Recientemente, Nuestros Redactores estuvieron hablando con los Redactores de The Christian Science Monitor sobre los hechos y tendencias actuales del pensamiento. Uno de los aspectos que la conversación puso en claro fue la inseguridad latente que mucha gente siente hoy en día acerca de lo que puede depararles el futuro, tanto a ellos como a sus familias. ¿Podrán abrirse camino en un mundo que avanza tan rápidamente, con una complejidad cada vez mayor y centrado en lo tecnológico? Se destacó el hecho de que algunos analistas afirman que la gente "inteligente" es la que va a sobrevivir durante los rápidos cambios que se operan en la sociedad, mientras que un gran número de individuos que no muestran un nivel alto de inteligencia, enfrentarán serios problemas.
Ahora bien, ¿qué significa tener "suficiente" inteligencia y donde encontramos la capacidad que necesitamos, no sólo para abrirnos camino sino para llevar una vida que tenga un propósito genuino, una vida que hace una diferencia y que sea realmente importante?
La mera suposición de que se tiene una inteligencia limitada, es una de las mentiras más desalentadoras que pesa sobre los hombros de la humanidad. La gente es categorizada y hasta condenada al ostracismo, debido simplemente a las mediciones materiales de inteligencia. En base a estas mediciones hay gente que tiene muchas oportunidades, mientras que a otra se le niega a veces hasta sus derechos básicos. Además, de acuerdo con las mediciones materiales de inteligencia, la gente adopta el veredicto que los califica como seres humanos "superiores" o "inferiores", algo que en ambos casos, resulta perjudicial. Pero la ley de Dios, la Ciencia Cristiana, nos enseña cómo podemos liberarnos de la influencia destructiva de creer en esos índices de inteligencia tan limitados.
El punto de partida en este camino de liberación, es la naturaleza de Dios y del hombre como expresión de Dios. La totalidad e ilimitada capacidad de Dios — Su infinitud — son fundamentales en la práctica de la Ciencia Cristiana. Nos revela que Dios es la Mente divina e ilimitada. Él es, no solamente todopoderoso, sino todo-sabiduría. Él está siempre presente y es eterno. Esta Mente que todo lo sabe y siempre lo sabe, es también la inteligencia creativa que nos sostiene y alimenta. La Mente divina no solo creó el universo, incluso el hombre, sino que esta Mente eterna, no cesa de mantener su creación en perfecto orden y armonía, en todo momento.
Esta es la realidad divina, y el hombre — nuestra verdadera identidad — está incluido en esta realidad como el reflejo o expresión pura, completa y espiritual de la única Mente divina. Esto significa que la fuente de nuestra inteligencia es Dios y, por lo tanto, ilimitada. Significa que reflejamos a la Mente infinitamente inteligente y por eso, estamos en condiciones de manifestar todas las cualidades y aptitudes que necesitamos en cada momento y en cualquier situación.
Debido a que somos el hombre de Dios, expresamos espontaneidad, inspiración, creatividad. Expresamos exactitud, orden, sabiduría, buen juicio. Poseemos flexibilidad y visión y la habilidad de abarcar todo punto de vista en constante expansión. Tenemos la capacidad de alcanzar un entendimiento profundo. Nunca nos faltan ideas útiles, productivas y que traen progreso, cada vez que las necesitamos.
Es obvio que la tendencia general de la creencia, tanto para el hombre y la mujer comunes, como para los bioquímicos o neurólogos que llevan a cabo sus investigaciones en los laboratorios, no coincide con la afirmación fundamental de que la inteligencia es una cualidad infinita y espiritual de la Mente divina. Por el contrario, se supone generalmente que la inteligencia es una condición de la materia, que está fragmentada en muchas mentes finitas y que no tiene nada que ver con lo divino. Desde este punto de vista, se presume que la inteligencia depende solamente de factores materiales, o sea, influencias del ambiente, culturales e incluso raciales, antecedentes de nutrición física, educación, herencia. Sobre esta base se mide la inteligencia como si se tratara de la transmisión química a través de un nervio o de un fenómeno eléctrico que reside en el cerebro.
No obstante, dada la aparente complejidad de estas teorías materiales acerca de la inteligencia, las conclusiones son demasiado fáciles, demasiado triviales. Un cristianismo verdaderamente científico, alcanza mucha mayor profundidad cuando proclama una Mente divina universal, una inteligencia autoexistente, autoconstituida y autoperpetua, que se expresa eterna e infinitamente en el hombre. Esta revelación de la Ciencia divina nos salva de la ignorancia, de la superstición, de los prejuicios, del temor y de toda limitación. Glorifica a Dios.
