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Cuando Era Niño mi familia...

Del número de enero de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Era Niño mi familia vivía en una zona peligrosa y violenta, y nuestra vida no era feliz. En nuestro hogar había mucha discordia. Conocía la Ciencia Cristiana porque mi padre había oído de ella años atrás y sanó de fiebre reumática. A él le agradaba que asistiéramos a la iglesia local de la Ciencia Cristiana, pero nuestra asistencia era esporádica ya que mi madre muchas veces no estaba de acuerdo.

A mí me encantaba la Escuela Dominical porque la atmósfera estaba llena de amor a diferencia de nuestro hogar. Especialmente me gustaba la referencia que la Sra. Eddy hace de Dios como “amigo de los que no tienen amigos” (versión en inglés) en su “Himno de Comunión”, porque me era difícil hacer amigos. Siempre me sentiré agradecido porque me regalaron un ejemplar de su libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, y por una amorosa Científica Cristiana, quien me permitía visitarla de vez en cuando.

Cuando crecí nos mudamos a una zona mejor y conseguí empleo sin dificultad. Pero la vida en casa todavía era infeliz y reprimida, y yo me sentía desesperado. Deseaba dejar la casa y estaba pensando en casarme. Decidí orar sobre esto con el entendimiento que me daba la Ciencia Cristiana.

Estudiaba la Biblia y Ciencia y Salud y me di cuenta de que Dios es sin duda omnipotente y omnipresente. Mis más profundas oraciones a Dios estaban a menudo llenas de lágrimas, pero encontré que el capítulo titulado “La oración” era una ayuda muy poderosa. Los versículos de la Biblia citados al comienzo de ese capítulo dicen: “Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Por lo tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá”. Y también “Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis”. Estas palabras de Jesús me han ayudado a comprender la Ciencia Cristiana, ya que a menudo mis propios problemas se parecían a esta proverbial montaña. Era un gran alivio aprender que podemos tratar nuestros problemas a solas con Dios y no necesitamos hablar con nadie acerca de ellos.

Yo sufría seriamente de fiebre del heno; esto hacía mi vida muy difícil, y aunque no busqué específicamente la curación de este problema, simplemente sané cuando en realidad comencé a estudiar la Ciencia Cristiana. Pese a las discrepancias que había en casa, yo me empeñé en ir a una iglesia de la Ciencia Cristiana, y en ese primer domingo que fui, sané totalmente de la fiebre del heno.

Otras cosas comenzaron a ocurrir. Un colega del trabajo me ayudó a liberarme de la represión familiar. También conocí a la joven que, aunque yo aún no lo sabía, se casaría conmigo. Por ese entonces me sané de un serio dolor de muelas. Me sentía renuente a ir a un dentista, y la Ciencia Cristiana era mi único recurso. Estudié esta declaración de Ciencia y Salud: “El efecto de la mente mortal sobre la salud y la felicidad se ve en esto: Si uno se desentiende del cuerpo con un interés tan absorbente como para olvidarlo, el cuerpo no experimenta dolor” (pág. 261). Comencé por centrar mi pensamiento en Dios cada vez que tenía dolor. Después de dos semanas de continua oración, el dolor cesó en forma permanente.

Sentía que debía irme de casa, pero en ese entonces parecía difícil encontrar alojamiento. Oré al respecto, y fui guiado a contestar un aviso del diario local. Encontré vivienda agradable y la dueña de casa apoyaba mi estudio de la Ciencia Cristiana. Tenía todo lo que necesitaba en todo sentido, incluso en lo económico, y hasta me fue posible prestar algo de dinero a mi padre en forma temporaria. Por esta época formé amistades duraderas que expresaron mucha bondad y me brindaron felicidad.

Una noche salí con mi bicicleta. En determinado momento no estaba poniendo atención al pedaleo, y la rueda de adelante golpeó la orilla de la acera. Fui arrojado por encima del manubrio. Después del accidente sentí un dolor intenso. La policía me llevó a un hospital cercano donde se me informó que me había quebrado la clavícula, pero que nada se podía hacer excepto ponerle un cabestrillo para mantenerla en su lugar. A través de la oración en la Ciencia Cristiana, el hueso sanó con increíble rapidez.

Me siento feliz porque mi esposa y yo tenemos un buen matrimonio; estamos dedicados el uno al otro y también a la Ciencia Cristiana. Cuando estaba escribiendo este testimonio, mi querida esposa fue sanada de sordera en un oído.

No es suficiente decir que me siento agradecido. La gratitud tiene que expresarse. Recientemente me he sentido impresionado respecto a toda la consagración y el amor que debe haber requerido escribir Ciencia y Salud. Uno aprende algo casi a diario de este libro y de la Biblia. No puedo nunca pensar en los acontecimientos narrados en este testimonio sin dejar de pensar en este pasaje de Éxodo: “Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Éxodo 20:2).


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