te adoro y triunfo al par;
mi gran cuidado habrá de ser
amarte más y más.
Himnario de la Ciencia Cristiana,
No. 224, 3a estrofa