Por medio del estudio y la oración cristiana, muchos pueden hoy en día dar testimonio de una creciente comprensión espiritual y como resultado, alcanzar un marcado aumento en sus aptitudes mentales, en su comprensión y discernimiento. Junto con estos resultados, han logrado también una mayor capacidad para servir a Dios y a su prójimo. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy hace la siguiente observación: “La palabra Ciencia, correctamente comprendida, se refiere únicamente a las leyes de Dios y a Su gobierno del universo, incluso el hombre. De eso se deduce que los hombres de negocios y los cultos eruditos han encontrado que la Ciencia Cristiana les aumenta su resistencia y sus poderes mentales, les amplía su discernimiento del carácter, los dota de agudeza y de amplitud de comprensión y los habilita para exceder su capacidad usual. La mente humana, imbuida de esa comprensión espiritual, se vuelve más elástica, es capaz de mayor resistencia, se libera en cierto grado de sí misma y necesita de menos reposo. Un conocimiento de la Ciencia del ser desarrolla las habilidades y posibilidades latentes del hombre. Extiende la atmósfera del pensamiento, dando a los mortales acceso a regiones más amplias y más altas. Eleva al pensador a su ambiente natural de discernimiento y perspicacia”.Ciencia y Salud, pág. 128.
Cristo Jesús, el individuo de mentalidad más espiritual y de inteligencia más genuina que el mundo jamás haya conocido, probó de un modo irrefutable el poder que se obtiene al comprender cuál es la fuente de toda inteligencia verdadera. Sus capacidades no dependían de diplomas universitarios ni de certificados de coeficiente intelectual. El dependía por entero de Dios para saber todo lo que debía saber y el momento en que debía saberlo. Todo el bien que llevó a cabo lo hizo a través de Dios, a través de lo que la Mente le estaba revelando. El dijo: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente”. Juan 5:19. De esa manera, Jesús sanó toda clase de enfermedades, redimió pecadores, resucitó muertos, calmó una tempestad en el mar, caminó sobre el agua, salió de su propia tumba y finalmente ascendió por encima del falso sentido de vida en la materia. No había límites para lo que Jesús podía lograr a través de la inteligencia divina y él consideraba que nosotros debíamos y podíamos seguir su ejemplo.
El entendimiento y la confianza basados en esta fuente de inteligencia del hombre, permite en el reino de lo humano, el acceso al dominio que Dios nos ha otorgado. Alcanzamos el poder y el control verdaderos en toda circunstancia. Cuando comprendemos que la inteligencia ha sido divinamente otorgada al hombre, nos liberamos de las cadenas del ostracismo, del prejuicio y de las oportunidades limitadas, de las decepciones en carreras académicas y de las falsas opiniones acerca de tener un puesto superior o una posición inferior.
Esta inteligencia nos hace ser humildes. Destruye el ego humano cuando descubrimos que la fuente de todas las ideas buenas y correctas es Dios, la Mente divina y no un cerebro o un intelecto personal, ni la educación académica. Sentimos humildad al percibir que la fuente de nuestra inteligencia es la misma que alimenta continua y abundantemente a todos y a cada uno de los hijos de Dios. Ninguno carece de ella, ni lo recibe en poca medida. En la realidad divina, todos son igualmente inteligentes, aunque la infinitud de ideas se expresa siempre individualmente a través de incontables, diferentes y hermosas maneras.
En el reino de Dios compuesto de seres profundamente inteligentes, no existe la lentitud de aprendizaje, ni la mente retardada, ni el intelecto limitado, ni dislexia, ni demencia, ni pérdida de memoria, ni ignorancia, ni temor, no hay negligencia ni descuido, ni limitación mental de ninguna clase. En lugar de eso, la inteligencia divina, crea en nosotros talentos y habilidades que se expanden continuamente, aptitudes infalibles y una resistencia mental que no conoce fatigas. La fuente infinita de nuestra inteligencia — la Mente única, Dios — confirma que ya tenemos todo lo que verdaderamente necesitamos para el mundo de hoy. Confiando en la verdad de Dios y el hombre, no podemos perder nada, ni ser superados por los cambios que se operan en la sociedad. Continuaremos siendo productivos y útiles. Seremos, de hecho, líderes del pensamiento, en un mundo que tanto necesita de hombres y mujeres con un pensamiento espiritual e inspirado.