Me Recomendaron la Ciencia Cristiana cuando ingresé a un sanatorio para pacientes tuberculosos. Mis hermanas me dijeron que me ayudaría mucho. Conseguí una Biblia, un ejemplar de Ciencia y Salud y la última edición del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Comencé así a leer la Lección Bíblica semanal.
También le escribí a una practicista de la Ciencia Cristiana en una ciudad distante y le pregunté si podía ayudarme. Ella me contestó accediendo a orar por mí.
Seis semanas después de empezar a estudiar la Ciencia Cristiana el hábito de fumar que había tenido por dieciséis años desapareció, y no volví a sentir el deseo de fumar desde ese entonces. Esta curación me ha dado mucha inspiración, porque en ella la voluntad humana no tuvo nada que ver.