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Cuando Tenía Dieciocho...

Del número de enero de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Tenía Dieciocho años, tuve una curación mediante la Ciencia Cristiana que, junto con las lecciones que aprendí, cambiaron totalmente mi vida para bien. También fue notable el cambio de actitud hacia los demás que se operó en mí. Asimismo fortaleció mi relación con mis familiares, tuve la oportunidad de conocer al que más tarde sería mi esposo, y (lo más importante) decidí que sin lugar a dudas, el estudio de la Ciencia Cristiana debía estar primero en mi lista de prioridades.

En esa época era una estudiante estadounidense que cursaba el primer año universitario en París, en un programa de estudios que incluía vivir con una familia francesa, asistir a clases y participar en excursiones organizadas todos los días. Siempre había sido una persona activa, comía bien, dormía poco y deseaba participar en todo. Pero a pesar del deseo de participar en todas las clases y excursiones, de repente noté que no tenía la suficiente energía para hacer nada, tampoco quería comer ni podía dormir.

Mi primera reacción fue hacer un gran esfuerzo para ir a clase y reunir la fuerza que necesitaba. Este esfuerzo requería poner voluntad humana de mi parte, y carecía del entendimiento espiritual de reconocer humildemente que Dios es la Vida del hombre, a quien podemos confiar por completo nuestro ser. A menudo tenía que hacer el viaje sola en el subterráneo y frecuentemente terminaba durmiéndome en él, o tenía que sentarme para descansar durante el trayecto.

Mi segundo intento para corregir la situación fue igualmente inútil. Solicité ayuda a una practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí, ya que parecía incapaz de concentrarme en el estudio y la oración. Hice una lista de cuáles actividades tenían prioridad y trataba de dormir durante aquellas que no afectaban mis calificaciones. No le informé con honestidad a la practicista acerca del problema físico, ni me esforzaba por orar por mí misma. Al final me impacienté y le dije que no necesitaba más ayuda metafísica.

Sin embargo, me daba cuenta de que tenía que hacer algo, porque había perdido más de 12 kilos en tres semanas, y mis amigas y la familia donde me hospedaba habían comenzado a preocuparse. Finalmente tomé una muy buena decisión; decidí suspender por un trimestre el curso de estudios y dedicarme a la lectura de Ciencia y Salud. En mi caso particular parecía imposible dejar tantas cosas de lado para dedicarme a estudiar a fondo la Ciencia Cristiana en Francia, y llegué a la conclusión de que tenía que volver a casa.

Me aislé totalmente y comencé a leer la Lección Sermón del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana en voz alta todos los días, y además un capítulo de Ciencia y Salud por día, y tomé notas sobre este estudio. Seleccioné conceptos importantes, tales como vitalidad, energía y confianza como la de un niño. Desde que había llegado a casa, comía con tranquilidad de todo, y dormía siempre que era necesario. Llamé a otra practicista, pero esta vez fui honesta y le hablé sobre mi estado físico, y estudié y medité acerca de cada cita o idea que me sugería.

Una mañana, al fin de la primera semana en casa, me senté a plena luz del sol a comer una naranja, y encendí la radio. La música era un reflejo de la felicidad que sentía en mi interior y simplemente tuve que ponerme de pie de un salto. Bailé aproximadamente una hora, y me sentí fuerte y feliz. Esta fue la señal de que estaba completamente sana. Como no hubo un período de recuperación, me di cuenta de que la energía no proviene de la alimentación ni de los músculos, sino que su fuente está en la omnipotencia de Dios. Comprendí que por más exótico que fuera viajar, jamás podía compararse con lo que estaba aprendiendo en mi soleada habitación en el tranquilo oeste medio.

Pocos días después, se me ocurrió averiguar sobre la posibilidad de regresar a Francia (ya que todavía estaba inscrita en el programa de estudios), aunque solo fuera para compartir mi gozo, y no obtuviese calificaciones en los cursos. Mis padres comentaron que ellos lo habían pensado, pero habían esperado a que yo lo sugiriera. Los profesores se alegraron de que quisiera reanudar mis clases y reconocieron totalmente el trabajo que había hecho durante el trimestre.

Al volver me sentí libre de las múltiples limitaciones que me había impuesto a mí misma. Ya no tenía la sensación de ser poco interesante y que necesitaba parecerme a mis amigos, o que mi nivel cultural estaba por debajo de los europeos. Descubrí que ser sincera y natural no era para nada aburrido, y mis nuevas amistades (entre ellas el que sería mi futuro esposo), lograron conocerme tal como soy, cosa que no hubiera ocurrido antes cuando actuaba constantemente de la forma que pensaba que la gente quería que lo hiciera. Mi meta ya no era ser admirada por los demás; ¡era expresar la libertad que encontré estudiando y poniendo en práctica las enseñanzas de la Ciencia Cristiana! Desde el momento en que el avión aterrizó, el viaje resultó maravilloso y mis amigos decían que era una “persona diferente”.

A medida que pasan los años, continúo descubriendo cuan completa y permanente fue esa curación. He mantenido un peso normal desde esta experiencia. Ningún tratamiento físico o psicológico pudo haber producido la curación y el crecimiento espiritual que yo experimenté al recurrir a nuestro Padre-Madre, Dios.


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