Desde Que Era muy pequeña siempre presentí la existencia de Dios, pero no podía encontrar evidencia concreta al respecto, excepto en mi propia intuición. Había leído la Biblia y no podía comprenderla muy bien, aunque el Nuevo Testamento y su mensaje de amor me habían impactado mucho. Por muchos años busqué la evidencia de su existencia en varios libros y grupos religiosos. Era muy idealista, y entonces quería ser médica, porque deseaba aliviar el sufrimiento de la humanidad. Tenía la confianza de que los males podían ser eliminados con la buena voluntad y trabajando mucho.
Más tarde mis ambiciones de ayudar a mis semejantes cambiaron, cuando decidí que la política era el medio más importante de conseguir este objetivo. Me comprometí profundamente con las causas sociales durante la década de los sesentas. Pero con el tiempo comprendí que esta “respuesta” a los sufrimientos de la humanidad era limitada.
Me dejé impresionar con lo que parecía ser el “verdadero enemigo”, o sea el mal inherente a la naturaleza humana, que por ende, me parecía que siempre iba a existir de alguna manera u otra. Entonces fue que me deprimí mucho y comencé a pensar en el suicidio. Convencida de que no podía ayudar a nadie, intenté encontrar un poco de felicidad personal. Experimenté con drogas y adopté un tipo de vida disoluta; pero no encontraba la felicidad.
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