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Cómo vencer la “conspiración” de la edad

Del número de junio de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una De Las Mayores conspiraciones contra la humanidad es la creencia generalmente aceptada acerca del envejecimiento. ¡Qué importante es que nos neguemos a permitir que nos convenza casi sin darnos cuenta!

Se podría decir que la edad es como el zorro que entra por la noche silenciosamente en los gallineros. Para no ser descubierto, el zorro se desplaza protegido por la oscuridad. A medida que pasan los años, las declaraciones hipnotizantes de la “vejez” pueden entrar silenciosamente. ¿No sería esta oscuridad mental, acaso ignorancia de la individualidad real e inmortal del hombre, y del dominio que Dios le dio?

Hemos sido educados para dividir la vida en etapas, cada una con sus limitaciones: nacimiento, infancia, adolescencia, madurez, vejez. Se ha dicho que la vejez es juventud con mucha experiencia acumulada. Sin embargo, ni la juventud ni la vejez representan el ser verdadero del hombre.

Escuchamos decir: “Ya no soy tan joven como antes”, o “Parece como si no pudiera hacer lo que antes hacía”. Cuando escuchamos tales cosas, es el momento de sentarnos, poner atención, y preguntarnos a nosotros mismos: “¿Qué puedo hacer al respecto?” Lo primero que podemos hacer es dejar de dudar de nuestra habilidad para vencer las creencias de decadencia.

Dios ha dado dominio al hombre. Y lo que Dios da es para siempre. El dominio es nuestro porque somos Sus hijos bien amados. Podemos ejercer ese dominio para superar la discordia de cualquier tipo, siguiendo el ejemplo de Cristo Jesús.

La mente mortal afirma que el hombre es material, que debe nacer en la materia, deteriorarse, y extinguirse en la materia. Pero el hombre en su verdadero ser es espiritual, no corpóreo. Está siempre en el punto exacto de la perfección, manifestándose por siempre como la expresión eterna de Dios. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribe: “La procreación, el nacimiento, la vida y la muerte humanos son estados subjetivos de la errada mente humana; son los fenómenos de la mortalidad, la nada, que ilustran que la mente y el cuerpo mortales son uno, y que no son ni reales ni eternos”.Escritos Misceláneos, pág. 286.

A medida que comprendemos mejor estas realidades espirituales, podemos rechazar las demandas de la vejez y probar cada vez más nuestro dominio sobre las dificultades relacionadas con el envejecimiento. Puesto que no son hechos irrefutables, pueden ser anulados del mismo modo que cualquier otra forma de falta de armonía puede anularse y dar lugar a la salud.

Ha habido innumerables curaciones de decadencia o pérdida debido a la creencia en la vejez, que se lograron mediante la oración basada en las leyes de Dios. La Sra. Eddy relata: “He visto a la vejez recuperar dos de los elementos que había perdido: la vista y los dientes. Una mujer de ochenta y cinco años, a quien conocí, recobró la vista. A otra mujer, a los noventa años, le salieron nuevos dientes — incisivos, colmillos, premolares y un molar. Un hombre de sesenta años tenía su dentadura completa, superior e inferior, sin una sola caries”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 247. Yo misma he conocido muchas personas que, debido a su mayor entendimiento espiritual, se volvieron más bellas, inteligentes y ágiles con el paso de los años.

¿Cuál es nuestra posición? ¿Estamos despertando a nuestra verdadera identidad como hijo inmortal de Dios, el Espíritu, o la vida en la materia sigue siendo más real para nosotros? Al familiarizarnos más con nuestro ser y sustancia verdaderos, con la sustancia del bien que no disminuye, nos deshacemos de los temores de incapacidad y abandono, a cualquier edad. Descubrimos que es más fácil poner nuestra confianza en la provisión infalible que Dios ha preparado para Sus hijos, seguros de que no podemos alejarnos de Su amor y cuidado.

Ciencia y Salud declara: “Hombres y mujeres de mayor edad y experiencia debieran madurar en salud e inmortalidad, en lugar de caer en tinieblas o tristeza. La Mente inmortal alimenta el cuerpo con frescura y belleza celestiales, impartiéndole bellas imágenes de pensamiento y destruyendo los sufrimientos de los sentidos, que cada día se acercan más a su propia tumba”.Ibid., pág. 248. Podemos anticipar con gusto que vamos a progresar en nuestro entendimiento de Dios y el hombre. Por medio de la oración basada en un entendimiento espiritual de la unidad del hombre con Dios, podemos probar que el “zorro” conspirador de la vejez nunca puede robar nuestros tesoros de salud y felicidad. Podemos demostrar esto aquí y ahora a medida que desechamos más y más el viejo concepto mortal con sus incongruencias limitativas, y expresamos cualidades inmortales, tales como fortaleza, estabilidad, vitalidad, sabiduría y continuidad. Dado que éste es tu estado natural y el mío, la edad queda sin entidad, y encontramos que nuestra verdadera identidad está siempre presente y protegida por Dios.

El consejo de Pablo a los efesios fue: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”. Efes. 4:22–24. Despojarnos del hombre viejo y vestirnos del nuevo no es algo que se logra de la noche a la mañana; debemos trabajar en esto diariamente, orando en busca de claridad y entendimiento espiritual.

A medida que comprendamos mejor a Dios y al hombre, nuestra visión deberá ser más clara. A medida que escuchemos más atentamente para que los pensamientos de Dios nos guíen, nuestra audición deberá ser más aguda. Moisés es un buen ejemplo. Él vivió cerca de Dios. A la edad de ciento veinte años “sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor”. Deut. 34:7.

por lo tanto, ¡neguémonos firmemente a responder a la conspiración de la “vejez” y aceptemos el dominio que Dios nos ha dado! Deja que la Vida eterna sea Todo–en–todo para ti, con su frescura y promesa. Al hacerlo, te encontrarás elevándote cada vez más alto a la verdadera consciencia de la vida eterna.

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