Cuando Tenía Dieciocho años, tuve una curación mediante la Ciencia Cristiana que, junto con las lecciones que aprendí, cambiaron totalmente mi vida para bien. También fue notable el cambio de actitud hacia los demás que se operó en mí. Asimismo fortaleció mi relación con mis familiares, tuve la oportunidad de conocer al que más tarde sería mi esposo, y (lo más importante) decidí que sin lugar a dudas, el estudio de la Ciencia Cristiana debía estar primero en mi lista de prioridades.
En esa época era una estudiante estadounidense que cursaba el primer año universitario en París, en un programa de estudios que incluía vivir con una familia francesa, asistir a clases y participar en excursiones organizadas todos los días. Siempre había sido una persona activa, comía bien, dormía poco y deseaba participar en todo. Pero a pesar del deseo de participar en todas las clases y excursiones, de repente noté que no tenía la suficiente energía para hacer nada, tampoco quería comer ni podía dormir.
Mi primera reacción fue hacer un gran esfuerzo para ir a clase y reunir la fuerza que necesitaba. Este esfuerzo requería poner voluntad humana de mi parte, y carecía del entendimiento espiritual de reconocer humildemente que Dios es la Vida del hombre, a quien podemos confiar por completo nuestro ser. A menudo tenía que hacer el viaje sola en el subterráneo y frecuentemente terminaba durmiéndome en él, o tenía que sentarme para descansar durante el trayecto.
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